Trasversales
Miquel Monserrat

Phoenix: cantar después de Auschwitz

Revista Trasversales número 35,  agosto 2015 web

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Vaya por delante: Phoenix, dirigida por Christian Petzold, me ha gustado MUCHO. No es una obra maestra, pero es una muy buena película que merece ser duradera. Un “cuento moral”, al que es indiferente ser o no “realista”, que está bien hecho, sobre un gran guión (Petzold y Farocki) y sostenido sobre las excelente interpretaciones de Nina Hoss (Nelly) y Nina Kunzendorf (Lene).

El final es excelente, creo que el mejor posible: después de Auschwitz no sólo se puede cantar, sino que se debe cantar, como se deberá cantar y bailar después del nuevo nazismo de Daesh. Ese final, por cierto, es éticamente y estéticamente antagónico al de la novela en la que se inspira parte de la “anécdota” de la película, Le retour des cendres, de Monteilhet, publicada muy a inicios de los sesenta, una novela que, desde mi punto de vista, está mal escrita y es muy reaccionaria, malamente melodramática, machista y antisemita. Y, en cierta medida, Phoenix también es antagónica con el punto de vista de otra película con la que se relaciona, Vértigo, que para mí, a riesgo de herejía, es una obra menor en la filmografía de Hitchcock, un tanto descabellada y un mucho de patriarcal, aunque, claro, no deja de ser una buena película de un grande del cine, como El nacimiento de una nación es una obra maestra del cine pese a su abyecto racismo.

En verdad Vértigo y Phoenix tienen en común a dos protagonistas masculinos, Scotty (James Stewart) en Vértigo y Johnny (Ronald Zehrfeld) en Phoenix, de gran bajeza moral y manipuladores, siendo más detestable Scotty por el contexto más fácil en que se mueve. Pero a partir de ahí se abren dos desarrollos totalmente diferentes, el uno de "curación" masculina a costa de la destrucción de la mujer, el otro de recreación plena -más que reconstrucción, como nos dicen en la propia película- de una mujer por ella misma, aunque, claro está, en relación con otras y otros, con amiga y enemigo, pues, aunque Brecht tenía razón al decir que el odio a la injusticia también deforma la cara, también es cierto que en la lucha contra la injusticia se construye la autonomía humana y el significado de la libertad, aunque para ello a veces eso lleve a atravesar un camino desolador. El intento de Johnny de hacer que Nelly se parezca a la Nelly de antes de Auschwitz culmina, paradójicamente, en una Nelly que ya no es sólo capaz de cantar sino de algo mucho más importante: cantar después de Auschwitz, con el número de los campos grabado visible en su brazo descubierto, un número que Nelly, quizá en el momento en que inicia su gran bifurcación, se niega a borrar, defendiendo el recuerdo de un pasado que abre la puerta a un futuro que lo integra superándolo. A partir de ese momento ya no es posible que se limite al objetivo inicial, volver a ser la Nelly "de antes", pero también se inicia el camino que hace imposible dejar de ser Nelly para convertirse en marioneta de un canalla.

Creo que todo esto no es casual: Petzold ha reconocido su intención expresa de hacer una película en la que el hombre perverso e impotente de Vértigo no sea el protagonista, sino que lo sea la mujer. O las mujeres, diría yo, porque creo que la figura de Lene es importantísima en la película, sobre todo por sus vínculos de amistad y, quizá, de amor hacia Nelly, pero también por su manera de "ser judía" después del Holocausto.

No es una película sobre el Holocausto, sino sobre la recreación autónoma de una mujer, sobre la traición, sobre el amor y la amistad, sobre el "yo" y los "otros". Y, sin embargo, en pocas películas he sentido tanto como en ella el horror del genocidio judío por el nazismo. Después de Auschwitz, hay que cantar, pero no debemos negar, frivolizar o manipular en beneficio propio la infamia más horrenda de un siglo que vivió otras infamias terribles como el gulag estalinista, Hiroshima y Nagasaki, Srebrenica, los "campos de la muerte" de Pol Pot, Sabra y Chatila, Ruanda o, a caballo del XIX y el XX, las matanzas de Leopoldo II en el Congo, el genocidio armenio, etc.

Antes de seguir, quiero reconocer que algunos críticos han considerado que Phoenix es un "folletín de mierda". Y otros, aunque no logro comprenderlo, la han tildado de antisemita. Para ello, alguno ha argumentado que la riqueza de Nelly en contraste con la pobreza de Johnny recuerda la propaganda nazi sobre los ricos "judíos" explotando a los pobres "alemanes", pero la verdad es que me parece una interpretación muy forzada y un empeño en hacer una lectura "lucha de clases" en una película que no va de eso y en la que la caza de una herencia exige que tal herencia exista. La lucha de clases es una parte importante de la historia de la humanidad pero la historia de la humanidad no se reduce a la lucha de clases. No tengo ninguna duda de que es una película antinazi que repudia el antisemitismo. En un mundo en el que oligarcas capitalistas de todos los orígenes dominan en gran medida el planeta quizá haya algo de antisemitismo en el escándalo especial ante la existencia de un judío rico, un banquero judío o un propietario de medios de comunicación judío.

Retorno a Lene, porque a mí me ha fascinado. Lene tiene un fuego interno que la impulsa: la marcha a Palestina... con Nelly. El deseo de un lugar protegido frente al antisemitismo, una esperanza sionista, perfectamente comprensible -aunque no se comparta por el "a costa de quien"- una vez que el Holocausto hizo ver que ninguna nación europea reconocía a la población judía como carne de su carne, pero también el deseo de vivir ese soñado "nuevo mundo" junto a Nelly. Una pasión potente, arrasadora, que parece capaz de todo, pero que después se quiebra, de repente, casi sin explicación. Si esa quiebra radical, sin paso atrás posible, es desencadenada por el alejamiento de Nelly, la película no lo dice, pero es una lectura muy factible. O si se debe a la intuición, quizá nacida al pensar ese "nuevo mundo" sin Nelly, de aquello en lo que esos sueños utópicos se convertirían, pervertidos por el racismo y el colonialismo, tampoco lo dice, pero me parece también una lectura factible, a la luz de una confesión tan desgarradora como la de que "me atraen más nuestros muertos que nuestros vivos". O, más verosimil, ambas cosas a la vez.

"No hay vuelta atrás", ni para ella ni para Nelly. Pero Lene escribe "Para mí tampoco hay futuro". ¿Futuro sin ti, Nelly? ¿Futuro después de Auschwitz? ¿Ni dentro ni fuera de la nueva Sión? ¿Futuro sin ser oprimidas pero también sin ser opresoras? Interrogantes.

Yo me imagino a Nelly cantando, ante quienes desprecia pero para sí misma, desde luego, pero sobre todo por y para Lene, como heredera de su fuerza aunque quizá no de sus ilusiones. Pero esto ya forma parte de mi propia imaginación.