Trasversales
Ángel Barón

Banderita tú eres roja...

Revista Trasversales número 35 julio 2015 web



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Faltan 18 banderas en la plaza de Colón de Madrid.

Mucho más que otros símbolos públicos, las banderas, casi por definición, son delimitativas, marcan fronteras, dejan a unos fuera y a otros dentro. Por eso tienden a enfrentar a unos con otros, aunque no siempre. De las banderas nacen las banderías, esa costumbre tan propia de nuestro acervo y de nuestra historia.

Son, pues, peligrosas, por lo que deben manejarse con cuidado. Están llenas de significados activos, de directivas identitarias, de propuestas de cambios estructurales o institucionales, o por el contrario, de afirmación de la solidez de las estructuras existentes.

La enseña nacional rojigualda nació en el siglo XVIII para identificar en la distancia a los buques, ya que era la que mejor se veía a lo lejos. Así se evitaba confundir los navíos españoles con los de piratas y enemigos, que querían asaltar especialmente la ruta del convoy anual de galeones que traía a Sevilla o Cádiz el oro, la plata, la quina y demás extracciones de la América colonial. Habiendo sido la enseña histórica de la monarquía borbónica, fue bandera de la 1ª República, que le quitó la flor de lis.

La guerra civil está ligada a la bandera rojigualda, así como a la tricolor republicana. Como parte del proceso de consolidación del Estado nacido del levantamiento de 1936, posiblemente la página más negra de toda la historia de España, el dictador fijó en 1938 la bandera como una copia aderezada de la enseña monárquica, quitando la flor de lis borbónica, y poniendo el lema y el yugo y las flechas de Falange, que a su vez provenían de las insignias fascistas de Mussolini y de la simbología del reinado de los Reyes católicos.

Esto dejó fuera de la enseña a la mayoría del pueblo español, y creó una brecha que desde entonces supura. Hay cantidad de sangre, terror y sufrimiento de la dictadura que aún está debajo de la alfombra. En España no ha habido desnazificación, y el doloroso proceso de digerir en común los pecados del pasado tiene tareas pendientes: España sigue siendo el 2º país del mundo, tras Camboya, con más fosas comunes por descubrir, catalogar y situar, para asumir su pasado.

La asunción por parte del PCE en 1977 de Santiago Carrillo de la bandera monárquica, y la posterior aceptación mayoritaria de la monarquía constitucional por el pueblo español como estado de concordia abrieron un tiempo nuevo en el que se han hecho esfuerzos de vida en paz y libertad, consiguiendo con ello un nivel insólito y afortunado de convivencia, a pesar de todo lo que cruje nuestro entramado institucional hoy día.

Por último, la incorporación de España al proyecto republicano de Europa –a nadie se le ocurriría que Europa pueda ser una monarquía– amplía nuevamente y asegura este carácter de nueva fase de progreso, libertades, democracia y mejora en los derechos de las personas, a pesar de que, como bien dicen en la belle France, “La liberté, toujours en danger”.

Ya que desde hace 37 años la bandera rojigualda, con diferente águila, sin lema centralista, sin yugo ni flechas y con la flor de lis es nuestra bandera constitucional, hay que hacer todo lo posible para que el orgullo de haber vencido la guerra incivil no aparezca tras su ondear al viento. Se debe usar para afirmar lo bueno de lo que se ha conseguido y no se debe hacer uso sectario de ella, aunque para algunos sea una costumbre.

La colocación de la gran bandera de España, de tamaño monumental, en la Plaza de Colón de Madrid, un espacio público no institucional, el 12 de octubre de 2001, en un acto de homenaje a la bandera con motivo de la celebración de la Fiesta Nacional presidido por el alcalde de Madrid, el almirante jefe del Estado Mayor de la Armada y el delegado del Gobierno en Madrid, por una parte recordaba lo de “una, grande y libre”, sin duda de forma más certera y menos sarcástica que en la negra dictadura, y por otra era un acto de afirmación nacional o nacionalista frente a los nacionalismos periféricos más o menos separatistas. También enfatizaba la validez de la democracia nacida en 1978 como terreno común de convivencia pacífica y forma de estado bajo la que vivimos.

Sin embargo, nuestra estructura política actual no es ya el estado unitario, más o menos imperial, enfrentado a los otros estados nacionales. Una de las virtudes de la constitución de 1977 es que creó la España de las Autonomías, y con ello dio paso a la integración de la diversidad real de este estado tan antiguo, cuyos pueblos han tenido la suerte de saber y poder mantener 4 lenguas autóctonas, y preservar una cultura abierta al mundo.

Como ciudadano nacido en Madrid, siempre he valorado su carácter abierto y cosmopolita, su apertura hospitalaria hacia los que no son de aquí, para hacerles amablemente un sitio y estar dispuesto a que aporten cosas nuevas, a cambiar y a transformar para mejorar. Una de las características que tienen las ciudades grandes es que tejen una red de hermandad a lo largo del planeta, por encima de sus identidades específicas, en la que sus gentes compiten, intercambian y aprenden unas de otras. Hay que cuidar y mantener este carácter.

Pues bien, siempre que he pasado por la Plaza de Colón desde la instalación de la bandera he sentido que allí había una tensión, que esa solitaria enseña tan grande era un poco opresiva, que tal vez estaba en su sitio pero no era armónica, que no era del todo pacífica, que allí faltaba algo. La columna de Nelson en Trafalgar Square en Londres habla, entre otras cosas, de la derrota de Trafalgar, del ocaso del imperio español, del fracaso del imperio napoleónico, y de la consolidación del imperio británico, pero ¿qué simboliza la bandera de España de la Plaza de Colón de Madrid?

De ahí la propuesta: habría que plantar, en plano de igualdad, las otras 18 banderas que articulan la realidad institucional en la que estamos inmersos los ciudadanos del Estado español. Si Madrid debe ser un espacio de encuentro, concordia, paz y fraternidad, si es la capital del Estado, faltan las enseñas de las 17 Comunidades Autónomas y la de la Unión Europea.

Con ello se daría a la plaza un aire de presente abierto al futuro, y ayudaría a favorecer el uso no sectario de la bandera constitucional, enseñando a unos y a otros que un parque de banderas ondeando juntas, ofrece una visión más integradora que una sola.

Habría espacio, tal vez, para la bandera de la ONU, o para banderas “invitadas” temporalmente. Y además no hay que olvidar las de nuestros hermanos americanos, con los que compartimos el nacimiento a la libertad en la Constitución de 1812.

Al no ser la Plaza un espacio institucional, no estoy a favor de que aparezca la enseña de la ciudad, cuya marca del oso y el madroño está presente por todas partes.

Creo que esta iniciativa debería hacerse por suscripción popular, y sería positivo que las instituciones y organizaciones se posicionaran a favor. Si ponderamos costes, utilidades y beneficios, parece razonable su puesta en pie.

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