Trasversales
José Luis Carretero

Compartiendo el conocimiento: la democracia cognitiva

Fragmento (pp. 73-80) de La autogestión viva, José Luis Carretero, Queimada Ediciones, con autorización del autor y de la editorial


Revista Trasversales número 31 febrero 2014

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José Luis Carretero Miramar
es profesor de Formación y Orientación Laboral. Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).



Nunca como hasta ahora el cuerpo de conocimientos generales de la sociedad ha sido tan amplio, ni su dominio ha representado una circunstancia tan importante para la vida social. De hecho, hasta ha llegado a hablarse, desde ciertos sectores, de un capitalismo cognitivo, articulado por lo que Marx denominó en su día como el General intellect, el conjunto de conocimientos y saberes construidos socialmente que alimenta la productividad del sistema económico moderno.

El régimen de la propiedad y las posibilidades de uso de esa gran masa de capacidades culturales y científicas, por tanto, resulta de una importancia estratégica para el funcionamiento actual de los mercados globales, para la puesta en marcha de los mecanismos de producción y de extracción del plusvalor.

Cómo y qué se aprende, cómo y qué se crea o se investiga, cómo o quienes tienen acceso a lo ya desarrollado… todo eso configura un campo esencial de batalla en una economía cada vez más mecanizada y automatizada y, al tiempo, desmaterializada, en el sentido de sustentada sobre crecientes dosis de complejidad cultural.

Los derechos de autor, la protección de patentes y marcas o el régimen de la propiedad intelectual y de distribución y generación de los saberes sociales conforman, pues, elementos centrales en la constitución de un marco amigable a los intereses del mercado y de las grandes empresas transnacionales que dominan nuestro mundo.

Pero en eso, como en todo, la creatividad de la gente también está constituyendo alternativas autogestionarias y cooperativas. Porque, al fin y al cabo, lo cultural y lo social son indisolubles en sociedades cada vez más complejas, y porque en el mundo de la mixtura y la producción masiva cada vez es más difícil identificar un autor único para cada artefacto cultural. Porque el conocimiento, como el arte o cualquier otro saber, cada vez es más un producto colectivo, alimentado por un contexto crecientemente complejo y recombinante. El producto de lo que algunos han llamado, precisamente por ello, el procomún.

Y, por supuesto, todo esto alcanza mayores cotas de importancia y desarrollo a la luz de las nuevas Tecnologías de la Informa­ción y la Comunicación que, como internet, han transformado profundamente la totalidad del marco de funcionamiento del mundo del saber.

En la red de redes, la emergencia de proyectos cooperativos, basados en el acto de compartir información o distintos recursos entre los usuarios y en la gestión colectiva del espacio común, es cada vez más acusada.

Desde los ya tradicionales “medios de contrainformación” muchos de ellos con elementos de autopublicación por parte de sus usuarios, como lahaine.org, portaloaca.org, kaosenlared.net, alasbarricadas.org… hasta las modernas redes sociales que permiten la interacción de los participantes de maneras variadas y crecientemente complejas y ajenas a las plataformas comerciales (como N-1, la red social ligada al Movi­miento 15-M), pasando por plataformas de crowdfunding (Goteo.org) o de facilitación de tareas activistas como la recogida de firmas (Change.org), y llegando, incluso a páginas web para compartir explícitamente los saberes de todos los participantes como el Banco Común del Conocimiento.

Todo ello embebido, además, por la irrupción del llamado “software libre”(como el del conocido sistema operativo Linux), que permite generar colectivamente programas informáticos, libremente modificables y fácilmente disponibles, al margen de la industria transnacional del sector. La generación de dicho software se basa en las siguientes libertades básicas concedidas a los usuarios, según formulación de Richard Stallman.

Libertad 0: poder usar el programa sin restricciones.

Libertad 1: poder estudiarlo y adaptarlo a necesidades particulares.

Libertad 2: poder redistribuirlo.

Libertad 3: poderlo mejorar y publicar las mejoras.

Para poder acceder a estas libertades es necesario que el código fuente (la programación básica efectuada en lenguaje informático) sea libremente accesible y no venga cifrado o codificado, como en los programas comerciales.

El mecanismo que se usa para garantizar estas libertades es la distribución del software previa protección por una serie de licencias específicamente adaptadas a él y que imposibilitan su apropiación exclusiva por las redes comerciales. Cuando dichas licencias, además, permiten la redistribución del software sólo si se garantiza a quien lo recibe las mismas libertades que las que otorgó el productor del programa, se habla del llamado “copyleft” en oposición al copyright utilizado en entornos comerciales y de software “propietario”.

Dentro de dicho ámbito del Copyleft, encontramos las cada vez más populares licencias Creative Commons, que permiten compartir y publicar contenidos de todo tipo (textos, música, imágenes…). Se trata de licencias a la carta, adaptables a las necesidades del autor y a los límites que quiera poner a las capacidades de uso del contenido por sus receptores. Básicamente se construyen en torno a tres fáciles preguntas que ha de contestar el autor de la obra a publicar:

1.- ¿Quieres permitir el uso comercial de tu obra?

2.-¿Quieres permitir que otros hagan modificaciones a tu obra?

3.- Y en el caso de que permitas que se ha­gan modificaciones, ¿quieres que se compartan obligatoriamente de la misma manera que lo has hecho tú, es decir, con la misma licencia?

Un paso más extremo que el copyleft lo constituye el llamado copyfarleft, como el constituido por la Peer Production License, en la que, además de lo indicado en el caso de las licencias Creative Commons, el contenido protegido sólo puede ser comercialmente distribuido por empresas dirigidas por los propios trabajadores, en las que los beneficios son colectivos.

La importancia esencial de todo este marco de licencias radica, precisamente, en la posibilidad que inauguran de compartir libremente el conocimiento y las obras in­te­lectuales y artísticas, superando las barreras impuestas por el régimen de derechos de autor capitalista, al tiempo que se protegen, en lo posible, las necesidades y los in­tereses de los creadores. Además, se trata de un campo de la realidad, de creciente importancia en la actualidad, y que ha sido generado de manera colaborativa por innumerables usuarios de internet.

Pero, por supuesto, no todo el mundo del saber tiene directa implicación con internet. Los espacios de colaboración cognitiva y de aprendizaje mutuo o cooperativo también existen fuera del mundo “virtual”.

Es más, el tema de la enseñanza colaborativa y autogestionaria es, precisamente, un asunto muy cercano a todas las tradiciones progresistas e iluministas provenientes del movimiento obrero y de los movimientos sociales de los años 60.

Partiendo de experiencias como las de las escuelas libertarias y racionalistas de la España previa a la Guerra Civil (como la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia, en Barcelona, o la Escuela Neutra de Eleuterio Quintanilla, en Asturias), pasando por los métodos pedagógicos de Tolstoy en Yasnaya Polayna, de Paul Robin en el internado de Cempuis, o de Vygostky y Makarenko en la URSS, para llegar a perspectivas tan variadas como las de Paulo Freire, Hugo Assmann o la de la escuela de Summerhill, en los sesenta, la cuestión de la enseñanza participativa y colaborativa ha estado siempre de actualidad.

Se trata de una enseñanza que huye de las clases magistrales y de la diferenciación, en términos de poder, entre docente y discente, y que se fundamenta en la pedagogía de la colaboración y la experimentación y en prácticas no directivas y de investigación participativa.

De hecho, hoy en día, se suceden las iniciativas de formación y enseñanza animadas por ese tipo de perspectivas desde casi todos los ámbitos. Empecemos por la formación no reglada y aprendizaje mutuo como en el caso de proyectos como Nociones Comunes o la Universidad Nó­ma­da, en Madrid; experiencias de aprendizaje popular y formación de adultos como en la Escuela Popular de Prosperidad; grupos de análisis y desarrollo como el Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA) o el Seminari Taifa, en Barcelona…

Y, también, por supuesto, en la formación homologada por cauces oficiales, con iniciativas de escuelas libres y libertarias, como la afamada Paideia, inspirada por Josefina Martín Luengo, en Extremadura, o la escuela infantil “Pequeño compañero” en Villaverde (Madrid).

Además de, por supuesto, las experiencias de autogestión y enseñanza colaborativa que también se han generado en el ámbito de la educación pública (pronto desentrañaremos qué se quiere decir con ese concepto) como las llevadas a cabo en el colegio de primaria Trabenco, o las animadas por redes de docentes autogestionadas y asamblearias que usan todos los resquicios que el sistema permite para adentrarse en las procelosas aguas de la colaboración y la pedagogía convivencial y concienciadora, como la Red IES (Investigación y Re­novación Escolar) o los Movimientos de Renovación Pedagógica (MRPs).

Por tanto, pedagogía transformadora, códigos abiertos y licencias libres; contrainformación y textos colaborativos. El conocimiento, siguiendo lo más profundo del lado utópico de la modernidad, también puede ser compartido.

Veamos algunos ejemplos.

Nodo 50. Contrainformación en la red

http://info.nodo50.org

Nacido en el año 1994, el proyecto Nodo 50 consiste en un gran proveedor de servicios de internet, sin ánimo de lucro, explícitamente ligado a los movimientos sociales.

Ofrece formación, contenidos y servicios comunicativos a una miríada de casi 1500 organizaciones del Estado Español y Latinoamérica con vocación antagonista y alternativa.

Maneja casi 500 listas de correos y más de 3000 buzones, y en su seno se desenvuelven al menos 4 radios libres por internet. En Nodo 50 se alojan organizaciones de lo más variado, como los portales Alasba­rricadas o Kaosenlared, o como co­lec­tivos como el Ateneo Libertario Al Mar­gen (Valencia), Andalucía Acoge, la Biblioteca Popular José Ingenieros (Buenos Aires, Argentina), el Centro de Documentación y Denuncia de la Tortura, o el Centro Cris­tiano de Reflexión y Diálogo de Cuba.

Ofrece servicios como el acceso a internet, el diseño de páginas web, el streaming (audio en la red), registro de dominios o formación en temas informáticos y programación de aplicaciones.

Un secreto (aunque no lo es tanto): la mayoría de las iniciativas sociales de las que usted ha oído hablar, probablemente, se alojan en Nodo 50.

Platoniq y el Banco Común de Conocimientos. Innovación libre

http://www.youcoop.org

La plataforma Platoniq es una iniciativa dedicada a facilitar procesos de cooperación e innovación social distribuidos por medio de dinámicas, metodologías y talleres para inducir cambios culturales en ONGs, instituciones, cooperativas o em­presas del ámbito social.

Se trata de una organización internacional de productores culturales y desarrolladores de software, pionera en la cultura copyleft en España. Desde 2003 colabora con el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

Ha animado proyectos como la web de crowfunding Goteo.org o el servidor público de streaming Open Server. Fue la autora de la primera licencia copyleft de uso legal en nuestro país (Aire Incondicional) en el año 2004, desarrollada para aplicarla a los contenidos de la exposición del mismo nombre realizada en el Centro de Arte Stedhalle de Zurich.

Además, impulsó el Banco Común de Conocimientos, nacido en 2006, como laboratorio de educación mutua de ciudadano a ciudadano, integrado en el movimiento internacional Open Knowledge, que trata de aplicar los principios del software libre a las dinámicas colectivas de aprendizaje.

El BCC organizaba acciones y momentos de intercambio público y presencial de saberes. Una de las experiencias inspiradas en él, llevada a cabo en un instituto público de Sevilla con la colaboración de alumnos y profesores que compartían mutuamente sus conocimientos, dio lugar al documental “La educación expandida”.

Colaboración cultural y software libre. Lo que siempre hemos querido, aprender sin trabas.

Escuela Popular de Prosperidad La autogestión sostenida http://prosperesiste.nodo50.org

Si preguntáramos a alguien conocedor del tema por la iniciativa autogestionaria decana de la ciudad de Madrid, probablemente nos hablaría de “La Prospe”. La Escuela Popular de Personas Adultas de Prospe­ridad, nació en el año 1973, animada por el fulgor participativo que dio vida a las movilizaciones populares en la Transición española.

Se caracteriza a sí misma por ser una asociación autónoma de cualquier partido, sindicato o centro de poder; que se sostiene con las cuotas de alumnos, monitores, socios y alguna subvención; que funciona de manera totalmente asamblearia y sobre la base del reparto del trabajo, tanto pedagógico como del resto de actividades como la contabilidad, limpieza, etc.

Su apuesta pedagógica parte de las doctrinas de Paulo Freire, centradas en la educación concientizadora y en una metodología basada en la participación y no en la competición. Se trata de estudiar realidades del mundo cercano al aula, y de tomar postura ante los problemas sociales, utilizando mecanismos de autoevaluación y coevaluación asamblearia.

En estos momentos (curso 2011-2012) en la Escuela funcionan los siguientes proyectos: clases de español para inmigrantes, Grupo de Aprendizaje Colectivo sobre medios audiovisuales y contrainformación, clases de árabe clásico, clases de Tai-Chi, Grupo de Apoyo a Sin Papeles, Grupo de Aprendizaje Colectivo Generos@s (colectivo mixto de estudios sobre el género), ASPACEN (grupo de ocio para personas con diversidad funcional intelectual), Biblioteca, tienda gratis…

También se realizan charlas, cinefórums, jornadas (como la Feria del Libro Anar­quis­ta de Madrid), excursiones, etc.

Un espacio para todos. Un espacio para aprender tomando conciencia.



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