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Rolando Astarita

Lenin, sobre dependencia y liberación nacional

Revista Trasversales número 30 febrero 2014 (web)

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Esta obra de Rolando Astarita está bajo una licencia Creative Commons (bienes comunes creativos) Atribución-No Comercial-Compartir Derivadas Igual 3.0 Unported License. Rolando Astarita es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires.

En este texto se presentan tres artículos de Rolando Astarita




En la izquierda está muy generalizada la idea de que la mayoría de los países de América Latina, a excepción de Cuba, y tal vez Venezuela, mantiene una relación de tipo semicolonial, o neocolonial, con las grandes potencias, EEUU en primer lugar. Y que por este motivo, es necesario luchar por realizar la tarea histórica de la liberación nacional, o “la segunda independencia”. En contraposición a esta postura, desde hace años sostengo que países como Argentina, México o Chile, no son semicolonias, y que no está planteada, por lo tanto, la “tarea histórica” de la liberación nacional. Esta postura deriva de la distinción realizada por Lenin entre países dependientes, por un lado, y países coloniales y semicoloniales; y de su noción qué es la liberación nacional. Aunque es un enfoque muy minoritario en la izquierda, ha sido planteado antes por diferentes marxistas. Entre ellos, por Dabat y Lorenzano (1984); por otra parte, he desarrollado estas ideas en Economía política de la dependencia y el subdesarrollo (UNQ, 2010), y antes, durante los 1990, en la revista Debate Marxista.

En lo que sigue presento entonces la postura de Lenin; la comparo con la interpretación instalada en la izquierda, según fue presentada por Milcíades Peña; argumento luego por qué es superior el enfoque leninista, y las consecuencias que se derivan para un programa socialista en los países dependientes.

Países dependientes y coloniales

Lenin consideraba -comienzos del siglo XX- que había tres tipos fundamentales de países atrasados: los dependientes, las colonias y las semicolonias. Los primeros, según Lenin, eran políticamente independientes, pero dependientes económicamente de los países más ricos. Entraban en esta categoría naciones como Argentina, Serbia, Bulgaria, Rumania, Grecia, Portugal y hasta Rusia. “No sólo los pequeños Estados, sino aun Rusia, por ejemplo, es enteramente dependiente, económicamente, del poder del capital financiero de los países burgueses ricos” (Lenin, 1914). También consideraba que EEUU había sido una “colonia económica” de Europa en el siglo XIX. A pesar de lo escueto de las referencias, pareciera que consideraba que los países dependientes eran explotados por los países ricos, aunque no especificaba el mecanismo. En algunos pasajes los caracterizaba como “colonias económicas” de los países imperialistas. Argentina, por ejemplo, era una “colonia comercial” de Inglaterra, y Portugal un “vasallo”, aunque ambos conservaran su independencia (Lenin, 1916).

Los países coloniales, en cambio, estaban sojuzgados por vías político-militares, y esta coerción de tipo no económico determinaba la extracción del excedente. Esto es, la explotación se realizaba mediante la imposición, por vía de la fuerza y la violencia directa, de un gobierno directamente vasallo de la metrópoli colonizadora. Este sistema colonial permitía la transferencia de recursos, como materias primas, desde las periferias al centro, así como la apertura de mercados para la sobreproducción crónica que, según Lenin, existía en los países adelantados. Por eso, implicaba la imposición de una minoría extranjera sobre la población nativa, a partir de una relación de fuerza.

En este respecto, el libro de Hobson, Imperialism: A Study, -que cita Lenin en su conocido folleto "El imperialismo, fase superior del capitalismo"-, es muy claro sobre el significado de la relación colonial. La ocupación de las colonias era llevada adelante por una minoría de funcionarios, comerciantes, organizadores industriales, asentada en el poder militar, que ejercía un poder económico y político sobre grandes masas de población a las que consideraba inferiores e incapaces de autogobernarse política o económicamente. La explotación podía darse por medio del uso compulsivo de mano de obra (portadores de cargas en África, trabajadores de plantaciones, etcétera); economía de trata, que consistía en el monopolio comercial del país dominante sobre los monocultivos; impuestos a los campesinos y artesanos y acaparamiento de tierra por parte de los colonos. A las clases burguesas o pequeño burguesas nativas -comerciantes y artesanos- no se les permitía tomar decisiones políticas, económicas o diplomáticas con un mínimo de autonomía. La sociedad nativa era dominada por un aparato militar, político y administrativo importado y mantenido con una violencia que podía llegar al etnocidio (Hobson, 1902). Precisemos que Hobson era un liberal, que buscaba reformar el sistema, en tanto Lenin pensaba que la lucha contra el imperialismo era inseparable de la lucha revolucionaria por acabar con el capitalismo. Pero la descripción de Hobson de las características del dominio colonial es, en lo básico, mantenida por Lenin (también la importancia que daba Hobson al capital financiero).

En relación al significado histórico de la liberación nacional, es importante tener en cuenta que las colonias no podían formar una unidad autónoma. El hecho de que estuvieran sometidas a la extracción violenta del excedente, impedía que se constituyeran como tales. Sonntag (1988), refiriéndose a las colonias en América Latina, lo expresaba de la siguiente manera: “Hasta que conquistan la independencia política y se constituyen nuevamente en formaciones sociales propias, (las colonias) forman una unidad con la respectiva llamada madre patria... La acumulación de capital en ella era unitaria: el capital acumulado revertía mayormente a la economía del poder colonial que separaba de ello un mínimo para los costos de reproducción sociopolítica de la colonia” (p. 148). Agregaba que los instrumentos de acumulación e la colonia consistían en relaciones de producción o formas de organización social del trabajo no capitalistas: esclavismo, encomienda, formas de servidumbre feudal. Lo cual significaba que en la economía del poder colonial – colonia existía lo que se conoce como acumulación originaria (p. 149). Esta no constitución de una unidad autónoma –relativamente autónoma- de la colonia parece central en la relevancia que da Lenin a la autodeterminación nacional, esto es, al derecho a la constitución como Estado nacional.

Las semicolonias, transición a la colonia

Por otra parte, Lenin distinguía una tercera categoría de países, los semicoloniales. La semicolonia era una forma transicional hacia la colonia, ya que, a pesar de ser formalmente independientes, las potencias ejercían sobre esos países una injerencia directa, de tipo colonial. Los casos típicos eran, hacia 1915, China, Turquía y Persia, a los cuales las potencias habían impuesto obligaciones por medio de la violencia militar o la semi-ocupación. Por ejemplo, Gran Bretaña había obligado a China a firmar, en 1842, el tratado de Nankin, por el cual los chinos debieron liberar sus puertos, fijar un tope a los derechos aduaneros de importación y permitir que los extranjeros tuvieran áreas residenciales y comerciales fuera de la justicia local. Más tarde, China fue obligada a conceder nuevos derechos de navegación fluvial, privilegios comerciales y a permitir la fundación de más factorías extranjeras a Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y Japón. Las potencias tenían estacionadas tropas y barcos, y sus zonas estaban bajo administradores propios. Persia y Turquía también estuvieron ocupadas parcialmente por tropas extranjeras; Persia había sido dividida en zonas de influencia, que correspondían a Gran Bretaña y Rusia, en 1907. En cuanto a Turquía, Gran Bretaña dominaba su Estado, y en 1920 las tropas inglesas llegaron a ocupar Constantinopla. Aunque Lenin no lo menciona, también deberíamos considerar semicolonias, a principios de siglo XX, a Panamá, Nicaragua, Cuba, Haití y República Dominicana, sobre los cuales EEUU tenía injerencia directa, muchas veces vía intervenciones militares.

Resumiendo, la relación colonial o semicolonial, por lo tanto, implica una forma de extracción del excedente manu militari; por eso mismo es inherente a este tipo de relación la ausencia del derecho a la autodeterminación del país sometido.

La liberación nacional

El significado de la demanda de liberación nacional deriva de la naturaleza de la relación colonial o semicolonial, ya que se trata de obtener el derecho a la autodeterminación política y “a la existencia de un Estado separado” (Lenin, 1916). Por eso, es una demanda democrático-burguesa, del mismo tenor que otras reivindicaciones democráticas; por ejemplo, el derecho al voto, o al divorcio. La autodeterminación constituye un derecho formal, pero de consecuencias económicas, ya que la constitución de un Estado independiente termina con el pillaje y el robo del país sometido por medios extraeconómicos. Por eso también, la autodeterminación genera mejores condiciones para el desarrollo capitalista (Lenin, 1916). Un país que deja de ser colonia, o semicolonia, y se constituye como Estado autónomo pasa así al estatus de “dependiente”. Esto implica que el Estado tiene jurisdicción sobre su territorio: “En el momento en que una colonia ha luchado y conquistado su independencia política, se constituye nuevamente en una formación social propia” (Sonntag p. 151). Sonntag sostiene que después de la independencia se continúa acumulando capital para la economía dominante (o las economías dominantes), pero también “debe iniciarse un proceso de acumulación interna y de reproducción ampliada de capital que tenga como objetivo el sustentamiento y la expansión interna de las formaciones sociales creadas, incluso cuando sea muy bajo su volumen” (pp. 151-2).

A pesar de que la acumulación del capital “hacia afuera” sigue siendo dominante, según Sonntag, la acumulación interna da lugar a una paulatina estabilización de la dominación de la clase capitalista local, y a la posibilidad de formación de Estados con autonomía relativa. El énfasis que pone Lenin en la constitución de un Estado propio puede vincularse con esta dinámica de acumulación interna. En una descripción más dialéctica del proceso, Oszlak (2012) pone el énfasis en la relación entre la formación de una economía capitalista y el Estado nacional: “... la formación de una economía capitalista y un Estado nacional son aspectos de un proceso único, aunque cronológica y espacialmente desigual. Pero además implica que la economía en esa formación va definiendo un ámbito territorial, diferenciando estructuras productivas y homogeneizando intereses de clase que, en tanto fundamento material de la nación, contribuyen a otorgar al Estado un carácter nacional” (p. 18). Y agrega poco más abajo que “la formación de un Estado nacional es el resultado de un proceso convergente, aunque no unívoco, de constitución de una nación y un sistema de dominación” (p. 19). Se trata, naturalmente, de un sistema de dominación con base principal en la clase dominante local. Es en este sentido, hay que subrayarlo, que se distingue radicalmente de la colonia y la semicolonia.

Sin embargo, la autodeterminación nacional no elimina –ni puede hacerlo- la dependencia económica que, en el enfoque de Lenin, está asociada al predominio del capital financiero, y no puede desaparecer en tanto haya capitalismo (véase Lenin, 1916). Por eso, la superación de la dependencia económica de un país atrasado excede lo que puede lograr una revolución nacional burguesa y democrática, o anti-imperialista. En otros términos, acabar con la dependencia no puede plantearse como tarea nacional burguesa y democrática. Por ejemplo, y siempre según el enfoque de Lenin, Noruega, al independizarse de Suecia, había alcanzado su liberación nacional, esto es, el derecho formal a ser un Estado independiente. Sin embargo, desde el punto de vista económico, seguía siendo dependiente, y esto no podía ser de otra manera en tanto subsistiera el sistema capitalista. “Ninguna medida política puede prohibir un fenómeno económico” observa Lenin. Noruega, Polonia y otros países atrasados podían acceder a la independencia política, pero esto no cortaría la dependencia del capital financiero. “La independencia de Noruega, 'lograda' en 1905, fue solo política. No podía afectar su dependencia económica, ni era su intención” (1916). Subrayaba que “la autodeterminación concierne sólo a lo político”, y no tenía sentido siquiera hablar de la imposibilidad de la autodeterminación económica. Noruega había logrado la autodeterminación política, pero el capital financiero británico, por ejemplo, ejercía una gran influencia en su política (así como el capital alemán influenciaba en Suecia).

Por eso, la consigna de autodeterminación figuraba en el programa mínimo de los socialistas, esto es, en el programa de demandas que, en principio, podían obtenerse bajo el sistema capitalista. Se trataba de una medida burguesa, que no detenía la expansión del capital financiero (ídem). “Dado un resultado de la presente guerra (se refiere a la Primera Guerra mundial) la formación de nuevos Estados en Europa es plenamente 'lograble' sin que perturbe de ninguna manera las condiciones del desarrollo del imperialismo y su poder. Por el contrario, esto aumentaría la influencia, los contactos y la presión del capital financiero. Pero dado otro resultado, la formación de nuevos Estados en Hungría, Checa, etcétera, es del mismo modo 'lograble”. Los imperialistas británicos ya están planeando este segundo resultado en anticipación de su victoria” (Lenin, 1916, nota). Todo apunta a lo mismo; la demanda de autodeterminación, o liberación nacional, afecta directamente a la esfera política, a la libertad formal de un país de constituirse como Estado separado. No puede torcer las leyes que gobiernan el mercado mundial.

La noción de semicolonia en Milcíades Peña

A pesar de su importancia, desde fines de los años 1920 la distinción entre países dependientes y coloniales y semicoloniales, tendió a perderse en la izquierda; y con ella, las consecuencias que derivaba Lenin con respecto a la liberación nacional. Ya en las décadas de los 60 y 70, se consideraba natural caracterizar a países como Argentina, México o India de “semicolonias”, y la cuestión se mantiene así hasta el presente. Milcíades Peña fue representativo de esta postura. Aunque fue crítico de Abelardo Ramos y de la “izquierda nacional”, acordaba sin embargo en que para Argentina, y el resto de América Latina (a excepción de Cuba), estaba planteada la tarea histórica de la liberación nacional. Criticó a Ramos porque éste sostenía que la clase obrera debía renunciar a mantener una posición independiente frente al nacionalismo burgués; pero no por plantear la liberación nacional como tarea central de la revolución latinoamericana.

En este respecto, el punto de partida de Peña fue su caracterización de Argentina, y naciones semejantes del Tercer Mundo, como países semicoloniales. El carácter semicolonial de Argentina se debía, en su opinión, a que el país estaba subordinado al capital financiero internacional y a organismos políticos y militares a través de los cuales se ejercía la dominación de EEUU: “… por el Tratado de Río de Janeiro, la Carta de la Organización de Estados Americanos y otros compromisos semejantes, (Argentina) ha delegado atributos esenciales de la soberanía, en particular el declarar la guerra, en un superestado continental, controlado por Estados Unidos” (p. 14). En consecuencia, la autodeterminación nacional pasaba por “eliminar la subordinación al capital financiero internacional” y a los organismos internacionales (p. 169). De manera que Peña planteaba la liberación económica entre los objetivos a conquistar con la liberación nacional. En ningún momento discute qué relación guarda esta tarea con la estructura capitalista de Argentina, y su inserción en el mercado mundial.

Sin embargo, Peña era consciente de que el desarrollo de la burguesía argentina tendía a vincularla inevitablemente al capitalismo mundial. Por ejemplo: “… para la industria argentina sólo es cuestión de vida o muerte oponerse a la importación de algunas mercancías metropolitanas, lo cual es muy distinto que oponerse al imperialismo. Y cuanto más se enriquece la burguesía, más se vincula al capital internacional y mayor es su necesidad de contar con el apoyo financiero y técnico de las metrópolis, si es que sus negocios han de prosperar” (p. 99). Pero ésta es precisamente la razón por la que Lenin sostenía que la eliminación de la dependencia (podemos precisar: dependencia tecnológica, científica, financiera) no podía inscribirse entre las tareas democráticas y nacionales de la burguesía. Para ilustrarlo con un caso actual, hoy puede verse que Italia, España y Grecia, a los cuales nadie califica de “semicolonias”, están “subordinados” a los dictados de los mercados financieros. Algo similar puede decirse de la relación que mantenían Argentina o Rusia con el capital financiero internacional, en los años en que Lenin los consideraba “dependientes”. Peña pasa por alto estas cuestiones. De igual modo, es llamativa la forma en que eleva al grado de dominación semicolonial la participación de Argentina en la OEA; recordemos que, después de todo, en 1982 Argentina entró en guerra con Gran Bretaña sin solicitar la venia de la institución.

Sin embargo, Peña también reconoce que la situación de Argentina era muy distinta de la que existía en China, en las primeras décadas del siglo XX. Escribía: “El peso específico de la opresión imperialista era en China incomparablemente mayor que en la Argentina… (…)… la burguesía china, por muchos aspectos más cercana al status de las burguesías coloniales que al de las burguesías semicoloniales, tenía con el imperialismo contradicciones de una intensidad tal que desembocaron en enfrentamiento militar, mientras que las contradicciones de la burguesía argentina con las metrópolis jamás consistieron en otra cosa que en discusiones en torno a la tarifa de avalúos y a los términos de los préstamos imperialistas” (p. 113). Pero precisamente debido a ese "peso específico incomparablemente mayor de la opresión imperialista " es que Lenin consideró que, a mediados de la segunda década del siglo XX, China era una semicolonia, y Argentina un país dependiente. Las diferencias categoriales sirven para poner de relieve estas cuestiones.

Observemos también que esa falta de distinción de Peña lo lleva a caracterizar a Rusia como un país semicolonial (p. 16). Si esto hubiera sido así, debería haberse inscripto la tarea de la liberación nacional en el programa revolucionario de 1917. Sin embargo, esta demanda brilló por su ausencia. Esto se debe a que el status de Rusia era cualitativamente diferente del que tenía China (Rusia mantenía una dominación de tipo semicolonial sobre Turquía, por ejemplo), aunque estaba bajo la influencia del capital financiero internacional. Este tipo de ambigüedades y problemas se mantienen en el “marxismo tercermundista” (o nacional) hasta el presente.

Más sobre el significado histórico de la independencia formal

La distinción que realizó Lenin entre colonias y semicolonias, y países dependientes tiene singular importancia para comprender no sólo las limitaciones que encierra la liberación nacional (o el derecho a la autodeterminación), sino también el avance que representó su conquista. Es que la constitución de los Estados soberanos ha sido clave para la formación de los mercados internos y las naciones, como hemos apuntado en la primera parte de esta nota, citando el trabajo de Oszlak. Esta cuestión también está implicada en la crítica de Mármora (1986) a la difundida idea de que mecánicamente el mercado nacional da lugar al surgimiento de la nación y el Estado nacional. Según Mármora, desde el punto de vista conceptual el proceso de formación nacional está indisolublemente conectado a la formación del Estado moderno (aunque aclara que desde una perspectiva histórico genética no siempre tiene que ser así; véase p. 168). Y el Estado, a su vez, fue vital para la formación del mercado nacional. Lo cual significa que existe una dialéctica compleja de factores económicos (relaciones capitalistas y mercantiles que se imponen a las precapitalistas, vinculación con el mercado mundial, etc.), políticos (lucha de clases, constitución del Estado, etc.) e ideológicos (anhelos y mitos colectivos, herencias étnicas y religiosas, cultura burguesa, etc.) que confluyen a la formación de la nación, de la conciencia nacional, y el Estado. La consecución de la independencia política formal fue entonces un factor de primer orden en esta evolución. Por eso decimos que la independencia política formal significa la realización de la tarea histórica burguesa en el terreno de las vinculaciones políticas internacionales. Lo que equivale a decir que no existen tareas "democrático burguesas" fundamentales pendientes, en lo referido a la relación inter Estados, cuando se trata de países dependientes.

La necesidad de distinguir y el capitalismo contemporáneo

Llegados a este punto, y ante posibles objeciones de las infaltables mentes rígidas, se impone un inciso aclaratorio: como sucede con toda clasificación, en la distinción entre semicolonias y países dependientes hay lugar para zonas “grises”, y muchos casos intermedios. Por ejemplo, en América Latina, Granada o Panamá tal vez estarían más cercanos al status de semicolonias, dadas las intervenciones militares directas de Estados Unidos que han sufrido en los últimos años.

Sin embargo, la mayoría de los países latinoamericanos encaja con bastante claridad en la categoría de dependiente, no semicolonia, según el criterio que defendemos. Argentina, Brasil, Chile, Perú, para nombrar sólo algunos países, tienen gobiernos y Estados autónomos, en manos de “sus” burguesías. Algo similar puede decirse de países africanos o asiáticos, como Egipto, Marruecos, Nigeria, India, Malasia, Indonesia o Corea del Sur, para citar también algunos casos relevantes. Al englobar bajo una misma categoría de dependiente a estas naciones, tampoco pretendemos pasar por alto la riqueza de los particulares y singulares (después de todo, y como dice Umberto Eco, “... tenemos pocos nombres y pocas definiciones para una infinitud de cosas individuales”). Pero sí destacar la diferencia específica que existe con la relación colonial o semicolonial.

Por ejemplo, en el caso de Argentina, se puede sostener que desde su organización nacional más o menos definitiva, en 1880, las políticas económicas y sociales no fueron impuestas por potencias extranjeras, ocupaciones militares o gobiernos instalados por ellas. A lo largo de la historia los gobiernos argentinos adoptaron muchas medidas que serían impensables dentro de una relación colonial, o semicolonial. Como botones de muestra, recordemos que en 1973 Argentina estableció relaciones comerciales con Cuba, la Unión Soviética y Polonia, y obligó a las multinacionales estadounidenses a participar en ese comercio, contra los deseos de Washington; más tarde, la dictadura militar exportó trigo a la URSS, a pesar de la oposición de EEUU; en 1982 Argentina ocupó militarmente Malvinas; ese mismo año el país entró en cesación de pagos de su deuda; luego, en 2001, defaulteó; desde 2005 el gobierno argentino se ha negado a realizar los informes anuales para el FMI; también en años recientes Argentina reconoció a Palestina como “Estado libre e independiente”, contra la posición de EEUU; actualmente el gobierno sigue sin regularizar su deuda con el Club de París; y negocia con China y otros países según sus conveniencias. Cualquiera de estas medidas era inconcebible en una semicolonia como lo era China de los años 1910. No hay manera de equiparar su situación con los de una semicolonia.

Recordemos por otra parte que la misma dinámica del desarrollo capitalista dependiente genera las bases materiales para esas políticas. A medida que los países se fueron liberando del dominio colonial y semicolonial –América Latina en el siglo XIX, la mayor parte de Asia y África en la segunda posguerra, y hasta los años 1970- se generalizó el modo de producción capitalista, y con él la participación de las burguesías de los países atrasados en el manejo de “sus” Estados. En consecuencia, las medidas económicas de estos gobiernos se deciden de manera creciente teniendo en cuenta la situación competitiva en que se encuentran los capitales locales y de qué manera pueden avanzar sus intereses, en el marco de relaciones económicamente desiguales. Esto comprende incluso a países cuyas luchas fueron ejemplos del combate antiimperialista y anticolonial. Por ejemplo, hasta 1975, el gobierno de Vietnam del Sur era un títere del imperialismo estadounidense, y por lo tanto podía considerarse que el país era una variante de semicolonia. Después de 1975, y con el triunfo sobre EEUU, Vietnam se unifica bajo el nuevo gobierno revolucionario. Pues bien, y contra lo que muchos esperaban (o esperábamos), en 1976 el gobierno vietnamita pidió el ingreso del país al Fondo Monetario Internacional y al Banco Asiático de Desarrollo, y aprobó leyes para fomentar las inversiones extranjeras. Pero no se trató de una imposición colonial, sino de la decisión de un país políticamente independiente.

Las relaciones e intereses capitalistas “internos” explican también muchas medidas que adoptan los gobiernos de los países atrasados para atraer capitales externos. Así, hoy muchos países africanos abren sus puertas a los capitales chinos, se endeudan con China y se vinculan comercialmente con ella, en tanto países soberanos, y atendiendo a los intereses de clase, o de fracciones de clase, locales. De manera similar, el gobierno argentino de Cristina Kirchner está procurando atraer inversiones chinas, y no por ello es “lacayo” del imperialismo chino. Como tampoco lo es de Estados Unidos, aunque cierre acuerdos con Chevron, acate las sentencias del CIADI y negocie la deuda con el Club de París. Por eso he planteado en otras notas que en las idas y venidas del caso YPF no estaban en juego los “intereses nacionales”, sino los negocios, esto es, cálculos de ganancias, productividad e inversiones.

Los ejemplos se multiplican. México, por caso, ha firmado el tratado de libre comercio con EEUU, no por imposición directa de Washington, sino de acuerdo a la conveniencia de la burguesía mexicana. También está abriendo el sector petrolero a la entrada de capitales extranjeros sin que medie una imposición de tipo colonial. El gobierno "antiimperialista" de Lula aceptó mantener relaciones con el FMI y las privatizaciones de los años 90, pero rechazó el ALCA, y mantuvo relaciones con Cuba y Venezuela, a pesar de la opinión contraria de Washigton. Todo esto no se explica diciendo que a veces Lula es agente cipayo del imperialismo, y otras un antiimperialista más o menos convencido. De la misma manera, Myanmar gira hoy hacia los mercados sin obedecer el dictado de imposiciones coloniales, sino según los intereses de su clase dominante. Por eso es un error sostener, como hace Sonntag (y la idea está muy difundida en ámbitos de la izquierda) que las clases dominantes de los países dependientes administran en ellos los intereses de las metrópolis. A medida que avanzó la acumulación interna de capital, las burguesías dependientes atendieron de manera creciente sus intereses, y dentro de ese marco, dieron y dan respuesta a los intereses de las metrópolis en tanto y en cuanto lo consideren conveniente al logro de sus objetivos.

Lo anterior no significa negar que los gobiernos de los países dependientes reciban presiones de los gobiernos más poderosos, y de los capitales internacionalizados. En este punto, y a diferencia del planteo de Lenin, diría que esa dependencia económica no está asociada exclusivamente a la existencia del capital financiero internacional, sino al conjunto del capital –las grandes transnacionales abarcan también la industria, el comercio, la agricultura- y a la estructura desigual del modo de producción capitalista mundial. Naturalmente, los capitales más avanzados científica y tecnológicamente, y con mayor poder comercial y financiero, ejercen presión sobre los capitales más débiles; y los Estados nacionales más fuertes, asociados a esos capitales avanzados, tienen un poder de presión incomparablemente mayor que los Estados de los países atrasados. Por eso, así como EEUU presiona a los países latinoamericanos, Brasil hace lo propio con Paraguay y Bolivia (recordemos los conflictos en torno a Itaipú, o por los precios que paga Petrobrás a Bolivia); y también Argentina con Paraguay y Bolivia; o con Uruguay. Pero esto no significa que existan relaciones de tipo semicolonial entre todos estos países. Por ejemplo, Argentina presiona a Uruguay por la construcción del puerto de aguas profundas que alienta el gobierno de Mujica, sin que ello implique que Uruguay sea semicolonia argentina. Estas presiones derivan del modo de producción capitalista, y son ineludibles en tanto exista la propiedad privada y el mercado mundial. Son consustanciales a la naturaleza competitiva del capital, a la persecución de objetivos propios de las diferentes burguesías, y a la defensa de sus intereses (al pasar, ¿en qué queda la pretendida "unidad latinoamericana"?).

Es puro utopismo pequeño burgués pensar que un país capitalista puede abstraerse o modificar esta dinámica objetiva. La dependencia económica de los países atrasados con respecto a las grandes potencias no se puede eliminar con la liberación nacional, que atañe a lo político. Es una dependencia que está asociada al desarrollo internacional desigual de las fuerzas productivas. Por eso, un programa socialista sería reaccionario (en el sentido del atraso de la ciencia y la tecnología) si propusiera desarrollos autárquicos, y basados en los particularismos nacionales. Una “liberación nacional” a lo Corea del Norte no es “liberación” en ningún sentido de mejora de las condiciones de vida de las masas trabajadoras, ni de las condiciones para terminar con toda forma de explotación, que es lo que en definitiva importa.


Planteos conectados

El tema tratado en esta nota enlaza con otros planteos que he presentado en este blog. Una primera cuestión es que no tiene sentido decir que actualmente el país dependiente típico es explotado (seguramente en este punto tengo una diferencia con el planteo de Lenin). Es que en la actualidad la relación económica predominante, en los países dependientes, es capitalista, y por lo tanto la extracción del excedente opera a través de la generación y apropiación de plusvalía, de la que participan los capitales según su fuerza relativa, sean nacionales o extranjeros; la cuestión del coloniaje en esto no interviene. Pero si los capitales nativos de los países dependientes participan de la explotación según su fuerza relativa, no tiene sentido decir que son explotados, u oprimidos, por los capitales extranjeros; más bien son socios en la explotación del trabajo. Éste es un punto en el que mantengo una fuerte diferencia con buena parte de la izquierda "nacional", que piensa que la burguesía criolla es "semi-oprimida" por el imperialismo (según Trotsky, 1937, la burguesía de los países semicoloniales sería una clase "semi-gobernante, semi-oprimida"). Los países dependientes y atrasados hoy no están sometidos al saqueo y pillaje por vía de la dominación colonial, y por lo tanto no tiene sentido afirmar que "la nación" (esto es, comprendiendo a su clase dominante) está oprimida, o explotada en alguna forma.

Para expresarlo con nombres, en Argentina los grupos Socma, Techint, Lázaro Báez, Bulgheroni, Clarín, Macro, Arcor, Pescarmona, Grobo y similares, no son explotados, sino explotadores. Algo similar ocurre con los grandes grupos económicos mexicanos, chilenos, malayos o indios. Pueden estar asociados con capitales extranjeros, sean financieros, comerciales o productivos, pero no por ello están “colonizados”. Lo mismo se puede decir de los inversores argentinos (o de cualquier otro país atrasado) que realizan inversiones directas en otros países, o colocan fondos en los grandes centros financieros internacionales. Sus intereses están entrelazados con los del gran capital. Por caso, un funcionario argentino que invierte sus dinerillos en un paraíso fiscal, no es un explotado por el capital financiero internacional; es alguien que ha participado, y se ha beneficiado, de la explotación de la clase obrera de “su” país, y se sigue beneficiando de la explotación del trabajo a nivel global. En definitiva, la clase dominante argentina, como la de cualquier otro país dependiente, no es “semi-oprimida” ni “semi-explotada”, como aparecía en la visión tradicional basada en la caracterización “Argentina semicolonia”. Por esta razón, tampoco tiene sentido sostener que la clase obrera europea o estadounidense participa de la explotación de la clase obrera del llamado tercer mundo, como sostienen algunos marxistas "nacionales” (hace algunos años, escuché por televisión a la por entonces diputada Ripoll decir que los trabajadores españoles gozaban de “altos salarios” porque las empresas españolas sobre-explotaban a los trabajadores argentinos).

En segundo término, la evolución de la mayoría de los países desde colonias a países capitalistas dependientes no se puede comprender si se sigue aferrado a la idea de que la entrada del capitalismo europeo en la periferia sólo generó retroceso de las fuerzas productivas o estancamiento. O que la oligarquía terrateniente nunca podría evolucionar hacia alguna forma de capitalismo agrario. Se trata de una tesis que se instaló sólidamente en la izquierda a partir de 1934 (séptimo congreso de la Internacional Comunista), y se mantuvo, con pocas variantes, hasta el día de hoy. Por eso es tan común que la izquierda “nacional” diga que Marx se equivocó cuando pronosticó que en el largo plazo la entrada de los ferrocarriles británicos en India terminaría generando capitalismo indio (y buena parte de la izquierda “ortodoxa” guarda prudente silencio sobre el asunto). Por eso también, casi nadie quiere recordar los pasajes en los que Lenin planteaba que la entrada del capital extranjero en las colonias daría lugar al desarrollo de fuerzas productivas capitalistas en esos territorios.

Según la visión “estancacionista”, en las periferias sólo podían reinar el atraso y el saqueo colonial, de manera que el desarrollo capitalista estaba "bloqueado" (término empleado por Samir Amin, o Ernest Mandel) en algún sentido fundamental. Sin embargo, la predicción de Marx se mostró más acertada que el enfoque estancacionista (véase aquí). Indudablemente, la entrada del capital en el Tercer Mundo, del brazo del colonialismo, provocó enorme devastación y retroceso (véase Bairoch, 1982), y esta situación es el elemento de verdad que tienen las tesis estancacionistas. Pero también generó, dialécticamente, las condiciones para que surgiera una fuerza social burguesa, con raíces propias. En la Argentina dependiente del siglo XIX, por caso, las inversiones británicas de ferrocarriles, alentadas por los gobiernos tradicionalmente considerados pro oligárquicos y pro capital extranjero -Mitre, Sarmiento, Avellaneda- también alentaron, en definitiva, un desarrollo capitalista. Puede, con toda razón, considerárselo un desarrollo tecnológicamente atrasado y desarticulado, pero no dejó de ser desarrollo capitalista. Por eso, la formación de Estados nacionales en países dependientes fue, en buena medida, una consecuencia del proceso de expansión capitalista. Obsérvese que desde la perspectiva que estoy defendiendo, un libro como Facundo, de Sarmiento, no es la expresión de un programa de desarrollo colonial, como sostiene la corriente nacional, sino capitalista; más precisamente, de acumulación originaria -esto es, por medio de la violencia- capitalista.

El desarrollo capitalista, por otra parte, hace que en la actualidad sea más visible la distancia que media entre los países dependientes, y las colonias y semicolonias que analizaba Lenin. Más aún, hoy la exportación de capitales desde países atrasados, y el surgimiento de grupos con intereses globales y raíces en los países atrasados, introducen nuevas complejidades en las relaciones de dependencia. En 2000 la participación de los países atrasados en la inversión extranjera directa mundial era del 12%; en 2012 fue del 35% (los BRICS, esto es, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica son los mayores inversores; UNCTAD, 2013)). En 2011 el 42% del stock de IED de los BRICS estaba en países adelantados (y el 34% en EEUU). En 2012, entre los 20 países inversores más importantes del mundo estaban China (segundo lugar, con 123.000 millones de dólares); Rusia, en el octavo lugar (con 51.000 millones de dólares); Corea, en el puesto 13; México en el 15; Singapur en el 16 y Chile en el 17 (con 21.000 millones de dólares; fuente UNCTAD 2013). En la lista Fortune 2012 de las 500 empresas globales más poderosas del mundo, 73 empresas eran de China, 13 de Corea del Sur, 8 de Brasil, 8 de India, 7 de Rusia, 6 de Taiwán, 3 de México, 2 de Singapur, y con una empresa figuraban Malasia, Colombia, Tailandia, Venezuela, Arabia Saudita y Emiratos Árabes. Según el McKinsey Global Institute, de las 8000 empresas que a nivel mundial producen ingresos superiores a 1000 millones de dólares anuales, el 26% pertenece a países atrasados. No estamos diciendo con esto que Malasia o Brasil se equiparan con Japón o EEUU, sino significando que hubo un desarrollo capitalista, y que las burguesías de muchos países atrasados en absoluto pueden ser consideradas simples marionetas de los capitales de las grandes metrópolis.

El desarrollo también involucró a las famosas “oligarquías terratenientes parasitarias”. Por ejemplo, en Argentina, cuando se dieron las condiciones, los grandes propietarios de la tierra en la Pampa Húmeda invirtieron en la producción de soja y maíz, y avanzaron por una vía capitalista. Se puede discutir si es un avance tecnológico mayor o menor que el de los países adelantados, pero no hay dudas de que se trató de un desarrollo capitalista. Lo mismo sucedió con otras esferas de la actividad económica: surgió un capitalismo con bases propias, que actúa en conveniencia con el capital extranjero. Se confirma también que esta evolución terminó acentuando la relación de las economías de estos países con el mercado mundial, y con el capital mundial. El desarrollo capitalista da como resultado que todas las economías sean hoy cada vez más interdependientes. La discusión sobre la “cuestión nacional” (y la famosa “burguesía nacional”) en países como Argentina, se resuelve en la intelección de estos desarrollos.


Liberación nacional y contradicción capital trabajo

Como no podía ser de otra manera, las diferencias en torno a estas cuestiones desembocan en diferencias en torno al carácter de las luchas sociales y políticas, y los programas que deberían defender los socialistas en los países atrasados. En la visión “a lo Milcíades Peña”, el problema fundamental sería lograr la liberación nacional. El enfrentamiento de la clase obrera con la burguesía se plantea, desde esta óptica, no porque el capital implique una relación de explotación, sino porque juega un rol contrarrevolucionario en relación a la liberación nacional. Volviendo al escrito de Peña, ya citado: “Ante todo, la clase obrera se enfrenta a la burguesía porque ésta es una clase básicamente antinacional y contrarrevolucionaria desde el punto de vista de la realización de las grandes tareas revolucionarias de la nación. Por eso la tendencia a poner en primer plano los antagonismos entre el proletariado y la burguesía nacional olvidando el antagonismo entre la nación y el imperialismo es sin duda condenable, pero igualmente condenable, igualmente nocivo y contrarrevolucionario, es el intento de ocultar, frenar y taponar la lucha de clases en supuesto beneficio de la lucha nacional antiimperialista” (pp. 159-160).

Este pasaje sintetiza en buena medida las diferencias entre Peña (y el trotskismo, la corriente de la dependencia, y similares), por un lado; y la izquierda nacional (incluido el stalinismo), por el otro. Pero también permite ver la distancia entre el planteo de esta nota, y el de Peña (y los trotskistas). De acuerdo al enfoque que defiendo, hay que poner en primer plano el antagonismo entre el capital y el trabajo, no porque esté pendiente alguna tarea histórica de liberación nacional, sino porque domina un modo de producción basado en la explotación del trabajo por el capital, sea este último nativo o extranjero. Lo cual conecta, inevitablemente, con la perspectiva internacionalista.

Por otra parte, también pierde sentido el apoyo "crítico" a partidos o corrientes políticas por su pretendido "antiimperialismo". Una cuestión que, en determinadas coyunturas, ha marcado líneas políticas y mensajes cargados de sentido “nacional”. Por ejemplo, en 2002 muchos dirigentes de la izquierda argentina apoyaron la candidatura de Lula a la presidencia de Brasil con el argumento antiimperialista. Así, Vilma Ripoll, del Movimiento Socialista de los Trabajadores, explicaba que el triunfo de Lula terminaría "con años de gobiernos directos del FMI y las multinacionales" (Página 12, 27/10/02); según esta interpretación, el gobierno de Fernando Henrique Cardoso había sido de tipo semicolonial (cipayo, agente del imperialismo), y con Lula Brasil, y América Latina, avanzaban hacia su independencia. Luis Zamora se expresaba en términos semejantes: aconsejaba votar por Lula "para enfrentar a EEUU y su política militarista de dominación" (ídem). Estos dirigentes no podían ubicar el programa de gobierno del PT en los marcos de un gobierno más o menos "normal" (y bastante conservador, por cierto) de un país dependiente. Tampoco advertían que las políticas fundamentales de Cardoso (privatizaciones, énfasis en reducir el déficit fiscal, promoción de condiciones para invertir) no obedecían a “dictados” de Washington, sino derivaban de la lógica del capital “en general”, con anclaje en el mismo Brasil. En esta visión “nacional marxista”, la historia queda reducida, en última instancia, a una interminable sucesión de “traiciones” a los intereses de la patria oprimida. No se trata de errores debidos a falta de información, sino son el resultado de una concepción globalmente equivocada, cuya raíz última es la incomprensión de las tendencias que operan a nivel del capitalismo mundial. En definitiva, volver sobre la distinción leninista entre países dependientes y coloniales y semicoloniales, y su relación con las evoluciones del capitalismo, puede ser fructífero para la elaboración de los programas y líneas de acción del socialismo en los países atrasados.


Textos citados:

Bairoch, P. (1982): “International Industrialization Levels from 1750 to 1980”, Journal of European Economic History, vol. 11, pp. 269-333.

Dabat, A. y Lorenzano, J. L. (1984): El conflicto Malvinas y la crisis nacional, México, Teoría y política.

Hobson, J. A. (1902): Imperialism. A Study, Londres, Allen and Unwin.

Lenin, N. (1914): “The Right of Nations to Self-Determination”, en http://www.marxists.org/archive/lenin/works/cw/volume20.htm

Lenin, N. (1916): “A Caricature of Marxism and Imperialist Economism”, en http://www.marxists.org/archive/lenin/works/1916/carimarx/index.htm

Mármora, L. (1986): El concepto socialista de Nación, México, Cuadernos de Pasado y Presente.

Oszlak, O. (2012): La formación del Estado argentino, Buenos Aires, Ariel.

Peña, M. (1974): Industria, burguesía industrial y liberación nacional, Buenos Aires, Ediciones Fichas.

Sonntag, H. R. (1988): “Hacia una teoría política del capitalismo periférico”, en Sonntag y Valecillos, (eds), El Estado en el capitalismo contemporáneo, México, Siglo XXI.

UNCTAD, (2013): World Investment Report, Global Value Chains: Investment and Trade for Development, http://unctad.org/en/PublicationsLibrary/wir2013_en.pdf

Trotsky, L. (1937): "Not a Workers' and Not a Bougeois State?", en http://www.marxists.org/archive/trotsky/1937/11/wstate.htm.



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