Trasversales
Tania Sánchez Melero

Una ola que no se puede parar

Revista Trasversales número 33 (segunda época) [110 serie histórica] (papel), octubre 2014-enero 2015

Entrevista a Tania Sánchez Melero, diputada de Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid. Licenciada en Antropología y diplomada en Educación Social

Esta entrevista se realizó el 29 de septiembre de 2014





Desde mayo 2010, sufrimos un proceso acelerado de degradación social, pérdida de derechos y precarización. Sin embargo Rajoy anuncia una recuperación con "raíces vigorosas". ¿La hay?

Hoy mismo se han publicado los datos del IPC y vuelve a estar en caída, con peligro de deflación. Eso significa que ni siquiera los datos macroeconómicos a los que se agarra el Gobierno justifican esa euforia. Hay dos razones por las que no se puede hablar de "raíces vigorosas". Una es que no se hecho nada en lo mollar del sistema productivo para dejar de ser un país dependiente del turismo y del ladrillo, lo que nos sitúa en la periferia de la UE. Mientras Alemania y otros países asumen el desarrollo industrial y la innovación, el Sur se limita a proporcionar mano de obra muy cualificada pero barata y a ser destino de ocio y especulación. La segunda razón es que los datos sobre la vida cotidiana de la gente siguen siendo dramáticos. Todo esto no es nuevo, la economía española ha ido viviendo ciclos de crisis y ciclos de burbujas, posponiendo siempre la transformación de una estructura productiva no capacitada para garantizar una vida digna a la mayoría de la población. No puede haber "raíces vigorosas" sin transformación profunda.

La reconversión industrial de los años noventa, el desmantelamiento de las estructuras de servicios públicos vitales como la energía, la entrega de todos los procesos económicos a instituciones financiarizadas sin control público, determinan una economía de expolio y un capitalismo de amiguetes con una minoría cada vez más rica, con una mayoría cada vez más pobre y una clase media en desaparición. Caminamos hacia el subdesarrollo. En esas condiciones hablar de recuperación con raíces vigorosas sólo significa que el Gobierno intenta salvar con marketing lo que no puede salvar con política, porque no tiene un proyecto para este país por mucho que se envuelva en banderas. El centro de un proyecto de país tiene que ser el desarrollo y bienestar de sus gentes, lo que se basa en el reparto de la riqueza, no hay bienestar en un país si no se basa en el reparto equilibrado de la riqueza que produce.


La crisis social también tiene expresión en el terreno de lo político y lo institucional. Tenemos la impresión de que ha habido un giro represivo y autoritario del régimen, pero que eso no ha acallado la indignación social. ¿Estamos ante una crisis del régimen de 1978?

La crisis del régimen se produce en la medida que sus élites dirigentes rompen un pacto transicional por el que no era posible cuestionar al poder económico ni a instituciones como la Justicia o la monarquía, que quedaban al margen del avance democrático del país, a cambio de cierto reparto de la riqueza. Ese "pacto" lo rompen las élites, que deciden que para mantener su cuota de beneficios tienen que recortar las condiciones de vida de la gente normal. La crisis del régimen no la inicia la movilización de la ciudadanía, son las élites las que convierten la Constitución en papel mojado. La ciudadanía reacciona ante eso. Esto lo han hecho sucesivos gobiernos, pues hay que recordar que el 15M, que venía gestándose tiempo atrás en las luchas por la vivienda y de la juventud, surge en 2011 como respuesta a la represión de esas movilizaciones. El PP profundiza esa estrategia y la institucionaliza y lleva a las leyes, según una lógica clásica por la que quien carece de autoridad política para imponer unas reformas intenta hacerlo con la represión. Y no se trata sólo de la prohibición de grabar actuaciones policiales o de la represión contra sindicalistas, sino también del manejo del miedo como elemento disciplinador de una sociedad, un miedo que no sólo tiene que ver con la represión, sino que también es miedo a no poder dar de comer a tus hijos o a no poder pagar la hipoteca.Ya dijo Naomi Klein que las sociedades en shock son caldo de cultivo para retrocesos profundos en derechos fundamentales, y eso es lo que estamos viviendo.

La ciudadanía no se ha replegado porque no tiene nada que perder. Pensad en las personas que en los años 90 fueron jóvenes en paro y hoy se encuentran de nuevo en esa situación a los 45 años, o en los jóvenes que antes podían aceptar cierta precariedad pensando que más tarde les iría mejor pero que ahora no ven ninguna perspectiva de futuro, y si no hay esa perspectiva entonces la única alternativa es luchar para cambiar las cosas, lo que abre una "ventana de oportunidad" en el marco más importante de cara a conseguir transformaciones, que es la capacidad de la mayoría social para imaginar una forma distinta de organizar la vida colectiva. Por eso fracasa cualquier respuesta represiva. Crece una ola que no se puede parar con represión y policía.


En ocasiones, tras resaltar la importancia de la reacción social y de las movilizaciones, también has añadido que "no es suficiente, no basta con resistir, no basta con protestar". ¿A qué te referías?

Durante los 30 años anteriores a esta crisis se estableció una forma de relación entre ciudadanía e instituciones por la que la ciudadanía y la sociedad civil organizadas podían oponerse a las decisiones de las instituciones y denunciar situaciones esperando que las instituciones reaccionasen ante ellas. Ahora da igual las veces que exijas a los mandatarios que resuelvan un problema, no pueden hacerlo porque eso supondría renunciar a su modelo económico y social y al proyecto que han desarrollado con la excusa de la crisis. Por tanto, hace falta que la protesta y la movilización se conviertan también en una fuerza capaz de dos cosas. Una, que ya viene haciéndose, es la reorganización social para dar respuesta inmediata a las necesidades urgentes de la sociedad (PAH, redes de solidaridad popular, comedores populares, universidades populares, trueques de libros escolares, etc.), es decir, la organización de la ciudadanía ante la falta de respuestas institucionales a las necesidades inmediatas. La otra cosa necesaria es dar paso a un nuevo proyecto y a una voluntad de cambiar la vida cotidiana, para alumbrar un país distinto. Cuando hablamos de proceso constituyente, lo que puede parecer algo "marciano", hablamos de que la ciudadanía tiene que establecer nuevas reglas de juego para garantizar el bienestar colectivo. Para eso hay que cambiar una cultura política en la que nos habíamos acostumbrado a pasar de las instituciones o a relacionarnos con ellas sólo como clientes que pagamos impuestos y pedimos unas prestaciones.

Hay que dar una vuelta de tuerca más y recuperar una filosofía comprometida con lo común, dispuesta a discutir en las plazas públicas en torno a un modelo que garantice el bienestar social.


Todo indica que ese proceso requiere herramientas políticas, pre-existentes o nuevas, capaces que dar expresión a la indignación popular, herramientas de "transformación profunda del sistema". ¿Qué desafíos se plantean a quienes están intentando construirlas?

Las organizaciones que podríamos llamar "clásicas" hemos formado parte de la resistencia al sistema, pues no creo que hayamos sido cómplices de él, hemos sido parte de la resistencia, aunque con poco éxito, y hemos establecido una cultura política en la que la resistencia aparecía como demanda ante el poder. Quienes estamos en esas estructuras políticas tenemos dos tareas. La primera es asumir una profunda "vocación de poder", entendiendo que por primera vez hay un marco de mayoría social dispuesta a transformar profundamente la sociedad; la segunda es ser conscientes de que nuestra cultura de representatividad y de partido político clásico ha de evolucionar hacia una cultura de más porosidad colectiva, más transparencia, más democracia, más participación.

Por su parte, los nuevos movimientos sociales, las mareas, incluso los nuevos movimientos políticos deberían eludir el riesgo de pensar que todo lo anterior hay que tirarlo a la basura y partir de cero, porque ahí hay mucho capital político, humano y de conocimiento, que debe ser capaz de confluir con las nuevas prácticas y las nuevas culturas políticas.

Eso no significa que haya que confluir mañana en estructuras electorales clásicas; hay que confluir en nuevos espacios que dinamicen a la sociedad, sabiendo que en una primera fase la participación en ellos no será masiva, ya se trate de unas primarias abiertas o de un debate público sobre presupuestos participativos, pero que de la combinación entre el mantenimiento de una ciudadanía activa y la presencia lograda en las instituciones se producirá una nueva cultura política.

Los cambios profundos son lentos. No hemos de esperar milagros, pero sin duda hemos de tenerlo como objetivo irrenunciable para ser capaces de generar hoy la confianza y la ilusión que nos permitan conquistar un futuro digno desde un presente precario.



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