Trasversales
Orlando Fernández Casanueva

Vieja política versus nueva política


Revista Trasversales número 32, junio-septiembre 2014 (web)


Orlando Fernández es licenciado en Bellas Artes y trabaja como autónomo en el sector de las artes visuales y los nuevos medios de comunicación.

Implicado en el activismo social de los movimientos indignados asturianos fue candidato en las pasadas elecciones europeas por Podemos.

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Si en algo hubo consenso a la hora de definir el 15M fue referirse a él como algo nuevo. Ahora bien, algo nuevo circunscrito al plano social porque mientras no fue amenaza para el poder no se aludió a él como sujeto político de cambio, al menos de cambio inmediato. Bien es cierto que contribuyó a generar una fortísima conciencia política y el reencuentro de muchísimos ciudadanos con la política. Ese feliz acontecimiento ha hecho que en nuestro país se haya cohesionado un frente de resistencia civil que es puntal de proyectos de transformación directos y a corto plazo, también en el plano político electoral. Unos ya han llegado y otros llegarán.

En ese contexto se encuadra Podemos. No como el partido del 15M, porque el 15M no necesita a nadie para representarlo, sino como una posible traslación post15M al escenario electoral de, sino todo, parte del ideario e imaginario del 15M.

Si con el 15M se habló de la irrupción de algo nuevo con Podemos pasa algo parecido. Y es que ahora, sobre todo tras el éxito electoral del 25M y el arranque fundacional del partido que culminará en octubre, se habla de nueva política. Pero ¿qué es eso de la nueva política? Y tomando como anclaje la emergencia de Podemos ¿A qué retos se enfrenta Podemos en este proceso como valedor de esa nueva forma de hacer política?

Sin ánimo de ser exhaustivo expongo aquí un conjunto de dilemas que al menos ayuden a definir los límites del tablero de juego y quizás a través de la oposición de los contrarios encontrar la luz de los puntos intermedios. Siendo el grafo resultante, es decir, la organización propuesta un verbo y no un sustantivo (Latour, 2005).

Algunos enunciados de este acercamiento poliédrico de opuestos podrían ser: militancia vs activismo, centralidad vs periferia, jerarquía vs horizontalidad, ideología vs praxis, individualidad vs colectividad, pensamiento único vs polifonía, partido vs movimiento, viejo vs nuevo y por último, analógico vs digital.

Redefinir el papel de los actores

Es recurrente en diversos foros, estudios y artículos los llamamientos a redefinir el concepto de afiliado y militante. Incluso las etimologías de ambas palabras chirrían. Hasta ahora la participación de un ciudadano en la vida de un grupo sociopolítico era una suerte de inmersión en grados: simpatizante, votante, afiliado, liberado, etc. A mayor rango, mayor grado de inserción en la organización, mayor grado de conocimiento y por último, mayor capacidad de decisión. Es decir, mayor grado en el escalafón de mando. La degradación de este proceso nos ha llevado a las mecánicas absurdas de los “viejas organizaciones” donde pequeñas oligarquías gobiernan a su antojo sobre las bases de simpatizantes-afiliados. Aunque todos ellos se definirán como demócratas vemos como la distancia entre el vértice y la base es tal que se vuelve totalmente infranqueable. Quizás el caso más dramático es el de los grandes sindicatos con cúpulas que una y otra vez marcan líneas de acción diametralmente opuestas a lo que demandas sus bases. Es decir, lo ‘viejo’ en este caso se manifiesta en el alto índice de centralidad de la organización donde sus dirigentes tienen una gran capacidad para imponer sus criterios.

El avispado lector seguro que sabrá reconocer muchas de las causas de este desajuste. Yo particularmente, destacaría dos.

De un lado, el engorde de los aparatos y la multiplicación de los aparatichi de los partidos. Dicho sea de paso, necesitados de fuertes ingresos para su sostenimiento -una de las razones de la rampante corrupción política en nuestro país- y el desarrollo de un fuerte clientelismo. Estas tecno-estructuras generalmente han venido operando como lastres y han dificultado hasta la extenuación cualquier corriente regeneradora que pudiera amenazar su estado de confort.

Ante esto, el sentido común dice que lo adecuado es obrar con austeridad y ser prudente a la hora de crecer. Por poner un ejemplo, aunque el flujo de ingresos crezca merced de las subvenciones por unos buenos resultados electorales o el incremento de las aportaciones de los simpatizantes, en nada conviene que este flujo se traduzca en aumentar los gastos fijos de la organización.

La segunda de las causas de esta lejanía sería la carencia de mecanismos de control por parte de las bases. En particular tres: limitación de mandatos, primarias y, en mi opinión la más importante, la implementación de mecanismos revocatorios eficaces.

Las experiencias de democracia líquida bien pueden servir para multiplicar el control democrático. Es decir, implantan sistemas que incluyan la posibilidad de delegación de voto revocable de forma instantánea, de ahí su liquidez.

Así, por usar una metáfora, los partidos y los sindicatos ‘viejos’ se han convertido en náufragos agitados por la olas de un mar sin horizonte a la vista. Asidos a las ruinas de su balsa, los náufragos se alejan de la tierra firme donde la gente común hace su vida y aunque, a veces se les hacen señales, ellos nos las ven. Estas señales son los mensajes que han venido lanzando movimientos sociales y ciudadanía desde hace mucho tiempo tratando de llamar su atención.

Es lógico que si queremos lanzar un ‘nuevo’ bote al mar, llamado Podemos, hagamos navegación de cabotaje y no nos alejemos de la costa para no perder de vista la tierra desde donde embarcamos.

Y para mantener esa cercanía, es necesario también disolver la diferenciación entre fuera y dentro. La ubicación a un lado u otro de la raya no puede basarse sólo en quién paga una cuota y por ende quién tiene derecho a elegir o ser elegido. Si la organización aspira a desarrollar un sistema democrático ideal, el foco no debería estar en el cuerpo orgánico sino en el cuerpo expandido; es decir, los militantes son todos aquellos que participan en la toma de decisiones de modo deliberativo, estén o no estén integrados orgánicamente en el partido. Estas decisiones afectan fundamentalmente en lo que a las líneas políticas, programáticas o estratégicas se refiere. El papel de los militantes orgánicos sería entonces el de poner al servicio del cuerpo expandido las herramientas necesarias para ejercer de modo compartido el gobierno de la organización.

Este contexto apunta el papel fundamental que las asambleas locales de las nuevas organizaciones, en el caso de Podemos: los Círculos, están llamadas a ocupar no sólo como unidades orgánicas de una estructura sino como capa permeable a todas las aportaciones (iniciativas e ideas) que lleguen del exterior. Círculos–asambleas organizadas entre sí a modo de enjambre como miembros autónomos altamente conectados entre ellos pero no dependientes de un hub central.

De ahí, que sea necesario abrir en los Círculos un debate franco sobre su naturaleza, función y funcionamiento. Tenemos la oportunidad de probar y por lo tanto de acertar o fallar pero que el resultado no dependa de la falta de ambición y el cortoplacismo, y mucho de menos del electoralismo.