Trasversales
Luis M. Sáenz

No son monárquicos... son del régimen

Revista Trasversales número 31  junio 2014 (web)

Textos del autor en Trasversales

Versión abreviada

El debate sobre si los dirigentes del PSOE y la inmensa mayoría de sus diputados son monárquicos o republicanos que votan a favor de la coronación está algo desenfocado. En realidad, no son monárquicos, son del RÉGIMEN.

Este régimen se basa en un pacto entre las élites económicas del capitalismo, algunas élites políticas (fundamentalmente, pero no sólo, las procedentes del franquismo -hoy las del PP- y la cúpula del PSOE) y una dinastía cuya función no ha sido la de "mandar" sino la de simbolizar la eternidad de ese pacto y la del propio régimen. En ese sentido, siendo muy positivo y digno de saludo que amplios sectores de la base del PSOE hayan iniciado un proceso de rebelión crítica por el apoyo dado por la inmensa mayoría de sus dirigentes, diputados y senadores a la coronación, esa rebelión se agotará y esfumará si al espíritu republicano no se une un espiritu social que les haga también y sobre todo romper con quienes propusieron y votaron la reforma de la Constitución y con quienes votaron los recortes sociales iniciados en mayo de 2010.

Los que han apoyado la coronación no lo hacen para salvar a la monarquía, sino para salvar todos los privilegios de las élites. Ese pacto, en su origen, para lograr cierta aceptación social en un momento de fuerte tensión política y social, incluía una inevitable "salida del franquismo" con mejora de los derechos políticos respecto al franquismo y con un margen limitado, pero real, para para el progreso de determinados derechos sociales si había presión de la población (por ejemplo, fueron importantes los que en su momento hubo en sanidad, pensiones e incluso educación).

En este momento, el RÉGIMEN se mantiene pero se transforma a sí mismo vaciándose de derechos sociales y políticos, en una especie de "golpe de Estado" desde el Estado. La apuesta de las élites en este momento es sostener el entramado de dominación del régimen pero sin el "pacto social" implícito que le daba estabilidad sobre la base de que la población aceptarse ignorar el manejo oligárquico de la política y la economía si a la mayoría -nunca a toda- se le permitía cierto nivel de prosperidad relativa y de seguridad.

La abdicación y la coronación responden al descrédito del régimen en su conjunto, que ha acompañado a la guerra social que nos han declarado y a la evidencia de los abusos y privilegios de los mismos que nos impone lo que llaman "austeridad" pero es precariedad y miserabilización. Acabo de leer un artículo en el que se dice que la monarquía es el eslabón débil del régimen, pero eso hay que matizarlo mucho. Si se refiere a que la "casa real" manda y decide mucho menos que las élites económicas y las cúpulas del PP y el PSOE, de acuerdo, así es, pues la función de la monarquía en España no es mandar sino proteger a quienes mandan. Pero si quiere decir que es el eslabón socialmente más frágil del régimen, aquel sobre el que hay que centrar ahora todos los golpes para romper la cadena del régimen, no es cierto; en estos momentos, el prestigio social de Felipe VI es mucho mayor -aunque sería más preciso decir que su desprestigio es mucho menor- que el de los grandes capitalistas, los dirigentes patronales, Rajoy o Rubalcaba. Por eso han hecho una operación inteligente, lanzar una "renovación" por el único lugar en el que en este momento podían hacerlo, con alguien menos quemado, con el propósito de que una parte de la población indignada dé al régimen un margen de confianza o al menos un "periodo de prueba" y que el activismo social se desvíe de los objetivos que nos han unido para centrarse sólo en una reivindicación "republicanista" que le aisle de una gran parte de la poblaciòn indignada. Sigamos nuestra ruta.

Moviendo una pieza y sustituyéndola por otra menos quemada y con mejor imagen que el resto de la casa real, que los líderes del PP y del PSOE y que los banqueros y los grandes grupos capitalistas, tratan de protegerse todos ellos, no sólo salvar de la monarquía. Salvar a la monarquía es un medio en una coyuntura dada, pero no el fin. El fin es salvar al régimen, es decir, al pacto de dominación que sustituyó a aquel en que se basaba el franquismo, que se había hecho ya incapaz de generar hegemonía, que es exactamente lo mismo que le está ocurriendo al actual régimen.

No se trata, por tanto, de que la resistencia social a este régimen y a la propia coronación comience a girar en torno a cambiar una bandera estatal por otra (la bandera, si es que hace falta una, deberá decidirla la población en un proceso democrático, sin dar nada por hecho de antemano), ni a un rey por un presidente, ni de "volver" a ningún momento del pasado en el que existiera una "idílica" república. Si queremos una referencia histórica de la que podamos aprender algo, sin imitaciones absurda y anacrónicas, esa no puede ser el "Estado republicano" como forma política fetichista desvinculada del conflicto social, sino las grandes corrientes sociales, especialmente un movimiento obrero muy potente y organizado (en torno a CNT y UGT), que llevaron al derrumbe de la monarquía -por el que el antiestatalista anarcosindicalismo hizo mucho más que el republicano Azaña-, a ciertos logros sociales -en educación sobre todo- y políticos en una República que también generó frustraciones y traicionó aspiraciones, a una resistencia admirable al golpe franquista, surgida del pueblo, no de las instituciones republicanas.

Una república admite muchos contenidos. No deberíamos olvidar que las élites económicas y políticas que hoy han aplaudido a Felipe VI podrían, si éste deja de ser útil a sus intereses, hacerse "republicanos" de una república reaccionaria. Y si insistimos en hacer historia, aunque no es sobre ella sobre la que podemos construir la alianza social que necesitamos, habría que recordar que la revolución asturiana de Octubre de 1934 fue ahogada en sangre por un gobierno de la II República, frente al que se alzó Asturias porque ese gobierno ultraderechista estaba desmantelando todos los logros democráticos y sociales y reprimiendo con violencia la lucha social. Identificar la II República con los intereses populares es un error, la II República fue parte del escenario en el que se desarrolló un profundo conflicto social entre las clases trabajadoras y las oligarquías capitalistas, terratenientes, aristocráticas y clericales.

Pero volviendo a la actualidad, que es lo más urgente, la tarea que tenemos las gentes comunes e indignadas no es sólo cambiar un rey por un presidente, se trata de algo mucho más ambicioso y a la vez más aglutinador de voluntades, se trata de derrotar a este Régimen, a la alianza de las aristocracias económicas, políticas y dinásticas, para defender y ampliar nuestros derechos sociales, para una profunda reforma fiscal, para generar una participación democrática de la población en todo lo que nos afecta, para crear mejores condiciones para cuestionar todo este sistema de privilegio de unos pocos.

Necesitamos otra organización de la vida política y social con más justicia, libertad y solidaridad. Sin duda, esa organización democrática no podrá ser monárquica, será republicana, pero no queremos simplemente cambiar monarquía por república, queremos salir de este régimen para crear democracia, para garantizar el derecho a techo a todo el mundo, y la sanidad de calidad para toda la población, y que nadie padezca hambre ni sufra que le corten el agua o la luz, que cada mujer pueda abortar si quiere y que reine la igualdad, que nadie decida a espaldas del pueblo, que no pisoteen los derechos laborales, etc. Queremos otro régimen porque queremos libertad y una vida digna. Los detalles los decidiremos en común cuando tengamos democracia.

Ahora bien si queremos decidir en liberdad sobre todo lo que nos afecta, a ellos hay que echarlos. A este gobierno y a este régimen. Ellos no nos van a dejar decidir, ni van a convocar un referéndum. Para decidir, hay que echarlos, con todos los recursos pacíficos en nuestras manos, con la movilización, con la generación de espacios de solidaridad y organización popular, con el voto también, en las elecciones municipales, en las elecciones generales. Hay que destituirlos para iniciar un proceso constituyente de la democracia. Un proceso que ya ha comenzado como proceso constituyente social pero que requiere un proceso destituyente para abrir paso a un proceso constituyente de la constitución política y material de nuestra sociedad.

Sí, se puede, si nos unimos y persistimos y utilizamos todos los recursos disponibles. Y no cometamos de nuevo el error de depositar nuestro futuro en otras manos y decirnos "ya está, ya está Podemos -o IU, o cualquier otra fuerza política- , ya hay alguien que lo hará". No, no podemos delegar en que una parte de nosotras y nosotros lo hagan. La experiencia de Podemos en las elecciones europeas, como la de la Marea Blanca en Madrid o la del movimiento contra los desahucios, demuestra precisamente que podemos hacer posible lo que se empeñan en decirnos que es imposible, pero sólo podremos si todas y todos asumimos nuestra responsabilidad, sólo podremos si lo hacemos juntas todas y todos, en alianza.

Sólo entre (casi) todas y todos podremos crear una democracia en la que todas y todos contemos. Nadie nos salvará, la salud social depende del esfuerzo común, sin jerarquías, sin desprecios, sin rencillas.




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