Trasversales
Ángel Rodríguez Kauth

Consideraciones no clásicas sobre el populismo

Revista Trasversales número 34, marzo 2014 web




En las ciencias políticas contemporáneas se utilizan algunos subterfugios para sortear la consigna funcionalista de una supuesta "objetividad". Tal es el caso al que intentaré hacer referencia cuando se estudian el tipo de redes de relaciones establecidas entre el pueblo de a pie con sus dirigentes o líderes políticos, como es el caso del que ofrece el llamado "populismo". Este no es más que la utilización de un sustantivo -con carácter peyorativo- que se emplea desde perspectivas aristocráticas en decadencia -o de una pequeña burguesía intelectual-, en especial desde los sectores elitistas del conocimiento bien relacionados y enquistados con esferas del poder. Al término se lo usa para hacer referencia a lo que sucede en el campo de los hechos populares, es decir, en el del pueblo llano, en especial en el del proletariado y en cuanto a las relaciones que se mantienen con quienes los conducen -o lideran- de una manera no ortodoxa para los cánones de lo que se considera -desde las cúpulas del poder institucionalizado- como "políticamente correcto".

El vocablo "populismo" se ha utilizado -y se lo continúa utilizando- en el espacio geográfico de América Latina, tanto por analistas latinoamericanos como por estadounidenses o europeos con el objeto de hacer referencia -de un modo peyorativo, anatemizante y hasta despectivo- a algunas experiencias políticas que se han ofrecido en el panorama político continental desde los años 40 del siglo pasado. Con él se acostumbra a designar a los "... movimientos políticos con fuerte apoyo popular pero que no buscan realizar trasformaciones muy profundas del orden de dominación existente, ni están principalmente basados en una clase obrera autónomamente organizada" (Di Tella, T., 2001, Diccionario de ciencias sociales y políticas. Emecé, Bs. Aires). Es decir, se los considera como movimientos u organizaciones políticas que son caracterizadas eufemísticamente como por lo que popularmente se conoce como "guiñar la luz de giro hacia la izquierda y luego doblar a la derecha".

Populismo suele asociarse con otros términos también peyorativos, como los de "caudillismo", "cesarismo" y "carismático". Por eso a la organización de movimientos políticos de base obrera autónoma no se los consideró populistas, como fueron los partidos socialistas, comunistas y los movimientos anarquistas surgidos a fines del siglo XIX y principios del XX, pero que nunca alcanzaron el poder. Comenzaron a tener tal designación los partidos entronizados en el poder desde la figura de un dirigente que transfería los símbolos de poderío de un modo casi monárquico, o con la anuencia del partido gobernante.

Este fue el caso del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó México por más de 70 años ininterrumpidamente. En cambio en Argentina el peronismo es prototípico de la transferencia del poder por decisión del caudillo, tal como hiciera Perón en 1973 al designar sucesor suyo a su mujer, quien pese a ser una inútil total en política lo acompañó en la vicepresidencia de la República y, a la muerte del caudillo, heredó la presidencia. Asimismo el peronismo carga con los atributos característicos del populismo al sentar sus reales sobre una base sindical obrera pero, no por eso, sin dejar de atender las necesidades y reclamos de la burguesía y de la clase media -o mediocre, en el decir de J. Ingenieros, (1913)- a las cuales siempre trató de conformar a partir de una organización fascista del gobierno, como es el corporativismo.

Otros movimientos definidos como populistas han sido el aprismo peruano y el varguismo brasileño con caracteres de organización semejantes a las del peronismo, aunque sin haber contado con la atribución del poder a modo monárquico, ya que fueron derrocados antes de traspasar el mando. También el castrismo cubano tiene caracteres populistas al asentarse en la figura carismática de un líder, quien gobierna al país desde hace más de cuatro décadas con mano férrea y, pese a ello, el carisma de Fidel Castro continúa teniendo el peso suficiente como para atraer y someter a sus designios a grandes masas de trabajadores. Aquí vale hacer una anotación marginal: los movimientos políticos mexicanos, peruanos, brasileros y argentinos citados tuvieron -y tienen, salvo el varguismo que prácticamente desapareció del escenario político- una base ideológica conservadora y clerical -el PRI la oculta, pero está- como ocurre, sobre todo, con el peronismo. En este movimiento político y social lo religioso tiene una fuerte presencia e impronta en el folklore propio al que son adictos sus seguidores.

Pero más allá de estas consideraciones que pueden no reflejar mi agrado, lo cierto es que todos ellos -a los que ahora cabe añadir el chavismo venezolano y el evismo boliviano- han sido y son movimientos con los cuales esos pueblos se sintieron identificados por primera vez en su historia en sus demandas y reclamos de una mayor y mejor justicia social en lo que se refiere especialmente a la distribución de la riqueza. Y téngase en cuenta que esto se cumplió, como ejemplo pondré el caso de Argentina, que es al que mejor conozco, donde a principios de la década de los años 50 -bajo gobierno de Perón- la clase trabajadora tenía una participación del 51% en el PBI nacional, mientras que actualmente ronda sólo por el 20%.

Es verdad, desde la ortodoxia marxista estos movimientos anatemizados como "populistas" no son bien vistos debido a que ellos facilitan la impregnación de la falsa conciencia; pero también es cierto que los pueblos necesitan algo más con lo que alimentarse que de auténticas conciencias. El elitismo intelectual desprecia a estos movimientos "populistas" -salvo el castrismo, que no pierde ocasión en declararse marxista- porque ellos han roto con los moldes preconcebidos del academicismo del que se nutren. ¡Si no está en el Manual del perfecto marxista, entonces no sirve!

Lo que no advierte este intelectualismo de élites es que con sus monsergas contra algunos populismos -no todos obviamente, ya que hay algunos que son verdaderamente peligrosos, como lo fue A. Fujimori en Perú o A. Bucarám en Ecuador- únicamente logra hacerle el juego al imperialismo y a sus socios capitalistas. Ellos son los verdaderos adversarios de clase, los que deben estar en la mira de la lucha. Los llamados populismos pueden ser -si se sabe contemporizar con ellos- aliados formidables en la lucha contra el imperiocapitalismo. Todo es cuestión de dejar que la viña madure poniéndole piedras debajo del plantío para que sea más rápido el proceso, pero la estrategia no pasa por poner palos en la rueda de la historia que protagoniza el proletariado.



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