Trasversales
María Pazos Morán

Economía feminista: unidad de acción frente al neoliberalismo y al patriarcado

Revista Trasversales número 30 enero 2014 (web)

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Este otoño se ha producido un evento que me parece de especial relevancia para el feminismo español: el IV Congreso de Economía Feminista, celebrado en Carmona (Sevilla), durante los días 3, 4 y 5 de Octubre de 2013, y organizado en esta ocasión por la Universidad Pablo de Olavide.

Este no ha sido solamente un congreso científico, y no ha sido como los anteriores. Este año el movimiento feminista ha estado más presente que nunca. Durante tres días, y sus noches, trescientas mujeres y media docena de hombres hemos estado discutiendo intensamente de política y de economía. Al contrario que en otros congresos, las conversaciones de los pasillos no giraban en torno a los artículos publicados, las tesis leídas o los proyectos  de investigación conseguidos… ni mucho menos del tiempo, porque no había tiempo de todo eso.

Los comentarios eran más del tipo: “¿Has visto lo que ha dicho?” “¡No estoy de acuerdo!” “Dicen que esta sesión ha sido muy polémica” O incluso, según expresó una joven en el plenario final, “Me voy de aquí con una contradicción que me recorre todo el cuerpo”. ¿Qué mejor broche de oro podríamos imaginar para un congreso que la constancia de que ha servido para replantearnos nuestras anteriores percepciones y certezas?

La confusión es necesaria para que de ella surjan nuevas ideas y proyectos colectivos, sobre todo cuando se trata nada menos que de desmantelar el Patriarcado.

Afortunadamente, el debate económico ha llegado a atraer la atención del feminismo actual. No es que el interés no estuviera ahí, no es que no se supiera que la división sexual del trabajo es la base económica del Patriarcado; no es que no viéramos día a día la discriminación de las mujeres en empleos, salarios y pensiones. No es que, por otro lado, el feminismo no se hubiera siempre rebelado contra la reducción de las mujeres al ámbito doméstico, y denunciado las diferencias de género en los usos del tiempo, la doble y triple jornada femenina, el síndrome de la cuidadora y tantos otros fenómenos asociados al desigual reparto de los cuidados. Para comprobar la larga historia de la conciencia económica feminista, nos basta leer “Tres Guineas” de Virginia Wolf, y aún antes los escritos de Flora Tristán, John Stuart Mill y Harriette Taylor, etc., etc.

El interés estaba ahí, pero latente, y ahora se ha despertado en toda su amplitud. Esta es la gran novedad: el movimiento feminista ha llegado a la necesidad de arremangarse para meter las manos en la masa de la economía. Ya no se trata solamente de denunciar la situación desigual de hombres y mujeres en todos los ámbitos materiales, que eso sí se venía haciendo durante las últimas décadas, sino de responder a la pregunta crucial: ¿Qué podemos hacer ante esta situación? Este es el punto de inflexión, lo que Celia Amorós llama el paso del ‘memorial de agravios’ a la construcción de las reivindicaciones feministas.

Con el ánimo de contribuir a este proceso, en este artículo abordaré algunos temas que considero cruciales, conservando y reflejando los ecos que aún conservo en mi memoria de las interesantísimas discusiones de Carmona. Después destacaré algunas de las conclusiones y de las reivindicaciones que considero importantes para ese programa económico feminista que debemos construir conjuntamente.

 

¿A vueltas con el viejo debate del feminismo entre igualdad y diferencia?

El gran dilema, origen de grandes disensiones, parece ser ahora el de la participación o no de las mujeres en “esta economía”. ¿Cómo es esto? Para situar a las personas que no hayan presenciado estos debates, aclaremos en primer lugar que existe un acuerdo generalizado en el feminismo en cuanto al diagnóstico de la situación. Refiramos también que el problema surge a la hora del “qué hacer”.

Algunas personas pensamos que debemos luchar por derribar los obstáculos para la incorporación plena de las mujeres al empleo formal (declarado, con derechos, no sumergido), a tiempo completo, durante toda la vida hasta la edad de la jubilación. Pues bien, cada vez que se avanza ese objetivo, surge el (quizás solo aparente) desacuerdo. Y es que algunas mujeres, ante las escandalosas y persistentes injusticias, se ven atraídas hacia una reacción comprensible: “no queremos esta economía”. Es lógica esta reacción, y lo primero que procede es comprenderla. El muro es tan grande que parece imposible de derribar.

Quienes defendemos a capa y espada el pleno empleo femenino (a tiempo completo y declarado) explicamos que este no es nuestro único ni último objetivo. Con sólo ponernos a ver cómo se conseguiría, llegamos inmediatamente al reparto de los cuidados, a los servicios públicos, etc, etc.). Decimos también que a nosotras tampoco nos gusta el mercado de trabajo actual y que tenemos que seguir luchando por transformarlo, junto con nuestros/as compañeros/as progresistas. Pero reiteramos el objetivo de que las mujeres sean económicamente independientes, incorporadas en pie de igualdad a todas las profesiones, a todos los niveles de decisión económica y empresarial.

Estas discusiones nos recuerdan, a quienes las vivimos, la histórica fractura del feminismo entre “igualdad” y “diferencia”. En la llamada ‘segunda ola de feminismo’, alrededor de las décadas de 1970 – 1980, estuvo en primer plano el debate sobre la participación de las mujeres en política. Muchas feministas sostenían que las mujeres no debíamos incorporarnos a los sistemas políticos e institucionales existentes porque son machistas. Así, se oponían a reivindicaciones como la paridad en las listas electorales, y consideraban perjudicial la participación de mujeres en partidos y sindicatos.

Pero este debate sobre la participación política está ya ampliamente superado. A casi nadie se le ocurre ya negar la conveniencia para las mujeres de los gobiernos paritarios o de las listas electorales cremallera (es decir, mujeres y hombres en posición alternada, como ya tienen por ejemplo en la CA de Andalucía). Comprendemos que la participación de las mujeres en política (esta política, la que hay) es en primer lugar una exigencia de normalización democrática; y que con eso bastaría para defenderla.

En cuanto a participación económica, sin embargo, el aparente dilema parece seguir en pie. Seguramente sea fácil entendernos si nos explicamos y nos escuchamos mejor. Si descendemos a los detalles, al análisis concreto de la situación concreta, veremos que estamos mucho más de acuerdo de lo que puede parecer a primera vista.

¿Deben incorporarse las mujeres a “esta economía”? Un falso dilema

En primer lugar, ¿cuál es realmente el dilema en la práctica? ¿Qué significa “incorporación de las mujeres a esta economía”? Hasta ahora hemos entendido que se trataba de si queríamos que las mujeres se incorporen al mercado de trabajo actual o no; pero seguramente no es esa la cuestión. Porque, ¿cómo sería posible que estuviéramos discutiendo sobre si las mujeres se incorporan o no al mercado de trabajo (actual), cuando en la realidad las mujeres están ya de sobra incorporadas? Atengámonos a los últimos datos anuales de la Encuesta de Población Activa, que corresponden al año 2012, y que se reflejan en los gráficos siguientes. Sin entrar a analizar detalladamente estos interesantes datos, destaquemos aquí la gran coincidencia entre las cifras correspondientes a los dos sexos para las edades de 20 a 30 años, tanto en cuanto a población activa como en cuanto a población ocupada. Cabe concluir que las jóvenes residentes en España se lanzan  masivamente al mercado de trabajo, dejando claro que la vocación de ama de casa es prácticamente inexistente.

Así que el dilema de si las mujeres se incorporan o no al mercado de trabajo es un falso dilema; esa pregunta ya ha sido contestada masivamente por las propias mujeres. Y los datos de la mayoría de los países del mundo van en el mismo sentido. La cuestión es, ¿en qué condiciones se encuentran las mujeres? Aquí también, cabe sostener, estamos de acuerdo todas las personas feministas: la situación no es aceptable.

Una situación inaceptable.- ¡Otra economía es posible!

Lo que también se observa es que con la edad aumentan las diferencias, disminuyendo la ocupación femenina; y en las edades tardías vuelven a acercarse las cifras de ambos sexos. En las edades centrales, se produce un trasvase de mujeres hacia las filas del paro y de la llamada “inactividad”. Además, sabemos que las mujeres son la inmensa mayoría de las empleadas a tiempo parcial (y que las dos causas principales de esta situación son: no haber podido encontrar trabajo a tiempo completo y tener responsabilidades familiares). Sabemos también que las mujeres están ampliamente representadas en todas las demás categorías de subempleo y empleo precario; y que sus salarios son muy inferiores a los masculinos.

Por otro lado, lo que consta como ‘inactividad’ en las estadísticas responde a dos situaciones: en primer lugar, lo que se llama oficialmente economía sumergida. En segundo lugar, el cuidado de criaturas y de dependientes en el hogar.

La economía sumergida es un gran problema social. En primer lugar, recordemos que el trabajo sumergido es un trabajo sin derechos, sin salario digno, sin protección de las personas consumidoras y usuarias. Es un trabajo que no genera prestaciones ni pensiones. Es una actividad que no genera cotizaciones ni impuestos. Las personas que trabajan en la economía sumergida son víctimas de todo tipo de abusos por parte de las empresas, o del autoempleo precario. La economía sumergida es, por definición, el mayor enemigo del trabajo digno.

Pues bien, la economía sumergida es especialmente femenina. En primer lugar, muchas categorías de empleo femenino registran altas tasas de informalidad. Por ejemplo el sector de empleadas de hogar, las ayudas familiares en el negocio del marido, el empleo a tiempo parcial, el trabajo agrario en explotaciones familiares… La situación se agrava por los muchos incentivos que empujan a las mujeres a la informalidad (por ejemplo la tributación conjunta de los matrimonios, la pensión de viudedad, el régimen de empleo de ayudas familiares, etc).

El cuidado en el hogar, por su parte, sigue obligando a muchas mujeres a abandonar sus puestos de trabajo. Esta actividad, catalogada en la Encuesta de Población Activa como “inactividad”, es otra forma de economía sumergida; también sin derechos laborales y sociales, sin salario, sin horarios, sin ambiente laboral, sin acumular derechos futuros, sin independencia económica. La situación de estas mujeres es igualmente dramática.  En cualquier caso, también las mujeres etiquetadas como “inactivas” están en “esta economía”, solo que en los pozos más profundos de ella.

En resumen, todas las personas estamos inmersas en el sistema económico actual, del que forma parte el trabajo productivo y reproductivo; aunque cuando el trabajo de cuidados se reduce al marco del hogar resulta invisiblilizado. Por otro lado, luchar por la igualdad en el empleo no significa aceptar “esta economía” tal cual es, ni mucho menos. Este es, posiblemente, otro malentendido persistente. Repitamos, pues, que comprendemos el grito de protesta que clama por otra economía, pues es indudable que esta economía no nos gusta. No nos gusta ni a las personas feministas, ni a las progresistas, altermundistas, indignadas, etc., etc.

Tenemos que transformarla entre todas las personas, incluso cambiarla por otra. No nos gusta ni para hombres ni para mujeres. ¿Cuál es entonces el (quizás solo aparente) desacuerdo?

La valoración del cuidado y la condición de ama de casa: viejos fantasmas y nuevas amenazas

Una de las grandes aportaciones de las economistas feministas ha consistido en visibilizar el trabajo doméstico y de cuidados en el hogar; lo que Cristina Carrasco denominó tan ilustrativamente “la parte sumergida del Iceberg”. No es que la economía oficial ignore la existencia de estos trabajos; de hecho las políticas públicas los tienen bien en cuenta a la hora de proporcionar incentivos para que las mujeres continúen asumiéndolos. Pero es cierto que se trata, como señalábamos, de un trabajo sin derechos, sin ingresos, sin consideración ni proyección social. Un trabajo que se da por supuesto y en el que quien lo realiza (fundamentalmente mujeres) resulta invisible. Un trabajo en condiciones inaceptables.

¿Podría cambiar la consideración social del trabajo doméstico si sigue realizándose masivamente por las mujeres en el ámbito del hogar? ¿Podrían las mujeres seguir siendo masivamente amas de casa, pero respetadas, valoradas, independientes económicamente, con las mismas pensiones, salarios y derechos sociales? No lo hemos visto en ninguna parte del mundo. En cualquier caso, ese también es un debate que la realidad ha sobrepasado: las mujeres hemos decidido masivamente dejar de ser amas de casa. La realidad ha cambiado enormemente en el último siglo: la parte sumergida del iceberg es más pequeña y ya no es exclusivamente femenina. Aunque con desigual fortuna, las mujeres hemos emergido masivamente.

Es evidente que las posturas feministas han evolucionado a la par que la realidad. Cabe afirmar que prácticamente ninguna feminista actual estará de acuerdo con potenciar el estatus del “ama de casa” para las mujeres. Existen muchos estudios de economistas feministas sobre las diferencias de género en los usos del tiempo; muchas estimaciones económicas sobre el valor del trabajo de cuidados. Pero hoy en día, a diferencia de hace medio siglo, estos trabajos no concluyen con la reivindicación del “salario al ama de casa”. ¿Por qué?

Muy sencillo: porque las economistas feministas saben que esa reivindicación, que tuvo un peso importante durante el Siglo XX en países como Alemania, ha conducido a la implantación de “paguitas” para el cuidado en el hogar. Estas paguitas, de las que en España ya tenemos experiencia con la Ley de Dependencia, tienen efectos muy negativos en la vida de las mujeres. Las economistas feministas conocen el problema de los incentivos a la permanencia de las mujeres en el hogar; esa situación inaceptable que denunciamos y que las mujeres masivamente han expresado su deseo de superar.

Así pues, existe un profundo acuerdo feminista, y entre las mujeres, en torno al rechazo a que el trabajo doméstico y de cuidados siga siendo femenino y reducido al marco del hogar. El reparto equitativo del cuidado entre todas las personas (la corresponsabilidad) y los servicios públicos son necesidades ampliamente asumidas. ¿De dónde vienen entonces las reticencias en los debates feministas?

El problema para algunas feministas surge cuando oímos rechazar la incorporación de las mujeres a esta economía, sin rechazar la incorporación de los hombres. Podríamos comprender a quien dijera que no quiere que los hombres se incorporen a esta economía, o que las personas en general se incorporen a esta economía. Pero nos saltan las alarmas cuando se identifica el trabajo de cuidados con “el trabajo que realizan las mujeres”. Probablemente se trate de otro malentendido.

Sin embargo, hay que comprender que aún hoy sigue habiendo fuerzas reaccionarias que promueven la permanencia de las mujeres en el hogar, o la vuelta al hogar. ¿Están superados estos fantasmas? Indudablemente siguen ahí, tanto a nivel de discurso como de políticas públicas. Cabe sostener que las feministas actuales que claman por “otra economía” no están en absoluto de acuerdo con esas trabas, con esa vía diferente que nos propone la reacción, sino todo lo contrario. Por ello, en lugar de enzarzarnos en diálogos de sordas, concentrémonos en los acuerdos que pueden conducirnos a la unidad de acción, como hacen todos los movimientos sociales que pretenden cambiar la realidad.

En conclusión: un programa feminista de reivindicaciones urgentes

Después de tres intensos días de debates, en muchos de los cuales parecían enfrentarse posturas irreconciliables, en el Congreso de Carmona se produjo un avance crucial para el movimiento feminista español. Este avance, escenificado en el plenario final, consistió en la constatación de que esos aparentes enfrentamientos no responden a desacuerdos profundos sino a reacciones comprensibles, a diferencias de lenguaje y/o a la expresión de las prioridades que a cada una nos parece que otras posturas descuidan o no ponen en primer plano. Es importante que tengamos paciencia para escucharnos, porque con la escucha profunda podemos llegar a deshacer malos entendidos.

Por otro lado, es cierto que podemos tener diferentes imaginarios y denominaciones sobre la sociedad a la que nos gustaría llegar a largo plazo, pero existe un enormemente valioso acuerdo: queremos eliminar el patriarcado, y en particular su marca económica: la división sexual del trabajo. Es muy importante que sigamos discutiendo sobre las implicaciones de este común objetivo; y sobre las relaciones que, según cada cual, tiene este objetivo con el sistema económico en su conjunto. Pero sepamos que este debate no se resuelve a corto plazo; y que cada una de nosotras puede matizar su posición como consecuencia del intercambio de ideas.

En el momento actual nos enfrentamos a una situación de emergencia social que va más allá de las desigualdades entre hombres y mujeres para afectar al conjunto de la ciudadanía. En este contexto, el movimiento feminista tiene un papel crucial. Formamos parte de los movimientos sociales, y en ellos debemos estar para aportar la visión feminista que demasiado frecuentemente es ignorada. Hoy en día cualquier política social tiene que contar con el hecho de que las mujeres somos la mitad de la ciudadanía. Debemos desterrar para siempre la idea de un movimiento social que ignore al 50% de su parte integrante (las mujeres) aceptando otra vía para ellas (nosotras); lo que sería una catástrofe para la sociedad en su conjunto.

Por ello, y ese fue el acuerdo más importante del Congreso, convenimos en que se impone avanzar en un programa de reivindicaciones feministas urgentes. Tengamos en cuenta que, aunque toda la sociedad debe cambiar (personas, empresas), como movimiento político nuestras reivindicaciones deben dirigirse fundamentalmente a los gobiernos. Así pues, desde el movimiento feminista, ¿qué le exigimos a los poderes públicos que hagan para aliviar el enorme sufrimiento de todas las personas, sin olvidar ni discriminar a ninguna? ¿Qué cambios en las políticas públicas tenemos que reclamar desde el feminismo, aquí y ahora, para avanzar hacia una sociedad sin dominaciones?

En el terreno de la acción veremos que es fácil ponernos de acuerdo. ¿Qué hacer? ¿Qué haríamos urgentemente si pudiéramos? ¿Qué políticas públicas eliminaríamos y qué medidas pondríamos en pie? ¿Cómo cambiaríamos la estructura de los presupuestos públicos? ¿Cómo organizaríamos los cuidados? ¿Qué normativas impondríamos a las empresas? ¿Cómo llevar a cabo esos cambios de manera realista y sin que ninguna persona resulte injustamente damnificada en el proceso?

En fin, muchas preguntas y muchas cuestiones a discutir; pero también contamos con una rica experiencia histórica internacional sobre los avances y retrocesos en igualdad. Tenemos muchos estudios de economistas feministas que analizan los impactos de unas y otras medidas sobre la realidad. Con todos estos elementos podemos avanzar hacia la unidad de acción, sin pretender un acuerdo completo pero sabiendo que tenemos muchos más acuerdos de los que imaginamos cuando nos centramos en confrontar visiones teóricas u objetivos globales a largo plazo.

Partiendo del consenso acerca de la necesidad de un programa de reivindicaciones urgentes, en el Plenario final del Congreso surgieron muchas de estas posibles reivindicaciones. Algunas de ellas habían aparecido como conclusiones de las sesiones de trabajo; otras fueron aportadas por las asistentes.

Creo que existe entre nosotras un acuerdo bastante amplio en que para luchar efectivamente contra la crisis y para avanzar hacia una sociedad equitativa y sostenible es absolutamente necesario establecer nuevas formas de producción y consumo; así como reorganizar los cuidados de las personas con un reparto igualitario entre mujeres y hombres del trabajo remunerado y no remunerado, a través de un presupuesto público que redistribuya los recursos a favor de la igualdad social y de género. Destacaré algunas de las medidas concretas que se propusieron y que me parecen importantes:

  • Plan integral de servicios públicos y de protección social que contemple las necesidades y los derechos fundamentales de todas las personas en igualdad:

a. Sistema público universal de atención a la dependencia y de educación infantil desde los 0 años.
b. Permisos iguales, intransferibles y pagados al 100% para cada persona progenitora, independientemente de su sexo o tipo de familia.

c. Prestaciones y servicios especiales para familias monoparentales.

d. Aumento del Fondo de garantía de pensiones impagadas para alimentos a hijas e hijos de personas divorciadas.
e. Aumento de las pensiones no contributivas hasta el mínimo de las contributivas.

f. Aumento de los recursos para la prevención y persecución de la violencia de género, acoso sexual y demás actitudes masculinas violentas, incluyendo prestaciones económicas adecuadas para las víctimas.

g. Derechos sexuales y reproductivos cubiertos al 100% por la Seguridad Social; en especial el derecho al aborto libre.
h. Subsidios de desempleo para todas las personas sin prestaciones.
i. Inclusión efectiva y plena de las empleadas de hogar en el Régimen General de la Seguridad Social y en el Estatuto de los Trabajadores.
j. Medidas para la racionalización de horarios: disminución del máximo de horas semanales de trabajo con restablecimiento del cómputo semanal; eliminación de los topes de cotización a la Seguridad Social y demás incentivos a las jornadas demasiado largas.
  • Que se eliminen del sistema de impuestos y prestaciones todos los incentivos al mantenimiento de la dependencia económica de las mujeres; en particular todas las prestaciones para el cuidado incompatibles con el trabajo asalariado, la tributación conjunta de los matrimonios en el IRPF y las medidas de fomento del empleo a tiempo parcial.

Muchas otras medidas se propusieron, como la inclusión de la igualdad de género en las relaciones internacionales; la resistencia ante el desmantelamiento de los servicios públicos, del sistema de pensiones y de toda la protección social; la oposición a las privatizaciones y a las políticas que ponen el pago de la deuda pública por encima de la sostenibilidad de la vida y de los derechos económicos y sociales de las personas; o la oposición al desmantelamiento de las políticas y organismos de igualdad.

Las medidas que he mencionado no pretenden constituir una lista completa. Lo importante es que continuemos con el estudio, el debate y la lucha feminista, para construir ese programa de reivindicaciones urgentes frente al neoliberalismo y al patriarcado que queremos construir entre todas. El congreso de Carmona marcó un hito en este sentido y un camino a seguir; hasta siempre



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