Trasversales
José M. Roca

Asombro

Revista Trasversales número 34, marzo 2014 web

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Asombro me ha producido leer que, entre las cuestiones por las que serán evaluados los alumnos de bachillerato que cursen la asignatura de religión (católica), hay algunas como la siguiente: “Reconoce con asombro y se esfuerza por comprender el origen divino del cosmos y distingue que no proviene del caos y del azar”.

Imagino que los alumnos experimentarán el mismo asombro ante la petición ministerial, porque la cuestión es insólita.

Es insólita porque solicita una determinada reacción anímica ante un tema del currículo académico, lo cual es tan absurdo como solicitar a los alumnos que afronten con serenidad el teorema de Pitágoras, muestren entusiasmo ante el reinado de Isabel II y el experimento de Torricelli o indiferencia ante el sintagma nominal. Los estados de ánimo con que los alumnos se enfrentan al plan de estudios son muy variados, y dependen de los temas, de las materias y de los profesores que las imparten, y, naturalmente, de los días, porque hay días que las personas estamos para pocos asombros, y más con los exámenes cerca.

Pero lo más insólito viene después, cuando se pide al alumno que se esfuerce por “comprender el origen divino del cosmos y distinguir que no proviene del caos y del azar”, porque el párrafo parece redactado por un lego en el dogma que pretende transmitir.

El Génesis, el primero de los cinco libros del Pentateuco, comienza con estas palabras: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Dijo Dios hágase la luz, y la luz existió, y Dios llamó día a la luz y a la tiniebla noche”. Y así sucesivamente, según el relato bíblico Dios fue separando la tierra de las aguas, creando las lumbreras del cielo, las plantas, los peces y las aves, las fieras y los animales domésticos y, finalmente, a los seres humanos. Es decir, según la Biblia, Dios procedió como cualquier científico, separando las materias para clasificarlas, darles un nombre y situarlas en un orden jerárquico, operación que culmina con el mandato a Adán y Eva: Dominad la tierra.

En consecuencia, además de citar expresamente el caos, la Biblia indica que de la confusión, Dios hace un mundo ordenado; del desorden y la mezcla, de lo informe pasa lo que posee forma y nombre, del caos pasa, con el trabajo de seis días, al cosmos, a un orden jerárquico y permanente. O sea, que el redactor del desdichado párrafo, sea obispo o monaguillo, merece un cero patatero. Pero hay más.

Se pide al alumno que se esfuerce en comprender el origen divino del cosmos, lo cual es tarea imposible, como han afirmado Agustín de Hipona y otros tantos padres de la Iglesia, por lo cual se solicita del alumno algo que la propia Iglesia ha confiado a la fe, que además es una gracia, un don de Dios.

Parece que en la mente del redactor del párrafo reina cierto caos sobre la noción de caos, que atribuye en exclusiva a las teorías científicas, y se percibe la intención, aunque mal expuesta, de contraponer el plan del Creador, concebido para los seres humanos desde la eternidad, a la teoría de un universo fortuito, surgido de una gran explosión (Big Bang) hace unos 13.700 millones de años. Con ello, el currículo de la asignatura de religión entra en abierta contradicción con asignaturas que rechazan el creacionismo, con el efecto de provocar la confusión en los alumnos o instarles a que elijan un campo, un bando -el de los creyentes o el de los no creyentes-, cuando carecen de la suficiente madurez y conocimientos para hacerlo racionalmente y son fácilmente impresionables.

Me asombra que el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, afirme que la asignatura de Religión no pretende adoctrinar.



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