Trasversales
Rolando Astarita

Corrupción y capitalismo

Revista Trasversales número 29 junio 2013

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Rolando Astarita es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires. Esta obra de Rolando Astarita está bajo una licencia Creative Commons (bienes comunes creativos) Atribución-No Comercial-Compartir Derivadas Igual 3.0 Unported License.



En las últimas semanas la corrupción ha vuelto al primer plano de la atención pública, a partir de las denuncias realizadas por Jorge Lanata y su equipo de “Periodismo para todos”

Como no podía ser de otra manera, las opiniones están muy polarizadas. La oposición burguesa y los críticos del gobierno sostienen que la corrupción existe y está muy extendida, y es la causa última de los altos niveles de pobreza, la falta de obras de infraestructura y otros problemas. Los K-defensores y el gobierno, por el otro lado, minimizan el problema, o desvían la discusión. Algunos afirman que la corrupción no existe, o es despreciable (“están buscando el pelo en el huevo”; otros recurren al cómodo argumento de “no hay que hacerle el juego a la derecha” o “los que denuncian son desestabilizadores golpistas” Y están los que, más o menos en privado, justifican el robo diciendo que es necesario hacerse de fondos para “enfrentar a los grupos concentrados” (también a la oligarquía, a los golpistas, etc.); o para generar una burguesía “antiimperialista” Así, la corrupción podría llegar a ser una palanca del desarrollo nacional. Es un abordaje opuesto al que dice que la corrupción es la principal traba al crecimiento económico.

En esta nota presento algunos elementos para ayudar al análisis y la reflexión.


Relación histórica entre corrupción y desarrollo económico


La primera cuestión a señalar es que, contra lo que sostienen muchos, no existe una relación clara entre corrupción y desarrollo económico. Éste es un punto que establece con meridiana claridad Ha-Joon Chang (2009). Sostiene que países considerados muy corruptos, han tenido un desarrollo económico más elevado que otros con menos corrupción, y viceversa. También recuerda que hubo países que se industrializaron, a la par que “su vida pública fue espectacularmente corrupta” Por ejemplo, en Gran Bretaña y Francia la venta de cargos públicos fue una práctica corriente hasta el siglo XVIII. En Gran Bretaña los ministros normalmente tomaban fondos públicos para su beneficio personal. En Estados Unidos el nepotismo dominaba la asignación de cargos públicos. También en Gran Bretaña y EEUU las elecciones eran claramente fraudulentas. Desde el punto de vista teórico, el argumento central de Chang es que la corrupción genera transferencias de riqueza, pero esto no implica necesariamente estancamiento, ya que el desarrollo depende de si esas ganancias “sucias” se invierten, o no, en el país. Podemos decir que si bien el planteo debería matizarse, ya que pueden existir efectos negativos que Chang no considera, sí socava la idea simplista de Lanata, Carrió y tantos otros, de que basta con eliminar la corrupción para que haya desarrollo.

En Argentina, en la época del tan elogiado (por los neoliberales) “modelo agroexportador” la corrupción y el fraude en las elecciones eran la norma. Los negociados que se hacían con la obra pública, o la apropiación de tierras por parte de la élite gobernante, no tienen nada que envidiar a lo que hizo el menemismo, o a lo que hacen los funcionarios K. Sin embargo, Argentina creció a altas tasas, hasta 1929. Es cierto que la economía argentina estaba atrasada respecto a los países industrializados, pero esto no se debió a la corrupción. Otros ejemplos históricos son las industrializaciones de Japón, o Corea del Sur, atravesadas permanentemente por las vinculaciones oscuras y corruptas entre los políticos a cargo del Estado, los altos funcionarios y las grandes corporaciones. También en China es famosa la burocracia roja, que se apropia de una buena tajada a partir de sobornos y otras formas de extorsión, así como robo y apropiación de riquezas por parte de directivos de empresas. La situación es tan grave que ha sido reconocida por el propio Partido Comunista Chino.

Sólo en 2009, y de acuerdo a informes internos del partido, 106.000 funcionarios habían sido encontrados culpables de corrupción. Sin embargo, China es el país que ha tenido las más altas tasas de crecimiento en las últimas tres décadas.

Agreguemos que algunos autores (véase Girling, 1997) incluso encuentran que la corrupción ha sido parcialmente funcional para el desarrollo en países como Tailandia e Indonesia, en que las estructuras políticas eran muy rígidas: aunque sin dejar de reconocer que también es fuente de distorsiones y problemas.

En cuanto a Marx, tampoco otorga una importancia central a la corrupción como factor de desarrollo, o no desarrollo. En El Capital, o en otras obras centrales, no se encuentra un tratamiento de la cuestión. La idea es que la generación de la plusvalía y la acumulación del capital proceden a través de un mecanismo económico, donde la extracción de plusvalía con violencia directa está ausente (la violencia actúa como "telón de fondo", pero la explotación es económica). De todas maneras, en repetidos pasajes del capítulo 23 del tomo 1, dedicado a la acumulación originaria, Marx se refiere al rol que tuvieron el fraude, el robo y la corrupción, en la formación de las grandes fortunas que se volcaron luego al circuito de valorización del capital. Asimismo, era consciente del elevado grado de corrupción que existía en Gran Bretaña en el siglo XIX (véase, por ejemplo, “Corruption at Elections” New York Daily Tribune, 4 de septiembre de 1852) y en otros países capitalistas. Todo indicaría que en su visión la corrupción constituía una transferencia de plusvalía entre fracciones de la clase dominante. Pero a lo largo de su obra, el foco está puesto en la explotación del trabajo que, por supuesto, subsiste exista o no corrupción. Por este motivo, los marxistas nunca podemos coincidir con el diagnóstico burgués, o pequeño burgués, de que la corrupción es “el”problema de la sociedad capitalista. Lo esencial es que se trata de una sociedad sustentada en la explotación; la cuestión de cómo se reparte el botín tiene una importancia secundaria. Aunque, como veremos luego, la corrupción sí puede jugar un rol importante como factor de desmoralización, desorganización y división en las filas del movimiento obrero y en las organizaciones revolucionarias (una cuestión que subrayaron Marx, Engels y Lenin)


Generalidad del fenómeno


La segunda cuestión que debería tenerse presente es que la corrupción K es parte de un fenómeno generalizado. Las denuncias y escándalos por corrupción se extienden por los más diversos países: Italia, Francia, Brasil, México, Corea del Sur, India. En algunos casos se habla de fortunas de miles de millones de dólares: Suharto de Indonesia, Marcos de Filipinas, Mobutu de Zaire, Collor de Mello, de Brasil, Carlos Salinas (hermano del ex presidente Salinas) de México, y otros. El Banco Mundial calcula en un billón de dólares anuales los sobornos que pagan las empresas u hogares a funcionarios gubernamentales. Esto sin contar dineros obtenidos por desfalcos, robo o mal uso de los activos estatales.

Tampoco se toma en cuenta el fraude del sector privado. La Unión Europea calcula en 1,3 billones de dólares anuales los ingresos que se pierden anualmente por evasión o elusión fiscal, solamente en el área europea. También se calcula que unas 120.000 empresas y trusts están en paraísos fiscales. De acuerdo a Tax Justice Network, una organización con sede en Gran Bretaña, personas adineradas, hacia finales de 2010, ocultaban unos 32 billones de dólares en refugios offshore. Según una investigación realizada por economistas de McKinsey & Co, actualmente menos de 100.000 personas poseen activos en paraísos fiscales por 9,8 billones de dólares (datos tomados de Bloomberg). De acuerdo al Bloombergs Billionaires Index, más del 30% de las 200 personas más ricas del mundo, que poseen una riqueza colectiva por un valor neto de 2,8 billones de dólares, controlan parte de sus fortunas personales a través de alguna empresa offshore, o alguna entidad doméstica donde los activos son tenidos de manera indirecta.

Además, habría que contabilizar los fondos provenientes de actividades ilícitas: de la droga, de la trata de personas, del comercio ilegal de armas y similares. Estos flujos se blanquean a través de los circuitos financieros, nacionales o internacionales, o con empresas pantalla; alternativamente, se reinvierten en mantener, o ampliar, las actividades ilícitas. De conjunto, en 1996 el FMI estimaba que el lavado de dinero representaba entre el 2 y el 5% del PBI mundial; aunque, por su propia naturaleza, no hay forma de conocer cuánto es el monto exacto que se mueve. La misma estimación hace hoy la Oficina sobre Drogas y Crimen de las Naciones Unidas. Según otras estimaciones, realizadas a partir de audiencias tenidas por el Congreso de EEUU, a comienzos de los 2000 los bancos norteamericanos y europeos lavaban entre 500.000 millones y 1 billón de dólares anualmente, provenientes del crimen.


Salida de dinero


Un argumento de Chang es que la corrupción no afecta el desarrollo, siempre que quede en el país. Pero la realidad es que buena parte del dinero sale de los países atrasados. Es parte del fenómeno más general de transferencia de plusvalías y capitales desde el tercer mundo a los centros adelantados. En algunos países estas salidas representan montos importantes. Según Global Financial Integrity, un grupo con sede en Washington, en la década que va de 2001 a 2010 salieron de China fondos por un total de 2,74 billones, provenientes de la evasión fiscal, el crimen y la corrupción. Aunque una parte de este dinero, probablemente, volvió a entrar en China, una vez lavado. En 2011 el país habría perdido otros 600.000 millones de dólares. Se piensa que sólo la familia de Wen Jiabao, ex primer ministro, tiene una riqueza acumulada de 2700 millones de dólares. También de acuerdo a GFI, entre 2001 y 2010 salieron de México 476.000 millones; y de Malasia 285.000 millones. India también padece una salida endémica de dinero, del cual una parte importante es producto de ilícitos. En 2006 los bancos suizos dijeron que los indios tenían más de 1,4 billones en cuentas en sus bancos; algunos consideraban que si se agregaban las cuentas mantenidas en todos los paraísos fiscales, se llegaba a 2 o 3 billones de dólares. Pero éstos son solo algunos casos notables, porque el fenómeno es muy general. En cuanto Argentina, todo indica que buena parte del dinero proveniente de la corrupción sale del país y se integra a las tenencias de argentinos en el exterior, que algunos calculan en unos 202.000 millones de dólares. Posiblemente, sólo una pequeña fracción vuelve al país. Un ejemplo sería la compra de la gráfica Ciccone por el oscuro Old Fund (no es casual que los legisladores hayan estatizado la empresa sin averiguar el origen de esos fondos).

Vinculación con el capital financiero Lo anterior demuestra la íntima relación entre las llamadas “burguesías nacionales” y los gobiernos “nacionales y populares” con el capital financiero internacional. No sólo porque la colocación en activos financieros internacionales es un destino favorito de muchos fondos, sino también por la misma naturaleza de las operaciones involucradas en hacer “productivos”los flujos de dinero sucio. Es que entre el atesoramiento de los flujos líquidos, y su lanzamiento al circuito de acumulación, debe mediar el lavado. Como es conocido, el lavado es el proceso por el cual el dinero recibido por una acción criminal, que no ha pagado impuestos, etc., se convierte en dinero aceptable legalmente, borrando las vinculaciones con su origen. Puede realizarse al interior del país, o en el exterior, y se realiza de diversas maneras, que involucran, en diferentes grados, la colaboración del Estado y del sistema bancario. Por ejemplo, se montan negocios que mueven mucho líquido; la mafia norteamericana, por caso, operaba con restaurantes, lavanderías y similares para blanquear dinero. Naturalmente, los órganos de recaudación y fiscalización, hacen "la vista gorda". También se lava dinero mediante la confección de facturas apócrifas. Otra forma de lavado se da cuando los gobernantes aumentan sustancialmente, año tras año, sus declaraciones patrimoniales, en la seguridad de que la Justicia no averiguará sobre el asunto, o desestimará cualquier denuncia. Apuntemos que todas estas operaciones implican sumas destinadas a actividades improductivas; desde ese punto de vista, y contra lo que afirma Chang, se trata de un factor negativo para el desarrollo de las fuerzas productivas.

A su vez, cuando se trata del blanqueo en el exterior, es imprescindible la cooperación de las instituciones financieras internacionales, tanto para abrir cuentas, como para mover el dinero. Es que una de las operaciones más usuales consiste en mover el dinero muchas veces entre diferentes países y cuentas, a fin de que se pierda su rastro.

Dado que en la actualidad el sistema financiero está altamente conectado, el dinero puede ser transferido a través de muchas jurisdicciones en cuestión de minutos. Los lavadores de dinero explotan la complejidad de estas interconexiones, así como las diferencias entre las leyes nacionales sobre lavado de dinero. Evidentemente, no es posible el lavado de esas siderales sumas de dinero sin el concurso de grandes bancos de las principales potencias. Al respecto, existen múltiples investigaciones y denuncias. Por ejemplo, Global Witness ha denunciado muchas veces la renuencia de los grandes bancos de EEUU a rechazar fondos sospechosos. Un caso representativo es lo sucedido con el HSBC. Según Global Witness, entre 2007 y 2008 la sucursal de México introdujo 7.000 millones de dólares en EEUU, que sólo podían provenir de los negocios de la droga. En 2012 un subcomité del Senado de EEUU llegó a la conclusión de que el HSBC había permitido a lavadores de dinero, traficantes de drogas y terroristas mover sus dineros a través del sistema financiero estadounidense.

La Justicia probó que por lo menos había lavado 880 millones de dólares para el cartel de Sinaloa, y fue condenado a pagar 1.900 millones de dólares en multas. Global Witness también ha dado una lista de otros bancos que operan en grandes centros financieros y hacen negocios con funcionarios corruptos de Nigeria, Angola, Turkmenistán, Liberia, Guinea Ecuatorial y República del Congo. A su vez, en 2011 un estudio realizado por las autoridades reguladoras del sistema financiero británico encontró que los bancos de Gran Bretaña sistemáticamente no realizaban los controles anti lavado, en especial cuando se trataba de cuentas sospechosas. El sistema también colabora para que capitalistas de todo el mundo estén a salvo de los impuestos de sus países. Por ejemplo, en 2011 los miembros de la Delegación Florida de la Cámara de Representantes sostuvieron que, debido a las leyes de privacidad vigentes en el país, habría depósitos de no residentes en instituciones financieras estadounidenses por unos 1,3 billones de dólares. Indudablemente, con la extensión de las relaciones mercantiles, “todo se vuelve venal y adquirible” (Marx), y afecta incluso a las almas más "puras y santas": en 2012 el economista Gotti Tedeschi, al frente del banco del Vaticano (el Instituto para las Obras de la Religión), encontró que detrás de algunas de las cuentas cifradas del banco se ocultaba dinero sucio de empresarios, políticos y jefes de la mafia. Entre estos últimos estaba Matteo Denaro, jefe de jefes de la Cosa Nostra. Como vemos, no se trata sólo de los paraísos fiscales o de Suiza. En cualquier caso, y con lo visto en este punto, se hace insostenible el argumento “nacional” de que la corrupción contribuye a las fuerzas “progresistas antiimperialistas”.

Más bien parece tratarse de un intento de fracciones de burguesías atrasadas, y sus agentes y representantes, de insertarse en la mundialización financiera. Desde el punto de vista de la acumulación global, los fondos que salen del país, que no se destinan a ampliar la infraestructura productiva, la obra pública, etc., constituyen una sangría de excedente.


Acumulación “primitiva”, corrupción y la deidad del dinero


La persistencia y extensión de la corrupción, y sus conexiones con el crimen, obligan a pensar en las razones del fenómeno. Como hemos señalado antes, desde el punto de vista de la teoría marxista, la explotación del trabajo y la acumulación de lo producido, no exigen, necesariamente, el fraude y la corrupción. Tampoco se puede sostener que las grandes orientaciones económicas son regidas por la corrupción, como piensa una parte del progresismo izquierdista argentino (bit.ly/17cVvYo).

Esta tesis (aunque aplicada sólo al menemismo) constituye el reverso de la que sostiene que "el" problema del país es la corrupción.

Sin embargo, es un hecho que el fraude, el robo y la apropiación violenta de riqueza, jugaron y siguen jugando un papel en la acumulación. Sucedió cuando la acumulación originaria, esto es, durante la acumulación que es previa a la acumulación capitalista, caracterizada por el ciclo D-M-D (Dinero-Mercancía–Dinero acrecentado).

Históricamente, se trató del proceso por el cual se crean las condiciones para la existencia del capital: la concentración de la propiedad de los medios de producción, y la generación de una clase de trabajadores “libres”. Y en la actualidad este proceso se repite para fracciones de la clase dominante que pueden acceder a las vías del enriquecimiento rápido. Esto ocurre a partir del dominio directo de palancas fundamentales del Estado; o por vinculación con estamentos del Estado. También cuando se desarrollan actividades en las cuales la violencia, el pillaje y el fraude juegan un rol de primer orden (y sólo se pueden desplegar en combinación o complicidad con el Estado).

Es claro que ya no se trata de crear una clase de hombres libres; pero sí de apropiarse y concentrar riqueza con el fin de lanzarla al proceso de valorización. Así, los métodos de la acumulación primitiva se reproducen, parcialmente, una y otra vez, en diversos países y circunstancias. Tal vez uno de los ejemplos más claros ha sido la apropiación, por medio de la violencia, de los medios de producción “socialistas” desde fines de la década de 1980, en los territorios de la ex URSS. Las mafias en Rusia y otros territorios de la ex URSS, y el despliegue de la violencia, fueron las parteras del surgimiento de fortunas colosales, de la noche a la mañana. Se trató de una suerte de nueva “acumulación originaria”.

Un dato ilustrativo es que a comienzos de los años 90 hubo, en Rusia, unos 800.000 guardias armados privados, y las mafias llegaron casi a administrar justicia y a erigirse en un "Estado" paralelo. Aunque una vez obtenido el botín, lo que se busca es legalizarlo, normalizar la situación, imponer el imperio de la ley. Esto se acompaña de la construcción de algún relato que permita justificar el robo ante los ojos de los desposeídos (algo así como el cuento del “abogado exitoso” que hizo fortuna trabajando). Algo similar ocurrió en China, como ya hemos señalado. Y en menor escala, se reproduce en muchos países capitalistas. La corrupción K, y de tantos otros regímenes, tendría este rol objetivo: permite a fracciones de las clases dominantes realizar "su" acumulación originaria. En Argentina incluso asume formas “clásicas” la apropiación de tierras fiscales a precios viles y los negociados con la obra pública, han sido recurrentes en la historia del sistema capitalista. ¿O acaso en la época del viejo modelo agroexportador, o en la década infame, fue tan distinto?

Pero también la envergadura que adquiere la corrupción debería vincularse a la extensión y profundidad de las relaciones mercantiles y capitalistas. Nunca debería perderse de vista que la sociedad capitalista tiende a la mercantilización de todas las relaciones. Por eso, en última instancia, las virtudes y la decencia, incluidos votos de parlamentarios, y sentencias judiciales, se compran y venden, como cualquier otra mercancía. Detrás de las promesas de "nos preocupamos por la gente", está el contenido de toda política burguesa (esto es, de toda política que defiende la propiedad privada y la explotación). Y el dinero, la encarnación misma del valor y del poder social, es el centro de la atracción. "La triste esclavitud en que el dinero mantiene al burgués se trasluce claramente en el mismo lenguaje de la burguesía. Es el dinero el que da valor al hombre… Quien tiene dinero es respetable, figura en la “mejor clase de gentes” escribía Engels en una de sus obras juveniles (1981, p. 513). Y por la misma época Marx, inspirado en Shakespeare, anotaba que “el dinero es la deidad visible que se encarga de trocar todas las cualidades generales y humanas en lo contrario de lo que son, la confusión y la inversión general de las cosas.... el dinero es la ramera universal, la alcahueta universal de los hombres y los pueblos” (1987, p. 643). Ante esta “deidad-ramera-alchahueta” todo se sacrifica. ¿Qué importa que no se hagan obras para evitar inundaciones? ¿Qué importa que se desvíen fondos destinados a mejorar los ferrocarriles? ¿Qué importa que se utilicen subsidios para afianzar mi poder? ¿Qué me importan los muertos por inundaciones, por accidentes ferroviarios? ¿Qué me importa la gente sin trabajo ni recursos? ¿Qué me importa todo esto, si yo me enriquezco de la noche a la mañana? ¿Qué me importa si “el dinero convierte la lealtad en felonía, el amor en odio y el odio en amor, la virtud en vicio y el vicio en virtud, el siervo en señor y al señor en siervo, a la estupidez en talento y al talento en estupidez”. Ésta es la civilización burguesa “en acto” y es la razón última de la corrupción generalizada.


Estado, capital en general y capitalistas


La posibilidad de que la corrupción se transforme en una palanca de acumulación reconoce un anclaje, en última instancia, en la contradicción que existe entre las funciones del estado, en tanto representante de los intereses del capital “en general” por un lado, y los intereses de los capitales particulares, por el otro. Es a través de esta articulación específica que se despliegan las tensiones y conflictos en torno a la problemática de la corrupción.

El enfoque teórico más general de lo que sigue es tributario de la “escuela de la derivación”. La idea es que las leyes del movimiento del modo de producción capitalista, que actúan como tendencias, se relacionan siempre con el capital social total; pero éste sólo existe bajo la forma de capitales particulares, los cuales necesitan las condiciones materiales adecuadas para desplegar el proceso de valorización. El problema es que muchas de esas condiciones no pueden ser creadas por los capitales en particular; a veces, porque se trata de actividades que no rinden beneficios, otras veces porque no tienen la envergadura necesaria para encararlas, o por otras razones. “Se requiere entonces una institución especial que no esté sujeta a las limitaciones del propio capital, una institución cuyos actos no estén determinados así por la necesidad de producir plusvalor, una institución que es especial en el sentido de estar 'junto a la sociedad burguesa y el margen de ella' (Marx y Engels)” (Altvater, p. 91).

Esta institución es, por supuesto, el Estado; “una forma específica que expresa los intereses generales del capital” (idem, p. 92). Por eso, el Estado, junto a la competencia, “es un momento esencial en el proceso de reproducción social del capital” (idem), que por su naturaleza tenderá a expresar los intereses del capital en general. Pero esto no ocurre libre de contradicciones, ya que “el capital en general” sólo existe a través de la guerra competitiva de los capitales singulares. De aquí que haya múltiples fuentes de tensiones. Por caso, el Estado requiere trabajo burocrático (además del ideológico y represivo) que implica gasto improductivo. Ello implica un drenaje de plusvalía (a través de los impuestos), que cada capital en particular intentará reducir al máximo, pero que en interés del capital en general, no pueden bajar de ciertos mínimos. Asimismo, en muchas ocasiones el Estado debe garantizar los intereses generales, por sobre intereses particulares. Por ejemplo, cuando impone reglamentaciones por las “deseconomías externas” que generan determinadas actividades (por caso, contaminación ambiental). Y a veces el Estado debe imponerse sobre el conjunto del capital, para defender el interés de este mismo capital en general. Para dar un ejemplo histórico, en los orígenes del capitalismo industrial el afán desmedido de ganancias y la explotación pusieron en peligro la existencia misma de la clase obrera, por lo cual el Estado británico impuso restricciones (a la jornada laboral, al trabajo infantil, etc.), a fin de preservar “la gallina de los huevos de oro” Todo esto también explica por qué el Estado no se adecua automáticamente a los intereses del capital en general, y por qué no siempre los gobiernos, o las instituciones, responden a esos intereses. Las fracciones en disputa permanentemente tratan de posicionarse de la mejor manera en la lucha competitiva, y el apoyo de organismos del Estado es un recurso siempre deseado y buscado. A su vez, la actuación del estado, o de instituciones estatales, también estará condicionada, o respaldada, por las posiciones políticas e intereses que asuman las otras clases sociales, que pueden verse favorecidas, o perjudicadas, por la resultante de los conflictos en curso. Todo esto explica también que haya un impulso a la institucionalización de un “contrapoder” (Offe, p. 67), el cual actúa como “el mecanismo regulador destinado a garantizar una relativa autonomía al gobierno nacional” (idem) y a los diversos organismos estatales.

Esta dialéctica de unidad-fragmentación que subyace a la relación entre El estado y el capital, a su vez, puede explicar por qué la corrupción tiene una base estructural en la sociedad capitalista. Por un lado, es palanca de acumulación originaria para algunos sectores o capitales singulares. Por otra parte, los capitales que no acceden a las instancias que la posibilitan, tratarán de activar los mecanismos de contrapoder (jueces “independientes”, imperio de la ley, etc.) que garanticen la igualdad de las condiciones competitivas. Tengamos presente que esta última es una condición esencial de la acumulación del capital (la hermandad en la explotación del trabajo), a través de la cual opera la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia. Si las condiciones de igualdad competitiva se debilitan, se entorpecen los mecanismos a través de los cuales se comparan y distribuyen los tiempos de trabajo social, se imponen sobrecostos a los capitales no favorecidos, y aumenta el gasto improductivo. Por eso, cuando desde fracciones de la clase dominante se exige acabar con la corrupción, no se está pidiendo acabar con la explotación: sólo se está reclamando el derecho democrático a participar en igualdad de condiciones en la extracción y reparto de la plusvalía. En este respecto, el estado no representa el bien general sino “sólo la articulación particular de intereses de una clase particular”(Marx).

En el plano ideológico, las fracciones desplazadas harán todo lo que esté a su alcance para que su causa sea leída como una “causa nacional” y democrática por la opinión pública. Es comprensible también que cuando los mecanismos de contrapoder se debilitan, y algunas fracciones del capital se apropian de “excesivas” porciones del botín, se intensifiquen los reclamos de “transparencia y moralidad”. Esto puede verse agudizado si los mecanismos de la corrupción van acompañados -como suele suceder- de formas bonapartistas en el régimen político. Los negociados, los sobornos, el blanqueo de dinero y similares, demandan el mantenimiento de los “secretos de estado” y el alejamiento de las amplias masas de lo que se cuece en las “altas esferas de la alta política”. Pero esto también puede afectar a las fracciones de la clase dominante que están excluidas de la fiesta. En cualquier caso, la intensidad de estos conflictos, sus ritmos y formas de resolución, incluidas las formas institucionales, estarán sujetos a las circunstancias sociales y políticas de cada coyuntura. Dejemos anotado que una cuestión a investigar es qué relación puede existir entre el nivel de desarrollo del capitalismo, y la medida en que los capitales “en general” hacen valer los mecanismos de contrapoder, que debilitan la posibilidad de que sectores advenedizos accedan a las palancas de la acumulación originaria.


Lumpen burguesía


Los mecanismos de la corrupción posibilitan que fracciones del capital mejoren sus posiciones frente a sus competidores, y también que personajes carentes de recursos se conviertan, casi de la noche a la mañana, en grandes capitalistas. Es una historia repetida, que reconoce tres pasos característicos: el saqueo originario, el blanqueo del dinero (que puede darse por vías ilegales, pero también legales cuando los gobiernos disponen “amnistías tributarias amplias” y la puesta en marcha del negocio “legalizado”. Así, pasados algunos años, ¿quién se acuerda de que el ahora exitoso empresario X hizo sus primeros dinerillos en escandalosos negociados con la obra pública, o el contrabando, o la especulación dolosa en el mercado financiero, o por cualquier otro medio fraudulento? El dinero no tiene olor, y una vez puesto en el circuito del valor que da valor, todo se puede olvidar y perdonar.

Pero también está la alternativa del que no deviene capitalista “hecho y derecho” sino que permanece en la condición de lumpen burgués, vinculado al Estado y a los circuitos financieros. El término lumpen burgués fue utilizado por André Gunder Frank para referirse a que los poderes coloniales buscaban adquirir recursos en las colonias y para esto incorporaban a las élites locales al sistema, las cuales se convertían en intermediarias entre los ricos capitalistas coloniales y los productores locales, explotados. Estas élites dependían de la intermediación y se quedaban con una tajada del excedente, pero no tenían raíz propia.

Pues bien, hoy podríamos hablar de lumpen burguesía estatal para significar esa capa de altos funcionarios del Estado, que no sólo recibe plusvalía bajo la forma de salario, sino también se apropia de otra tajada en tanto intermedia y habilita el enriquecimiento, o la formación, de nuevos capitalistas, sin transformarse por eso en explotadora directa del trabajo. Por lo general, estos sectores acumulan en los mercados financieros internacionales (bonos, acciones, depósitos en cuentas externas), o en propiedad residencial (en Miami, por caso). Tienen una lógica especulativa, que ni siquiera es la del prestamista que gana en el circuito “Dinero – más Dinero” aquí es “Dinero que surge de la nada” y se reproduce de la nada, para blanquearse y fundirse luego con el capital financiero internacional. Se trata de una lumpen burguesía estatal y financiera, que no pasa al estatus de capitalista productivo; es una especie particular de parásito, un tipo humano desfachatado y dilapidador sin límites, habituado a realizar todo tipo de fraudes y engaños, en combinación con fracciones del capital privado, interno o externo. Es curioso cómo un amplio abanico de la izquierda K (peronismo de izquierda, militantes y ex militantes del PC, intelectuales estilo 6, 7, 8 y similares) disimulan, o incluso justifican, con las más diversas excusas, la existencia de este fenómeno.


Corrupción, clase obrera y movimientos sociales


Si bien los marxistas rechazamos la idea de que la corrupción es la principal causa del atraso económico, o de los sufrimientos de la clase trabajadora, en el socialismo siempre existió una aguda conciencia de sus efectos negativos sobre la clase obrera y los movimientos revolucionarios, o incluso democrático reformistas. La preocupación ya estaba en Marx y Engels. Por ejemplo Marx, en carta a Liebknecht del 11 de febrero de 1878, decía que la clase obrera inglesa había sido “la más corrompida desde 1848 y había terminado por ser el furgón del gran partido Liberal, es decir, lacayos de los capitalistas. Su dirección había pasado completamente a manos de los corrompidos dirigentes sindicales y agentes profesionales” Marx y Engels también estaban convencidos de que la clase obrera británica se beneficiaba de la explotación que realizaba Gran Bretaña en el resto del mundo, lo que daba lugar a un “proletariado burgués” (carta de Engels a Marx del 7 de octubre de 1858). Y Marx se refirió incluso al rol negativo de las cooperativas obreras sostenidas por el gobierno prusiano; en carta a Engels, del 18 de febrero de 1865, decía que “el apoyo del gobierno real prusiano a las sociedades cooperativas... carece de valor alguno como medida económica, pero en cambio extiende el sistema de la tutela, corrompe a un sector de los obreros y castra el movimiento”.

La idea de que la corrupción es un factor de dominio de la burguesía, y desmoralización y desorganización de la clase obrera, también está presente, incluso de manera más aguda, en Lenin y en Trotsky. Este último, por ejemplo, llegó a decir que la burocracia sindical “es la columna vertebral del imperialismo británico” y “el principal instrumento de la opresión del Estado burgués”. Pensaba que en los países atrasados el capitalismo creaba “un estrato de aristócratas y burócratas obreros” y que los sindicatos se transformaban (era el caso de México) “en instituciones semiestatales” que asumían “un carácter semitotalitario”(véase Trotsky, 1977). En un texto de los años 1920 sostenía que la burguesía norteamericana, como antes había hecho la británica, “engorda a la aristocracia obrera para mantener maniatado al proletariado”(1975, p. 67).

Todo esto es aplicable a la actualidad argentina (y, sospecho, a la actualidad de la mayoría de los países capitalistas). Históricamente, la clase dominante, a través del capital privado o del Estado, ha buscado dividir, desmoralizar, desorganizar a los movimientos sociales o críticos. Es conocida la historia de los sindicatos. Hoy la burocracia sindical es socia del capital y del Estado, a través de múltiples conexiones, como el manejo de obras sociales, la administración del ingreso de trabajadores a las empresas, la participación directa en negocios capitalistas, con colaboración, o no, de instancias estatales, y otras vías. La burocratización trae aparejadas, inevitablemente, las prácticas burguesas y represivas al interior de las organizaciones obreras.

Pero el mal se extiende también a los movimientos de desocupados, a organismos defensores de derechos humanos, y de cualquier tipo. Por ejemplo, actualmente las cooperativas de desocupados opositoras del gobierno K son discriminadas en la asignación de recursos, en tanto las adictas son recompensadas de múltiples formas. De esta manera, se consolida un sistema de tutelaje y corrupción de dirigentes sociales, a cargo del Estado. Los casos son muy conocidos, y no hace falta abundar en ello. Señalemos también el rol de la corrupción para convertir a intelectuales críticos en apologistas del sistema, o defensores de alguna fracción de la clase dominante. En esta vena, es frecuente encontrar esos sujetos en los cuales, y al decir de Marx, “el charlatanismo en la ciencia y el acomodo en la política son inseparables”. Como es costumbre, estos intelectuales "progres" dirán -sesudamente, faltaba más- que no hay que denunciar esta corrupción porque “se hace el juego a la derecha”o porque “desprestigia a los sindicatos, a los movimientos sociales o a la política”. Según esta tesis, no habría que denunciar la corrupción y la represión de la burocracia sindical, aunque son principales factores del debilitamiento de los sindicatos, para no debilitar a los sindicatos. Y lo mismo se aplicaría al resto de las organizaciones; y a ellos mismos.

Es, por supuesto, un razonamiento absurdo (aunque acomodaticio). Los marxistas son conscientes de que la emancipación de la clase obrera no se logrará ocultando los problemas y las contradicciones. La crítica debe ir hasta la médula, y el principio de toda crítica es el rigor.


Textos citados:

Altvater, E. (1977): "Notas sobre algunos problemas de la intervención del estado” en H. Sonntag y H. Valecillos, edit., El estado en el capitalismo contemporáneo, México, Siglo XXI.

Chang, H-J, (2009): ¿Qué fue del buen Samaritano? Naciones ricas, políticas pobres, Bernal, UNQ y AEDA.

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