Trasversales
Francesca Coin y Andrea Fumagalli

Grecia: danza sobre el abismo

Revista Trasversales número 35, junio 2015 web

Traducido a partir de la versión original en italiano publicado por effimera.org




Las negociaciones en curso entre Grecia y el Brussel Group está llegando a la etapa decisiva. A partir de la tensión de los últimos días, reconstruimos la historia de la deuda griega para desvelar los engaños de una información que sólo cuenta la versión de la Europa de los más fuertes y para que se comprenda mejor lo que está en juego para el futuro de una verdadera Europa Social. Un futuro que depende de que las políticas de austeridad queden definitivamente excluidas. Ahora, cuando España ha despertado, queremos verlo también en Italia...

Tras un tira y afloja de declaraciones de distinto signo, la negociación entre Grecia y sus acreedores institucionales ha marcado una fecha límite: 30 de junio. El gobierno Tsipras ha pedido oficialmente fusionar los cuatro tramos de pagos al FMI en un solo tramo a finales de junio, como la regulación del FMI prevé. Desde los años setenta hasta hoy, sería la segunda vez que se adoptase una cláusula semejante. La cantidad total es de aproximadamente 1600 millones de euros, pero es sólo el aperitivo. A finales de este año hay otros vencimientos de intereses que ascienden a 1400 millones para el FMI y 7700 millones para el Banco Central Europeo.

La "tragedia" griega, por tanto, debería llegar a una primera conclusión en cuatro semanas.


¿Un juego de "la gallina"?

Estamos siendo testigos de una situación que puede, mutatis mutandis, describirse en la literatura de la teoría de juegos (muy bien conocida por Varoufakis) como el "juego de la gallina". El "juego de la gallina" se inspiró en la película Rebelde sin causa con James Dean. En la famosa escena final, los dos jóvenes rivales compiten para no ser llamados "gallinas" en un concurso de temeridad: gana la carrera aquel que, corriendo hacia el acantilado, en el que una caída sería muerte segura, pise el freno el último.

En las últimas semanas la escalada de declaraciones de ambas partes nos dice que todavía estamos en la fase de aceleración. Y esta aceleración comenzó con las declaraciones del ministro del Interior, Nikos Voutsis el 25 de mayo, según las cuales Grecia no podría pagar las cuotas del préstamo del FMI por la sencilla razón de que no tiene dinero para hacerlo: "Las cuatro cuotas al FMI por valor de 1600 millones de dólares no se pagarán y no hay con qué pagarlas". Tal y como el juego requiere, inmediatamente se han lanzado desde Syriza declaraciones opuestas y se ha confirmado la intención de pagar los intereses en la fecha prevista.

Al mismo tiempo, el ministro de Hacienda griego, Yannis Varoufakis, advierte en una entrevista con la BBC: la salida de Grecia de la moneda única "sería el principio del fin para el proyecto del euro". "Si usted está en una unión monetaria salir de ella es catastrófico". Varoufakis cree que "una vez que entre en la mente de los inversores la idea de que el euro no es indivisible, es sólo cuestión de tiempo antes de que todo empiece a desmoronarse", añadiendo que "Grecia ha dado enormes pasos adelante para llegar a un acuerdo. Ahora corresponde a las instituciones hacer su parte. Nosotros hemos hecho hacia ellos las tres cuartas partes del recorrido, ahora tienen que venir a nuestro encuentro recorriendo el último cuarto del camino".

Unos días más tarde (28 de mayo), la presidenta del FMI, Christine Lagarde, declaró al diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung (Faz) que "es muy improbable" llegar a un acuerdo final antes del vencimiento del 5 de junio, como los hechos han confirmado. Para Lagarde, sin embargo, la salida de Atenas de la zona euro "no significaría el final del euro", respondiendo así a Varoufakis. Unas horas más tarde, sin embargo, el FMI lo desmiente: "Las declaraciones atribuidas a Lagarde no son exactas, se citan de forma incorrecta", según el portavoz del Fondo, Gerry Rice, aduciendo que "hemos tenido problemas con la traducción". En cualquier caso, el FMI "espera que Grecia pagará al Instituto de Washington, pues de lo contrario no tendrá acceso a nuestros fondos", en palabras de William Murray, portavoz adjunto del Instituto de Washington. Al igual que ocurrió con las declaraciones del ministro del Interior griego, hubo rectificación inmediata.

El baile de declaraciones ha continuado, entre las tradicionales posiciones rígidas del ministro de Economía alemán y las titubeantes y contradictorias de la Comisión Europea, pese a que (o quizá por eso mismo) los países de la eurozona son los que tienen la mayor parte de los créditos. Finalmente llegó la respuesta de Tsipras, el 5 de junio en el Parlamento griego, donde afirmó que sería oportuno que los acreedores de Grecia retirasen las propuestas "absurdas" presentadas en la cumbre de Bruselas del miércoles anterior, y que "espero que esta propuesta de los acreedores sea retirada, no podemos aceptar de ninguna manera propuestas absurdas". Eso dio lugar a una enojada respuesta inmediata, al día siguiente, de Junker.

¿Pero se trata realmente del "juego de la gallina"? Pensamos que no, por una sencilla razón: en la carrera contra la muerte (¿del euro?) para demostrar que no se es un "gallina", los dos jugadores compiten en las mismas condiciones, con la misma línea de salida, la misma cilindrada, etc. Y no parece que pueda decirse lo mismo de las actuales negociaciones entre Grecia y el Grupo de Bruselas. Por eso es necesario, en primer lugar, analizar el marco en que surge esta negociación (las condiciones de partida) y luego discutir, de manera subordinada, los propios contenidos de las negociaciones (la cilindrada del coche).


Las condiciones de partida

Grecia está en situación de desventaja socioeconómica decisiva ante sus acreedores, lo que facilita el recurso al chantaje.

El primer y más preocupante aspecto se refiere a la liquidez monetaria del Estado helénico. A pesar de que la línea de liquidez de emergencia (ELA) puesta a disposición del BCE para apuntalar los bancos griegos se haya incrementado, respecto a la semana anterior, en 500 millones de euros, por un valor total de 80.700 millones, la liquidez de Grecia es insuficiente para pagar el tramo de intereses al FMI, pues sólo da para cubrir los gastos corrientes ordinarios, más aún tras la elevada fuga de depósitos bancarios. Tras la sangría de casi 90.000 millones de euros en el período 2010-2012, desde diciembre de 2014 hasta hoy habrían salido, según estimaciones de Moody, otros 32.000 millones de las arcas de los bancos.

A eso se añade el hecho de que los bancos griegos no pueden usar la inyección de liquidez ligada a la flexibilización cuantitativa (QE), porque la proporción de bonos del gobierno griego en manos del BCE ya ha superado el umbral máximo del 33% del total, a partir del cual no se permite recurrir a la flexibilización cuantitativa.

La crisis de liquidez impuesta por las autoridades monetarias con un acto unilateral, al que en su momento definimos como de molde "terrorista", es el arma más poderosa que se utiliza hoy para poner a Grecia frente a la disyuntiva de recuperar la liquidez necesaria para pagar al FMI los cuatro tramos de la deuda de junio llevando a cabo acciones que permitan recuperar de inmediato dinero en efectivo, o por el contrario no pagar. No puede decirse, entonces, que hay igualdad de condiciones de partida.


¿Quiénes son los acreedores?

En general, la situación del deudor le pone en una posición de inferioridad y susceptible de chantaje. Pero no es sólo esto. También funciona porque al deudor (Grecia) se le ha negado formalmente la liquidez necesaria para pagar su deuda, con un tratamiento punitivo aplicado no tanto por ser deudor como por impugnar la deuda. Se impone el derecho del más fuerte, como siempre ocurre dentro de la jerarquía del (supuesto) libre mercado.

Pero esta situación también puede ser analizada desde una perspectiva diferente. Fazi Thomas nos recuerda que "si usted le debe al banco mil euros entonces tiene un problema, pero si le debe un millón el problema es del banco". En el caso de la deuda griega, ésta, en lugar de ser un problema de los bancos (como lo era hasta hace unos años), se ha convertido en un problema de los Estados de la eurozona.

Se sabe que el 72% de la cantidad total de la deuda griega está en manos de instituciones públicas. Más detalladamente: el 60% corresponde a la Unión Europea, a través del Fondo Europeo de Estabilidad (FEEF) y del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), y el 12% corresponde al FMI. El Banco Central Europeo es titular directo de un 8%, mientras que el 15% son títulos de deuda negociables en el mercado secundario, de los que un 11% son bonos y un 4% son préstamos a corto plazo (febrero 2015).

Los gobiernos de la eurozona están expuestos a un total de 195.000 millones de euros. De ellos Alemania tiene el mayor descubierto (unos 60 millones), seguida de Francia (46) e Italia (42). Hasta 2011, eran los bancos franceses y alemanes quienes tenían la mayor parte de los préstamos (en promedio, más del 55%). Las políticas de flexibilización cuantitativa del BCE han animado este traspaso de los créditos, liberando al mercado financiero privado del riesgo de impago. Esta es la razón principal por la que, hasta la elección del gobierno Tsipras, el calendario de pagos de la deuda griega eran más largo y la disponibilidad de crédito más holgada. Por lo tanto, los mercados financieros (y sus índices) se han mostrado, no por casualidad, bastante insensibles ante el riesgo de impago griego.

De ello se desprende que, contrariamente a las consideraciones del FMI, el posible impago griego podría tener graves repercusiones sobre los mecanismos de estabilidad del euro. Esto pone de manifiesto una contradicción flagrante que podría aumentar el poder de negociación de Grecia. La crisis de liquidez impuesta a Grecia para que siga obedeciendo los dictados de la austeridad amenaza con convertirse en un boomerang, con el riesgo de asfixiar a la gallina de los huevos de oro.

En este sentido, es necesario hacer hincapié en lo que rara vez se menciona. Como se describe en los documentos de la Comisión Europea, del FMI y del Gobierno griego, en el período 2010-2014 Grecia recibió 23 tramos de préstamos por un total de 206.200 millones. De éstos, sólo 27.000 millones (13%) se utilizaron para sostener el presupuesto griego. Un 32% se utilizó para pagar los vencimientos de la deuda y 83.700 millones (33%) se usaron en pagar intereses a los acreedores (de los que 9100 millones fueron al FMI). Por último, 48.200 millones se usaron para recapitalizar los bancos griegos (según directrices del BCE y los acuerdos de Basilea 3).


Una breve historia de la deuda griega

De esta realidad, aunque no sea conocida por la mayor parte de la población, es plenamente consciente el mismo FMI. No vendrá mal hacer un poco de historia.

El 7 de octubre de 2013, el Wall Street Journal publicaba un artículo titulado "Past Rifts Over Greece Cloud Talks on Rescue", en el que Thomas Catan y Ian Talley hicieron públicos documentos confidenciales según los que el FMI habría decido en 2010 prestar a Grecia sabiendo que la deuda griega era insostenible. Según el artículo, había una profunda división interna en el FMI, pero en última instancia el servicio jurídico del FMI hizo una interpretación extensiva de los estatutos del FMI para aprobar el desembolso del primer tramo del préstamo a Grecia, evocando, en apoyo de esta decisión, el peligro de una desestabilización sistémica, como explica P. Roumeliotis, subdirector de operaciones del FMI entre marzo de 2010 y diciembre de 2011, en su libro "I retroscena sconosciuti del ricorso al Fmi ".

En una entrevista con el New York Times del 24 de julio de 2012, retomada al día siguiente por Paul Krugman en su blog, Roumeliotis admitía que la insostenibilidad de la deuda griega estaba clara para el FMI desde el principio, no sólo por la imposibilidad para Grecia de aumentar sus exportaciones devaluando su moneda (¿cómo podría hacerlo?), sino precisamente por las reformas impuestas por el Fondo que, mediante la reducción de salarios y pensiones, reducía la demanda interna y, en último análisis, la posibilidad de recuperación del país.

En mayo de 2010, el FMI puso en su la agenda medidas de rescate extraordinarias del país heleno. El 2 de mayo de 2010 se aprobó el primer plan de rescate para Grecia, hijo de un acuerdo entre el gobierno, la Comisión Europea, el BCE y el FMI, dando lugar a la concesión de un préstamo de 110.000 millones, de los cuales 80.000 eran a cargo de la eurozona y 30.000 a cargo del FMI. El segundo programa de ayuda, de 130.000 millones de euros, se aprobó el 21 de febrero de 2012, tras cinco nuevos paquete de medidas de austeridad tomadas en sólo 18 meses como condición para un nuevo tramo de ayuda de la Unión Europea y el FMI. En ambos casos, la concesión de créditos se justificó con previsiones optimistas sobre el futuro de Grecia, aunque fueron subordinadas a medidas de austeridad que permitiesen a Grecia pagar a los acreedores a pesar de la ausencia de perspectivas de crecimiento estructural para el país.

Esta decisión nunca fue bien vista dentro del FMI. Paulo Nogueira Batista, que en ese momento representaba a once países de América Latina en el Directorio del Fondo, ha sido muy franco al observar que el programa de ayuda a Grecia no debía entenderse como un rescate del Estado helénico sino como un rescate de las instituciones financieras que tenían riesgo en Grecia: "[El programa] ... no puede ser visto como un rescate de Grecia, que tendrá que someterse a un ajuste desgarrador, sino como un plan de rescate de los tenedores de deuda griega privados de Grecia, en su mayor parte las instituciones financieras europeos" .

La controversia sobre el propósito del préstamo del Fondo a Grecia culmina con las mismas excusas del Fondo, que admite que se había equivocado al evaluar la sostenibilidad de la deuda griega: "El Fondo aprobó un préstamo excepcionalmente grande a Grecia como parte de un acuerdo de Stand-By Arrangement en mayo de 2010, a pesar de tener serias dudas sobre la sostenibilidad de la deuda de Grecia. Esa edicición impuso que el Fondo se desviase de sus reglas establecidas respecto a los créditos excepcionales. Sin embargo, Grecia llegó tarde al Fondo y el tiempo disponible para negociar el programa fue corto. Los socios europeos habían descartado la reestructuración de la deuda y no querían ofrecer garantías adicionales de financiación " (FNI, 2013, p. 32).

Las excusas, por supuesto, no resuelven la situación (demasiado poco, demasiado tarde), pero expresan una especie de doble lógica en el rescate de Grecia. Si las operaciones de rescate se presentan normalmente como funcionales para la consolidación fiscal griega y para reducir la deuda a unos límites sostenibles, en el caso griego las ayudas tenían como primer objetivo el de limitar los riesgos financieros de los grandes acreedores de Grecia, prescindiendo de los efectos devastadores que tendría en el país, finalidad para la que la estrategia de la Troika ha sido muy eficaz.

En este contexto, la decisión griega de no pagar al FMI fue percibida por Lagarde como una opción peligrosa. El FMI es un acreedor privilegiado durante 70 años y no está dispuesto a perder ese estatus debido a un impago griego. Peor aún, la ilegalidad constitutiva de los préstamos del Fondo a Grecia pone al FMI en una posición difícil. Hay una razón, de hecho, para que Christine Lagarde se mostarse tan enojada ante la perspectiva de un impago griego. Como ha señalado Frances Coppola, el conflicto suscitado por primera vez en el Fondo por la decisión de conceder un préstamo a un país cuya deuda no es sostenible expone al Fondo a fuertes críticas internas: en cuanto aparece la posibilidad de una suspensión de pagos griega, el sector opositor está a la que salta para decir: "te lo dije".

De ello se desprende que el FMI no puede aceptar una reestructuración de la deuda ni puede admitir que sus reformas no funcionan porque perdería credibilidad. Llegados a este este punto, el FMI sólo quiere salir de las negociaciones y quiere salir conservando todos sus salarios y primas, tan pronto como sea posible.

Esta es, en el fondo, la razón de la diferencia de estrategia entre la UE y el FMI. La UE y el FMI siguen "diferentes estrategias", dice un comunicado del gobierno de Atenas, la primera más abierta a una reestructuración de la deuda y la segunda empeñada en no ceder en cuanto a pensiones y relaciones laborales. Una diferencia comprensible a la luz de la diferente exposición de las dos instituciones a la deuda griega y de la situación embarazosa del FMI respecto a ella, cuestión muy candente estos días en Atenas y que está siendo investigada por la Comisión de la verdad sobre la Deuda Pública, establecida por el gobierno Tsipras para arrojar luz sobre las causas y el crecimiento de la deuda griega.


Syriza y FMI: conflictos internos y estrategia

El mandato del nuevo Gobierno griego es desde el principio poner fin a la de austeridad, no sólo porque esa es la voluntad democrática, por así decir, sino también porque los acreedores nunca podrán ver liquidada la deuda si no hay una reducción de las políticas de austeridad y un nuevo plan para la inversión y las políticas públicas. ¿Qué hace, en palabras del economista J. Sapir, el gobierno griego? Conduce las negociaciones desde una posición de "debilidad coercitiva", usando la posición dependiente del deudor con fines coercitivos hacia el acreedor, con el propósito de aumentar la presión sobre las instituciones expuestas en Grecia a partir de la comprensión de que, guste o no, su suerte está ligada a la del país helénico.

En el marco de una relaciòn de fuerzas claramente adversa, el gobierno griego hace una elección radical. Con otras palabra, les dice que sólo podemos pagaros si estamos en condiciones de hacerlo. Citando a Frances Coppola, Grecia se pone al borde del abismo y dice "ahora empújame, si te atreves", a la luz del hecho de que abandonar a Grecia significa potencialmente poner en peligro el patrimonio de los mercados financieros. La metáfora debe tener su sentido si Martin Wolf en el Financial Times también escribía en aquello días que Grecia se tambaleaba al borde de un acantilado ["Greece teeters on the edge of a cliff"].

Se han hecho críticas notorias a Syriza por haber usado siempre un lenguaje más conciliador con los acreedores. Esta crítica, humillante, según la cual la modalidad lingüística conciliadora elegida por Tsipras revelaría una estrategia de compromiso con los acreedores, pierde de vista el contexto. Allá donde, con aplomo impecable, los líderes de Syriza han utilizado tonos conciliadores, esto ha sido interpretado como elemento disimulador de las relaciones de chantaje que estructuran las relaciones entre Grecia y sus acreedores. Si el rompecabezas de los acreedores era cómo usar la austeridad para capitalizar sus propios bancos negando continuamente el impacto negativo que la austeridad tendría sobre los deudores, la ostentosa afabilidad de Tsipras hacia sus "socios" desvelaba por contraste la violencia constitutiva de los acreedores contra Grecia y ocultaba el arriesgado juego que Grecia estaba haciendo, con la implícita amenaza de hacer estallar el sistema financiero si los acreedores no se unían a Grecia para, cuchillo en mano, alejar al mundo del borde de un precipicio

Llega lo mejor

Si Grecia se jugaba todo en el borde del precipio, los acreedores han llegado al mismo lugar. En ese punto, el problema ha cambiado de "vamos a ver si te atreves a empujarme" a "trata de resolver este asunto o te dejamos caer". En su artículo, Frances Coppola lo resumió así:

"El desafío para la UE ha pasado desde el ven, empújame de Grecia al resuelve el problema o te dejamos caer del FMI".

La decisión de los acreedores de chantajear a Grecia poniéndola al borde del abismo nos habla de una gobernanza financiera que no es invencible y que, efectivamente, se siente vulnerable.

Como escribió Bruno Waterfield en The Times: lo que las negociaciones sobre Grecia demuestran es que las instituciones que gobiernan Europa -sin legitimidad- son incompatibles con los procesos democráticos y aún más con los partidos de izquierda radical. A lo largo de las negociaciones, la prioridad de los acreedores fue castigar a Syriza e impedir que la rebelión griega actue como una mecha que incendie Europa. Esta preocupación es compartida por los gobiernos europeos, principalmente el español, como recordó Martin Wolf en el Financial Times. El gobierno español ha mantenido a lo largo de la negociación posiciones de extrema dureza, impulsado por el temor de que algunas concesiones a Syriza reforzarían la credibilidad de la izquierda radical y de Podemos en España.

Grecia, por tanto, se ha enfrentado en los últimos cuatro meses a la abierta hostilidad de todos los miembros del Eurogrupo, del FMI y del BCE. Esta última propuesta, según el diario griego Kathimerini, ha sido definida por el diputado Alexis Mitropoulos como ".. el plan más vulgar, más homicida y más duro, justo cuando todos esperábamos que se alcanzase un acuerdo... esto en un momento en que nos movíamos hacia un acuerdo que todos queríamos porque no queríamos una ruptura que conduzca a la tragedia".

Mientras que la izquierda euroescéptica disfrutaba con la decisión griega de no pagar la deuda, es evidente que la estrategia extrema de las dos partes nos habla, sin embargo, de un riesgo muy alto en los mercados financieros y también en el ámbito de la geopolítica.

No debemos olvidar que el papel de Grecia en las negociaciones en curso representa un aspecto neurálgico sobre el tablero geopolítico internacional. Si no se llega a ningún acuerdo, Grecia podría aceptar la invitación de Rusia a ser parte de los países que en junio de 2014 en Brasil dieron a luz al Nuevo Banco de Desarrollo para los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

Los gobernantes de EEUU están muy preocupadoa debido a que una Grexit, una salida de Grecia del euro, aumentaría la inestabilidad europea en un momento en que están en una fase muy avanzada las conversaciones entre ambos lados del Atlántico para la firma del Tratado Transatlántico de Inversión y Comercio (TTIP) y podría favorecer una apertura al Este frente a Rusia y China. No es de extrañar que el gobierno de Obama, desde la cumbre del G7 en Alemania, esté pensando en una medida especial para reducir la influencia de Rusia en Europa, según ha informado el diario Wall Street Journal.


Contenido de las negociaciones

Dentro de este complejo marco que hemos tratado de desentrañar, el contenido de la negociación, paradójicamente, pasa a segundo plano. El FMI insiste (no puede evitarlo, por las razones ya mencionadas) en las medidas tradicionales de austeridad, con el apoyo del ala más dura de Europa, no sólo Alemania, sino también Holanda y España, aunque por diferentes razones, como ya hemos subrayado.

Sin embargo, los otros países europeos, aún divergiendo de esta actitud, como hemos visto, prefieren no alzar la voz demasiado, hasta el punto de quedarse en silencio. Italia es un buen ejemplo de ello.

Hay tres propuestas en discusión, encaminadas a encontrar liquidez inmediata a corto plazo: la subida del IVA al 10% para la energía, la elevación de la edad jubilación y las medidas de reestructuración del mercado de trabajo. La primera medida tendría como primero efecto un aumento en las tarifas de electricidad con un especial impacto negativo sobre los ingresos de las familias pobres; la segunda es la maniobra clásica para recaudar fondos, como ya se hizo en otros países europeos (por ejemplo,en Italia la reforma de 2012 anunciada por la ministra Elsa Fornero entre lágrimas); la tercera tiene como objetivo reducir los costes laborales con el pretexto ilusorio de aumentar la inversión.

Téngase en cuenta que estas tres propuestas se colocan exactamente en la esquina opuesta a las medidas que el Gobierno griego se propone aprobar: la posibilidad de que las familias de bajos ingresos tengan acceso gratuito a los servicios públicos, la propuesta de reintroducir la decimotercera paga de las pensiones y, por último, la instauración de un salario mínimo.

Es comprensible, por tanto, que las exigencias del Brussel Group hayan sido definidas como "absurdas" por Tsipras. Además, éstas tienen lugar en un contexto muy agravado por la recesión. El caso de las pensiones es paradigmático. Casi el 40% de los jubilados griegos cobran mensualmente menos del umbral de la pobreza de la UE, establecido en 665 euros; antes de la crisis de 2009 no llegaban al 20%. La reforma llevada a cabo por el anterior gobierno mantiene el sistema de reparto (pays-as-you-go) hasta 2050, financiado en su mayoría por las contribuciones sociales y con una cuota decreciente procedente de la fiscalidad general. Pero los ingresos procedentes de las contribuciones de los trabajadores y de los empleadores han caído más rápido de lo esperado, a raíz de la profundización de la recesión en Grecia, que llevó la tasa de desempleo del país a casi el 30%. Esto ha generado un déficit de 350 millones de euros en el primer trimestre de 2015 en comparación a un superávit de 800 millones respecto al año anterior, después de una disminución del 12% de las contribuciones y un recorte del 17% del presupuesto de las subvenciones presupuestarias, según datos del ministerio de Finanzas griego. En el período 2010-2014 los gastos en pensiones se redujeron entre un 44% y un 48%.

Se trata de medidas que impiden a Grecia aumentar el PIB, es decir, crear una situación en la que sea posible pagar a los acreedores. El objetivo final de estas medidas es neutralizar el peligro político representado por Grecia, independientemente del coste que tengan sobre los mercados financieros.


¿Conclusiones?

¿Por qué seguir una política que nunca ha dado los resultados prometidos y que podría ser muy arriesgada?

La respuesta es más simple de lo que parece: los acreedores consideran que el riesgo de contagio en los mercados financieros es menos peligroso que el riesgo político de dar cualquier reconocimiento a la rebelión que comenzó en Grecia. Éste es quizás el hecho más importante para describir las motivaciones de los acreedores durante las negociaciones.

El otro hecho político a tener en cuenta es que los acreedores se ven obligados a chantajear a Grecia colocándola al borde del abismo por estar ante un profundo conflicto interno, como es el caso del FMI, y ante una profunda crisis de credibilidad.

Desde este punto de vista, la actual estrategia de los acreedores nos permite decir que la gobernanza financiera está muy lejos de ser invencible; de hecho, se siente vulnerable. Por otro lado, sería un error subestimar lo peligrosa que es esta percepción de vulnerabilidad.

Paul Mason contó hace unos días como Tsipras, al volver de las negociaciones con Jean-Claude Juncker, había sido acogido en Grecia en una "atmósfera insurreccional" que le habría obligado a cancelar el viaje a Bruselas en un intento de limitar la disidencia. Una observación similar había hecho Wolfgang Munchau tras el artículo de Tsipras en Le Monde. Mientras que muchos han acogido con entusiasmo la decisión de Tsipras de acusar frontalmente a los acreedores, el columnista del Financial Times señaló que la intervención de Tsipras en Le Monde Diplomatique no debía leerse como una respuesta a los acreedores, sino como una respuesta a la necesidad de reagrupar al partido y al apoyo popular. Tsipras, en otras palabras, habría recurrido a un tipo de estrategia populista para evitar la aceleración política en curso y la exasperación potencialmente explosiva de una población ya agotada por años de sufrimiento, reconstruyendo un consenso en torno suyo.

Téngase en cuenta que romper Syriza ha sido durante mucho tiempo el objetivo de los acreedores. Tras la cumbre de Riga, Paul Mason evidenció que la estrategia de los acreedores era dividir el partido, reemplazarlo con una coalición moderada asociada al partido centrista Potami con el apoyo tácito de Nueva Democracia, liquidar a Varoufakis y acordar un plan de reestructuración de la deuda favorable a los acreedores. A ese explícito intento se une el uso instrumental de la prensa.

La prensa internacional -la italiana incluida- ha hecho difícil analizar lo que está ocurriendo en Grecia, no sólo por los términos de las negociaciones, sino también porque ofrecía lecturas parciales, nebulosas, incompletas cuando no abiertamente sesgadas (basta un ejemplo: el artículo de Giavazzi en el Corriere della Sera del 3 de junio: "ahora está claro que los griegos no piensan que su sociedad debe modernizarse y hacerse más eficiente").

Por tanto, el uso performativo del lenguaje en esta negociación ha tratado de producir una imagen debilitada y compromisoria del gobierno griego, azuzando las dificultades en un contexto de tensiones ya extraordinarias. Atrapado entre un parlamento muy dividido, las presiones y exigencias, quizá miopes, del ala euroescéptica radical de Syriza y el continuo chantaje de los acreedores, Tsipras se ha movido con una inteligencia política no vista desde hace mucho tiempo en este continente, logrando llevar adelante, en una relación de fuerzas adversa, unas delicadas negociaciones políticas que habrían hecho perder los estribos a más de uno.

Desde este punto de vista, la posición de aquellos que, por la izquierda, darían la bienvenida a la salida de Grecia del euro no toma en cuenta que una iniciativa de este tipo no liberaría al Estado helénico del chantaje de los grandes poderes de las finanzas internacionales, pero aumentaría significativamente la carga de la deuda a causa de la probable devaluación del dracma en caso de retorno a la moneda nacional. La única solución sería entonces el impago. ¿Pero a qué costo para el ya maltratado pueblo griego? ¿Y con qué consecuencias, en un continente donde el nivel de movilización manifiesta un peligroso retraso en comparación con el potencial efecto dominó del default griego?

No es la primera vez que la torpeza de perseverar en opciones económicas contraproducentes depende de la necesidad completamente política de no cuestionar la estructura de poder consolidada en los últimos treinta años. El bloque político hoy dominante quiere reafirmarse como el único posible, incluso a costa de sus propios intereses. Por lo tanto, el riesgo de que Grecia pudiera derogar el chantaje de la deuda es un precio político que el bloque tecnofinanciero dominante no puede darse el lujo de pagar, pese al riesgo de una nueva crisis financiera.

Desde este punto de vista, Grecia ha puesto el dedo en la llaga y el capitalismo se confirma como lo que es: una criatura voraz que tiende a autodestruirse confirmando así la paradoja de que un final tan trágico sólo puede evitarse a través de la acción de quienes se oponen al propio capitalismo.

Por esa razón, se hace cada vez más necesario que en Italia, al igual que en el resto de Europa, se desarrolle una movilización social que puede cerrar la brecha existente en las relaciones de fuerza institucionales por medio de la recuperación de una iniciativa social, consciente y coherente, en una dirección tenaz y opuesta a la imperante. Grecia ha llamado a España. Es hora de que esta llamada llegue también a Italia.