Trasversales
Maurice Dommanget

Las mujeres durante la Comuna

Revista Trasversales número 30 octubre 2013 enero 2014

Traducción de un capítulo de Hommes et choses de la Commune (Coopérative des Amis de l’École Émancipée, sin fecha, en torno a 1937), versión revisada y ampliada, pero sin notas, de un artículo publicado en L’École émancipée et l’Ouvrière, 26 de mayo de 1923.

Traducción hecha a partir de la versión en francés publicada en http://bataillesocialiste.wordpress.com, con algunas aclaraciones entre corchetes responsabilidad de Trasversales



Durante la Comuna, las mujeres de la clase obrera y algunas burguesas influidas por las ideas feministas y socialistas fueron, en líneas generales, dignas de admiración por su celo y su dedicación. Hablando de las comuneras, el corresponsal del Times escribió: "Si la nación francesa estuviera formada sólo por mujeres, que terrible nación sería".

El 18 de marzo de 1871 fueron las mujeres las que decidieron el resultado de la jornada al dirigirse a los soldados impulsándoles a negarse a disparar y a fraternizar con la población. Durante toda la Comuna, un número impresionante de mujeres participaron en esa hoguera social. Por esa razón se han difundido numerosas calumnias, mentiras, libelos difamadores y leyendas absurdas en su contra. En mucha mayor medida que a los comuneros, se las ha ensuciado, censurado y marcado al rojo vivo, lo que es una segura y luminosa señal de su participación activa en la Revolución del 18 de marzo.

Se las trató de hembras, lobas, harpías, borrachas, ladronas y bebedoras de sangre. Se daba de ellas una imagen caracterizada por sus "malos instintos", su "conducta inmoral", su "reputación detestable". Se dijo que habían dado licor envenenado a los soldados. Se les atribuía llevar moños incendiarios -diseñados por Edouard Vaillant- empapados con materias inflamables y que, lanzados a los sótanos, podían provocar un incendio a la menor chispa que saltase. Se les atribuyó también tener como misión especial el incendio de París, ayudadas por el petróleo, convertido en "líquido diabólico de los miembros de la Comuna".

Las más conocidas e instruidas eran tratadas de "hembras letradas", "institutrices venidas a menos", "callos furibundas". Estos epítetos, que pretendían ser crueles pero se quedaban en ridículos, los he encontrado en un indigno artículo de Francis Magnard en Le Figaro, en el que Paule Minck es presentada con "perfil de hoja de cuchillo" y acusada, junto a sus compañeras, de haber "eliminado en el corazón de las mujeres la vieja fe y las viejas virtudes sin darles otras nuevas".

En los clubes, en las redacciones de los periódicos, en el hospital, en las ambulancias y en las barricadas había mujeres. El Club de la Bola Negra tenía una ciudadana en su directiva y el Club de los Proletarios tenía a una lavandera como Secretaria. En el Club de Saint- Eustache, con una dominante presencia de mujeres, tomaban habitualmente la palabra las ciudadanas Brossut, Josephine Dulimbert y Anne Menans.

Varios grupos estaban formados exclusivamente por mujeres. Ese era el caso del Comité Central de la Unión de Mujeres para la defensa de París y el cuidado de heridos, o simplemente Comité Central de la Unión de Mujeres, bajo la inspiración de Nathalie Le Mel y Elizabeth Dmitrieff. La primera, amiga de Varlin y una de las fundadoras de la cooperativa de restaurantes obreros La Marmite, era muy conocida; obrera de edad ya madura, aportaba al grupo todo el fruto de una experiencia de lucha proletaria. La otra, joven y bella institutriz procedente de Rusia, de alta cuna y, sin embargo, "toda pueblo por gesto y corazón", aportaba, con una ideología más matizada, una actividad y una dedicación excepcional.

La Comisión Ejecutiva del Comité incluía también a las ciudadanas Aline Jacquier, Jarry, Blanche Lefèvre, Collin, Marceline Leloup y Adele Gauvin.

El Comité publicaba manifiestos y organizaba reuniones públicas en todos los distritos. El 6 de mayo celebró su decimoctava reunión pública. Se propuso hacer funcionar hornos y ambulancias, así como recibir donaciones en efectivo o en especie para heridos, viudas y huérfanos. Con este fin, organizaba permanencias en los ayuntamientos. Mientras continuaba esa obra de ayuda mutua y solidaridad, no olvidaba la labor de reivindicación, educación y combate.

Así, exigió armas y se ocupó, de acuerdo con la Comisión de Trabajo e Intercambio de la que Léo Frankel fue delegado, de la "organización del trabajo de las mujeres en París" y de la "constitución de cámaras sindicales y federales de trabajadoras unidas" sobre la base de las "secciones de oficio". La iniciativa tomada en ese sentido fue, sin embargo, demasiado tardía y no pudo dar resultados. La "constitución definitiva de las cámaras sindicales y federales de los trabajadores" tuvo lugar el 21 de mayo, lo que indica sobradamente que esta constitución quedó en papel mojado [el 21 de mayo se inició la denominada "semana sangrienta, asalto final de los versalleses contra la Comuna].

Los principios que animaron al Comité fueron los de la revolución social y el socialismo más radical. Las mujeres aplaudieron la "República universal", la "renovación social absoluta", "la destrucción de todas las relaciones jurídicas y sociales existentes", "la abolición de todos los privilegios, de todas las explotaciones, la sustitución del reino del capital por el reino del trabajo, en una palabra, la emancipación de los propios trabajadores por sí mismos". Ellas consideraban que París portaba "la bandera del futuro" y veían en la guerra contra Versalles "la lucha gigantesca contra la coalición de los explotadores", afirmando su convencimiento de que la Comuna representaba los "principios internacionales y revolucionarios de los pueblos".

Esa fue también la opinión de un "grupo de ciudadanas" que, el 12 de abril, lanzó un enérgico llamamiento a las "ciudadanas de París", en el que se decía: "Nuestros enemigos son los privilegiados del orden social actual, todos los que han vivido siempre de nuestros sudores y han engordado a costa de nuestra miseria... El momento decisivo ha llegado. Hay que deshacerse del viejo mundo. ¡Queremos ser libres!"

Dos días más tarde, Elisabeth Dmitrieff y siete obreras, miembros del Comité Central y "delegadas de las ciudadanas de París", usaban casi el mismo lenguaje. A la lucha emprendida le daban como objetivo "la eliminación de los abusos y, en un futuro próximo, una completa renovación social que garantice el reino del trabajo y de la justicia".

Definían a la Comuna como "representante del gran principio que proclama la destrucción de cualquier privilegio y de toda desigualdad... sin distinción de sexo, distinción creada y mantenida por la necesidad del antagonismo sobre el que reposan los privilegios de las clases dominantes".

El Comité de Vigilancia de las ciudadanas de Montmartre, con Louise Michel, André Léo y Paule Minck, creó un cuerpo de ambulancias, pidió la desaparición de la prostitución en la calle y la eliminación de las religiosas en hospitales y prisiones. Hay que prestar atención a esta última decisión. De hecho, por lo general, hubo una tendencia anticlerical muy fuerte en todas las organizaciones de mujeres en la ciudad. Un gran número de clubes de mujeres se reunían en iglesias en las que el altar estaba adornado con una bandera roja y cuyo púlpito servía de tribuna.

En la prensa roja las mujeres jugaron un papel importante. Unas, en calidad de corresponsales, como la ciudadana Dauthier, que señalaba los olvidos y abusos e impulsaba a la lucha desde las columnas de Le Père Duchêne , con un estilo directo, procedente de los suburbios. Otras, más letradas, pusieron sus talentos al servicio de la Comuna, como la ciudadana Reidenhdreth, de origen austriaco, que colaboró en Le Populaire , o la ciudadana André Léo, que más tarde se casaría con Benoît Malon, y que, muy vinculada con la ardiente compañera del blanquista Jaclard [Anna Korvin], escribió artículos notables en La Sociale . Luchó contra los intentos de conciliación que, como sabemos, paralizaron a la Comuna durante más de un mes. Se opuso con valentía al "romanticismo" de Félix Pyat. Incitaba la resistencia, pedía represalias y la persecución de los refractarios. Escribió también apasionados llamamientos a diferentes categorías sociales.

En el ministerio de Obras Públicas funcionaba, junto a los sindicatos obreros, una comisión para el trabajo de las mujeres. Las ciudadanas que la integraban llevaban a la cintura un pañuelo rojo marcado en sus extremos con el sello del ministerio. El mismo día de la desafortunada salida hacia Versalles (3 de abril) se llevó a cabo una manifestación de las mujeres que también tenía Versalles como objetivo. El día anterior, "una verdadera ciudadana" había lanzado un enérgico llamamiento en la prensa federada:

"Vamos a decir en Versalles qué es la Revolución de París. Diremos en Versalles que Paris ha hecho la Comuna porque queremos ser libres. Diremos en Versalles que París se ha alzado en su propia defensa porque ha sido calumniado, porque se le ha engañado y porque se le ha querido desarmar por sorpresa. Diremos en Versalles que la Asamblea ha perdido el derecho y que París lo ha reencontrado. Diremos en Versalles que el gobierno es responsable de la sangre de nuestros hermanos y que le hacemos culpable de nuestro dolor ante toda Francia ".

Se acordó quedar al mediodía en la Place de la Concorde para tomar la "importante determinación" de ir a Versalles "para que París haya dado la última oportunidad a la reconciliación". Al día siguiente, a la hora señalada, cientos de mujeres -entre 700 y 800, según Béatrix Excoffons- respondieron a la llamada, pero en ese momento, como no se sabía nada preciso sobre las operaciones en curso, habría sido al menos imprudente ir a Versalles. Varias manifestaciones de mujeres se desarrollaron en diversas zonas de la capital. Se dice que entre 400 y 500 se presentaron ante el Hôtel deVille reclamando armas para luchar contra Versalles. Esa misma columna marchó por la rue de Rivoli precedida por tambores y cornetas al grito de ¡Viva la República! Se la encuentra, también, escoltada por soldados de la Guardia Nacional, pasando por el Quai de Passy, cantando la Marsellesa al grito de ¡Viva la República, Viva la Comuna!

Según Le Rappel del 4/4/1871, hacia las 4,30 h., en la esquina con el Pont de Gre - nelle, se vio pasar "una larga fila de mujeres jóvenes del pueblo, muy cuidadosamente vestidas, algunas incluso con sombrero y vestido de seda negro, precedidas por una bandera que sostenía firmemente una mu - chacha grande y fuerte con porte similar a la Libertad descrita por Auguste Barbier [en el poema La curée]. Eran al menos un centenar, de cuatro en fondo, con un pequeño cuadrado de tela roja sobre el pecho ".

Unos días más tarde, tuvo lugar otra manifestación de las mujeres en la margen izquierda, en el barrio de la Rue du Bac. Participaron mujeres de todas las edades, pero especialmente jóvenes muchachas con una cinta roja. La viuda Leroy, compañera de Urbain, delegado del distrito 7, iba al frente.

Al margen de las organizaciones, muchas mujeres aportaron espontáneamente su ayuda en la lucha contra los versalleses. Valientes obreras llevaban hasta las trincheras la sopa y la ropa limpia para sus padres o maridos. Aquellas que no tenían que volver a casa por los cuidados familiares se quedaban a veces junto a su compañero. Los batallones federados iban siempre acompañados por cantineras y enfermeras que atendían las ambulancias.

Cuando el batallón 209 de la Guardia Nacional desfiló el 4 de abril por los bulevares dirigiéndose hacia el Quartier des Ternes, marchaban en él tres cantineras, con sable al costado y un fusil chassepot al hombro. En el batallón 248, al mando del hijo de Regère, miembro de la Comuna, combatió una cantinera. Otra ciudadana, Marguerite Prevost, conocida como "La chaise", luchó al frente de su batallón.

Las mujeres de la Comuna no se quedaron a mitad del camino. Tenían la intención de servir a la Revolución armas en mano. La santa fiebre que ardía en su corazón les impulsaba a combatir. El 12 de abril, el llamamiento de un "grupo de ciudadanas" que antes he mencionado terminaba exhortando a las mujeres a "tomar parte activa en la lucha". Decía sin rodeos:

"Preparémonos para defender y vengar a nuestros hermanos. A las puertas de París, en las barricadas, en las afueras, no importa. Estemos prestas para unir nuestros esfuerzos a los suyos... Y si todas las armas y bayonetas están siendo utilizadas por nuestros hermanos, tendremos los adoquines para aplastar a los traidores".

Sin ambigüedades, las ocho mujeres "delegadas ciudadanas de París" de las que ya he hablado se situaron el 14 de abril en un terreno más práctico, dirigiéndose al Comité Ejecutivo de la Comuna, dado el peligro inminente. Reclamaron el derecho y el deber de luchar. Afirmaron la voluntad de luchar de un gran número de mujeres: "Teniendo en cuenta que una organización seria de este elemento revolucionario en una fuerza capaz de proporcionar un apoyo eficaz y vigorosa a la Comuna de París sólo puede tener éxito con la ayuda y el apoyo del Gobierno de la Comuna", pedían al Consejo Ejecutivo un espacio para la alianza de las ciudadanas así como que la Comuna se hiciese cargo de los gastos por las circulares, carteles y anuncios necesarios para difundir sus puntos de vista.

El 6 de mayo, el manifiesto del Comité Central de la Unión de Mujeres protestó contra todo espíritu de conciliación, llamó a la " guerra total" y dijo que las mujeres, a la hora del peligro supremo, sabrían "dar su sangre y su vida sobre las barricadas y las murallas si la reacción forzaba las puertas".

No eran discursos altisonantes y palabras al viento. Estas mujeres lucharon valientemente. Por otra parte, bastantes mujeres no habían esperado a este manifiesto para implicarse directamente en los combates, como las federadas que se distinguieron en el Plateau de Châtillon o todas aquellas a las que los versalleses habían hecho prisioneras en los combates precedentes.

El 14 de mayo, el coronel al mando de la 12ª Legión, Jules Montels, informó a través de un cartel del "gran ejemplo" dado por las "mujeres heroicas" que habían pedido armas al Comité de Salud Pública.

Esperaba que ese "noble sentimiento" reviviese el valor de "algunos hombres" y organizó una columna de "ciudadanas voluntarias" para "marchar contra el enemigo" con la 12ª Legión. Para aumentar la autoestima de "unos pocos cobardes" disponía lo siguiente: "1º Todos los refractarios serán desarmados públicamente, frente a su batallón, por las ciudadanas voluntarias; 2º tras haber sido desarmados, estos hombres indignos de servir a la República serán llevados a la cárcel por las ciudadanas que les habrán desarmado ".

Los dibujos de Raffet hijo y las descripciones pintorescas de varios escritores permiten representarse fácilmente a las combatientes de la Comuna. Algunas tienen el pelo suelto y despeinado, su rostro "suda vicio y cólera" según un conservador, y visten como trabajadoras, porque la lucha no les ha permitido arreglarse. Otras, con el fusil bajo el brazo y un revólver al cinto, se identifican con un pañuelo rojo. Louise Michel dijo en sus memorias que unas veces vestía un uniforme de la infantería y otras un uniforme de la Guardia Nacional. Algunas ciudadanas se hacen notar por su atuendo excéntrico, como la ciudadana Reidenhreth, que intentó organizar un batallón de carabineras, y la elegante y rica Dmitrieff, ataviada con un hermoso vestido escarlata con pistolas al cinto y un sombrero de terciopelo negro que se inundó de sangre de Frankel en la barricada del Faubourg Antoine.

Louise Michel afirmó que "más de diez mil mujeres, dispersas o juntas, lucharon por la libertad".