Trasversales
Luis M. Sáenz

Pro-sistema: extremistas y desestabilizadores

Revista Trasversales número 35 julio 2015

Texto del autor en Trasversales



Owen Jones ha escrito dos magníficos libros, entendibles por todos, centrados en Gran Bretaña pero de alcance universal. En Chavs. La demonización de la clase obrera (Capitán Swing) muestra cómo los ricos y poderosos ganaron una batalla ideológica y material para no sólo empobrecer y excluir a una amplia franja de la sociedad sino también para estigmatizarla socialmente y hacerla ver por otra mucha gente, ni rica ni poderosa, como culpable de sus calamidades y dificultades. En El Establishment. La casta al desnudo (Seix Barral) demuestra que la inmensa mayoría de los ricos y poderosos actúan como canallas, no a consecuencia de una rara casualidad que haya concentrado tanta maldad en la "franja alta" de la sociedad, sino porque el sistema establecido hace improbable llegar a ser y mantenerse rico y poderoso sin actuar como un canalla, aunque en diversos ámbitos se tengan buenas intenciones. Vamos, lo del "ojo de la aguja" bíblico.

Al mando de sociedades como la española o británica se encuentran personajes sin moderación y límites, extremistas que para lograr sus objetivos están dispuestos a destruir todos los logros del pasado. Representan a una clase que controla la economía, la política, casi todos los medios de comunicación, las iglesias, los ejércitos, las policías, el narcotráfico y el tráfico de armas o de diamantes, y que está decidida a desestabilizar y erradicar toda seguridad de la vida de la gente común, porque para ellos eso rinde beneficios. Sueñan con compatibilizar un capitalismo salvaje sin límites ni derechos sociales con un sistema político autoritario. Esa chusma neoaristocrática y sus "escuderos" envidia la situación de China y calla ante las violaciones de los derechos humanos que allí ocurren, mucho mayores que las que hay -sí, las hay y deben ser denunciadas- en Venezuela, que desde hace meses es portada en El País, El Mundo y tantos otros medios que callan ante la amistad tradicional, y a veces algún negociete, que desde hace décadas nuestros reyes y gobernantes mantienen con los tiranos que dominan Arabia Saudí, cuyas manos chorrean sangre siempre renovada. Nuestro ministro de Exteriores explicó la limitación de la acción extraterritorial de los magistrados españoles alegando que China tiene en sus manos el 20% de la deuda pública española.

Hace no mucho Aznar declaró que tenía que acabarse eso de que unas veces gobernasen unos y otras veces otros. Para él la "democracia parlamentaria" es un obstáculo, porque las élites nunca han dejado de pensar que el sufragio universal es una tontería, que a ellas les toca mandar por designio del dios dinero, aunque mientras la gente "vote bien" pueda servirles como medio de legitimación. Pero si no es así, si "vota mal", siempre han estado dispuestos a todo; incluso, si hay condiciones para ello, les vale el "modelo Pinochet", personaje tan querido por Thatcher, tan querida, a su vez, por Esperanza Aguirre. Aznar es, en un sentido limitado, "anti-sistema", pues quiere un sistema que garantice que siempre gobiernen los mismos, no sometido a los vaivenes de los votos. Pero lo cierto es que la democracia parlamentaria y la alternancia gubernamental son meros accidentes en el sistema que ellos defienden, siendo lo esencial que esté asegurado el dominio de las élites, por lo que en ese sentido Aznar es "pro-sistema" fanático.

Hasta hace muy poco las élites españolas han considerado que el parlamentarismo y la bialternancia gubernamental era una buena manera de dar estabilidad a su dominio y de disfrazarle tras el espejismo de un "gobierno de España" supuestamente "de todos". Pero ahora empiezan a tener miedo de que en las instituciones, Cortes, asambleas autonómicas, ayuntamientos, incluso algunos de los gobiernos correspondientes, empiece a aparecer mucha gente "extraña" a ellos, es decir, gente como la inmensa mayoría en su manera de vivir y de vestir, a la que se le ocurra que su tarea es ayudar a crear estabilidad y seguridad para la vida de la gente, conservar todo lo bueno que tienen nuestras sociedades en vez de arrasar con ello para que unos pocos se aprovechen, mejorar todo lo que necesita ser mejorado, ampliar la democracia. Tienen miedo porque cuanto más estable y segura sea la vida de la gente, cuanta más democracia haya, más inestables se harán sus privilegios injustificables, casi feudales. No hay más que ver el ataque de furia que les ha dado al saber que quizá Manuela Carmena metiese mano al escándalo del Club de Campo, construido en 1931 sobre terrenos del Ayuntamiento de Madrid y hoy gestionado por una sociedad anónima mixta con un 75,5% de capital público (51% Ayuntamiento de Madrid, 24,5% Patrimonio del Estado) y un 24,5% de capital privado. En 2015, como cada año, el Ayuntamiento de Madrid subvencionó con un millón de euros a esta entidad elitista con cuota de inscripción superior a 2000 euros y cuota anual de unos 700 euros, sin contar el enorme coste económico y social que representa el uso y abuso privado de un gran espacio de terreno público por esa entidad que regala cursos de golf gratis a Aznar. Esta puesta de lo público al servicio del 1% más privilegiado no sólo es inmoral sino que debería ser un delito, ya que se trata de un auténtico robo. No hay mejor demostración de que la aristocracia del dinero no está en contra de las subvenciones estatales o públicas, sino sólo en contra de las que no van a parar a sus bolsillos.

En ese contexto hay que entender la reacción aparentemente histérica de Esperanza Aguirre. Era consciente de que la alternativa Aguirre/Carmona es una cosa (aunque Car­mona sea mil veces preferible a Aguirre y haya que saludar su apoyo a la investidura de Carmena) pero que la alternativa Aguirre/Carmena era otra, en la que están en juego muchas más cosas. No porque Carmena sea una extremista, que no lo es ni mucho menos, sólo aspira a introducir normalidad y tranquilidad en nuestra vidas, sino porque Carmena puede poner en cuestión el extremismo de una política que ha hecho de Madrid una ciudad sucia y contaminada, una ciudad en la que la población en la pobreza no encuentra respuestas en los servicios sociales municipales, desbordados, sin medios y sometidos a la exigencia de que a cada solicitante se le trate como presunto "aprovechado", una ciudad cuyas autoridades tenían un pacto con las grandes cadenas comerciales y dejaban abandonado al pequeño comercio, una ciudad sometida a los intereses y caprichos de las grandes empresas del sector inmobiliario y de la construcción, una ciudad en la que su plaza más emblemática tiene por nombre el de una multinacional de las telecomunicaciones.

Esperanza Aguirre es mala, pero no estúpida, aunque haya perdido los nervios. Sus temores a los "soviets" tienen una parte de fingimiento y otra de verdad. Cuando ella nombra "soviets" quiere que pensemos en la "Unión soviética" estalinista, para que nos atemoricemos. Pero también expresa un miedo real a toda forma de participación democrática de la gente, idea a la que remiten los soviets de trabajadores, campesinos pobres o soldados surgidos en Rusia en 1905 y 1917 como formas de auto-organización social. Los "soviets" que a ella la alarman no son los de la pantomima estalinista, sino, pura y simplemente, la idea de "Incluir la participación ciudadana como forma de gestión", como se titula el punto 2.4 del programa de Ahora Madrid. Esa no es una idea extremista, al contrario, es una idea democrática y de sentido común, pero es una idea inadmisible para una populista y popularista ultraderechista y antiliberal tipo Aguirre.

Pero el cogollo del asunto está en lo social. Hace algunos días vi un debate en La Sexta en el varios energúmenos enfurecidos por los resultados electorales del 24 de mayo no paraban de chillar, ante cada palabra del "ala izquierda" de la tertulia, frases apocalípticas sobre Grecia, del tipo "así acabaremos como en Grecia". Me sorprendió que nadie, sin embargo, les parase los pies recordándoles lo reciente de la llegada al Gobierno de Syriza y cual ha sido la "herencia recibida". Al parecer ese cuento le vale a Rajoy para años y años, pero con Syriza quieren dar a entender que cuando Tsipras recibió el gobierno del país la situación era estupenda.

La verdad, como ellos bien saben pero ocultan, es que el origen de la situación griega se encuentra en una operación fraudulenta en la que estuvo implicado el gobierno de la derecha griega, agencias multinacionales de calificación, el banco de inversión Goldman Sachs (1) y mandatarios de la Unión Europea. Todos sabían que los datos que suministraba el gobierno griego eran falsos y todos contribuían a maquillar la realidad. Un déficit declarado del 4% resultó ser un déficit del 12%. El pueblo griego, que ninguna culpa tuvo en un fraude escandaloso que llenó muchos bolsillos, ha sufrido desde 2008 recortes sociales brutales, salvajes, de extremista inhumanidad. De la vida de la población griega desapareció toda seguridad y estabilidad. Millones de personas perdieron el derecho a la atención sanitaria. Esa política es criminal en el sentido más literal de la palabra: mata. La excusa de esa política era la magnitud de la deuda pública griega, pero ésta no disminuyó sino que creció y creció, pasando del 109% del PIB en 2009 al 177% PIB en 2014. El "rescate" no fue un rescate de Grecia, sino el rescate de bancos privados de todo el mundo, incluidos españoles, a los que se pagó con fondos públicos europeos toda la deuda griega en sus manos, de manera que ahora casi toda ella está en manos de instituciones euro­peas o del FMI. Cierto es que eso permitió a Grecia pagar intereses algo más bajos que los del mercado, pero la deuda no paró de crecer (como en España, que ha pasado de un 53% PIB en 2009 al actual 98%) y los recortes no dejaron de incrementar su criminalidad.

Y ahora, cuando el gobierno de Syriza aca­ba de llegar y trata de encontrar un camino, los sicarios del peor capitalismo no paran de gritar: "mirad Grecia, hasta ahí nos va a llevar Podemos", sin escrúpulos morales ni intelectuales. Ellos saben perfectamente que quienes han llevado hasta ahí a Grecia han sido los suyos, la canalla política y financiera, y que la han llevado hasta ahí porque es donde querían que esté. Y de donde no quieren dejarla salir: las dificultades para un acuerdo razonable del eurogrupo con Grecia no son económicas sino políticas. A cualquier coste, están decididos a derrotar y humillar a Syriza, a "demostrar" que ante su poder sólo cabe la resignación.

El gobierno Syriza ha renunciado a mucho en estas negociaciones, y no voy a criticarlo, ya que están ganando tiempo político, pero eso no basta, la canalla sigue poniendo sobre la mesa exigencias cada vez más inasumibles. Ahora mismo centran sus cañones -que matan de hambre, de frío y de desatención sanitaria- en uno de sus objetivos más amados, un nuevo recorte en el sistema de pensiones, que ya han sufrido recortes enormes en Grecia. Esa es su "modernidad", abandonar a su suerte a las personas ancianas. Al fin y al cabo, para sus negocios siguen necesitando mano de obra con cierta capacidad de trabajar, pero ¿para qué sirven las personas mayores a la acumulación de capital? ¿No son acaso las pensiones un mero gasto "superfluo" como lo es la gente mayor para la directora del FMI?

Así que precisamente porque no queremos acabar como Grecia, porque, como Syriza, queremos poner fin a esas calamidades, por eso mismo es por lo que hay que seguir esforzándose en preparar la "insurrección que viene", la rebelión social a escala europea contra estos nuevos caciques.

Voy a hacer un paréntesis. Yo no suelo utilizar este tono. Tiendo a la moderación. Me he forzado a hacerlo porque se ha convertido en un deber ético. Su verborrea economicista, que no es ciencia sino ideología amañada al servicio de la ambición de los ricos, es la de un enemigo. No son opiniones diferentes, son los propagandistas de una guerra social declarada con abierta violencia, son la voz -consciente o inconsciente- de todos esos corruptos que nos han pregonado austeridad mientras nos han seguido robando a manos llenas. No se trata de un debate entre izquierdas y derechas como cuerpos doctrinales, se trata de que en mi barrio hay personas que sólo pueden comer por haber creado un banco de alimentos autogestionado, de que en mi barrio hay personas en situaciones críticas de asma que no pueden comprar los medicamentos recetados, de que en mi barrio hay personas a las que han intentando impedir el acceso a atención sanitaria incluso cuando la ley les daba derecho a ello, de que, en las época de mayor frío, ha habido familias con criaturas y ancianos que no han tenido luz, familias sin agua, activistas a las que solicitan varios años de cárcel por haber defendido pacíficamente el derecho a techo, familias a las que quieren quitarles sus hijos por no poder mantenerles en vez de ayudarles para que sí puedan, mujeres embarazadas a las que les han dicho que dada su carencia de medios lo mejor es que los den en adopción. Estoy hablando de que muchas de las personas en situaciones sociales más difíciles no consiguen empadronarse, al menos en Madrid, cuando el empadronamiento es un requisito indispensable para acogerse a muchas de los posibles ayudas sociales existentes, y que si eso ocurre es por una decisión política de los gobiernos municipales del PP en la que no sólo hay justicia sino que ni siquiera hay la "caridad" que de boquilla predica esa gente. Espero que el nuevo gobierno de Madrid sea consciente de esto y solucione este gran problema de inmediato, para lo que sólo hace falta voluntad pues no implica ningún gasto.

En definitiva, la idea de que todas estas calamidades son como "catástrofes naturales" de las que nadie es culpable es totalmente falsa e ideológica, pues son la consecuencia de un programa político aplicado conscientente para proteger unos intereses minoritarios y abusivos.

¿Les molesta que les tratemos con palabras fuertes? Pues bajen a mi barrio y vean. Bajen y díganselo en la cara a todas estas personas, díganlas que son extremistas, que se moderen, que les traten con cortesía mientras ustedes siembran el hambre y la enfermedad. Dejémonos de cuentos y protocolo.

Pero sigamos haciendo la ronda. La CEOE, sí esa que presidía el mismo  corrupto, hoy encarcelado, que pedía que trabajásemos más por menos salario, lo que ya han impuesto, por cierto. Su actual presidente declaró, justo tres días después de las elecciones, que los gobiernos municipales que surgieran de ellas deberían olvidarse de sus programas. Esa es la idea de "democracia" de quienes dirigen la confederación patronal: por ellos, puede haber elecciones siempre y cuando que quienes salgan de ellas como go­bernantes no hagan aquello para lo que se los votó, sino lo mismo de siempre, sometiéndose a sus presiones, degradando más y más las relaciones laborales y el estatus del trabajo. Por descontado esa opinión de la cúpula de la CEOE no representa al conjunto de empresarios de España, sector social muy diferenciado en el que media un abismo entre los ejecutivos y accionistas de las empresas del IBEX 35 y las y los pequeños empresarios, muchos de ellos encuadrables en el concepto de "obrero-patrón" de que hablaba un Marx mucho más sutil que el que presentan sus detractores y algunos de sus supuestos "seguidores". Muy cerquita de la CEOE tenemos al Círculo de Empresarios, proponiendo que se pueda contratar a jóvenes pagando menos del salario mínimo, con la excusa de la formación.

Vamos a otra casilla de este entramado reaccionario. ¿Qué dice el informe del FMI en su "Spain: Concluding Statement of the 2015 Article IV Mission", del 8 de junio de 2015. Pues aconseja lo mismo que siempre: subir el IVA de los productos básicos, hacer una nueva reforma laboral que facilite y abarate aún más los despidos, bajar los salarios, reducir la inversión en sanidad y educación... ¿Y el Banco de España qué dice? Pues dice lo mismo... y más, por ejemplo subvencionar más los "mecanismos de seguro y ahorro" privados, que se liquide aún más la eficacia general de los convenios y que se supriman algunas supuestas "ventajas" legales de las pequeñas empresas, cuyo futuro, al fin y al cabo, importa un pito a las élites salvo cuando pueden usarlas para subcontratar trabajos a coste inferior y dividir a las y los trabajadores. Las cosas suelen ser como parecen, y cuando el PP o Ciudadanos o el FMI o su corte académica dicen que hay que subir el IVA de la fruta o el pan y bajar el IVA de los productos de lujo el motivo es exactamente el que parece ser: quieren degradar las condiciones de vida de la gente más necesitada y mejorar aún más las de los más ricos y su corte ideotecnocrática. Es exactamente así, cualquier otro enfoque de esas propuestas es irse por los cerros de Úbeda.

Nada de esto debe extrañarnos y tampoco debemos abordarlo como si sólo tuviese que ver con una coyuntura específica. Si vol­vemos la vista atrás, abarcando varias décadas, y repasamos las propuestas de to­do este tipo de instituciones y "grupos de opinión" vinculados a los centros principales de poder, como por ejemplo la fundación FAES, veremos que siempre han dicho y siempre han querido lo mismo, al menos a partir del gran giro thatcherista de la derecha europea y, a su cola, de la socialdemocracia; la diferencia es que con la crisis pensaron que se generaban las condiciones sociopolíticas para pasar muchas más de sus propuestas desde el pa­pel a la práctica.

Hubo un tiempo en que, ante la fuerza de una presión social organizada, tuvieron que hacer cesiones en el ám­bito de los derechos sociales y, ya que esa era la situación, vendieron la idea de que eso correspondía a la esencia de un capitalismo que cada vez garantizaría más bienestar; pero eso acabó hace décadas, cuando consideraron que había llegado el momento de desmontar los "Estados de bienestar", desde entonces su mensaje viene a decir que hemos ido demasiado lejos en lo social, que eso no es sostenible y que o aceptamos un retroceso general para casi toda la población y la pobreza de una parte significativa de ella o tendremos miseria para todas y todos. Así, por ejemplo, recientemente el gobernador del Banco de España, Luis Linde, decía que los jóvenes debían "ahorrar", lo que en su lenguaje quiere decir invertir en fondos de pensiones o fondos de inversión, porque la pensión media irá disminuyendo. Por tanto, renuncia a toda promesa de prosperidad, discurso que ha sido sustituido directamente por el de que esto va ir peor cada vez, que eso es lo que hay y que la gente debe funcionar en torno a la idea del "sálvese quien pueda" individual, dejando en la miseria a los sectores colocados, en cuanto a ingresos y patrimonio, en la franja más baja de la sociedad. Sus soluciones, claro está, no funcionan para la juventud que no puede ahorrar, la gran mayoría, pero tampoco van a funcionar para el resto salvo los pocos que se integren en la élite, porque, por mucho que los economistas y políticos sicarios del sistema lo oculten, todos ellos saben que en algún momento los fondos de pensiones van a quebrar dejando a mucha gente sin sus ahorros de toda la vida.

No estoy diciendo que no discutamos las tesis que proceden de toda esa esfera que vive en torno a las élites y disfraza la realidad, y menos aún que actuemos desde el desconocimiento, todo lo contrario, el sa­ber es un arma irrenunciable, la polémica contra el aparato de agitación y propaganda del sistema también. Tampoco digo que en esa caterva de especialistas no haya nadier que tenga saberes o que no haya casos en los que creen lo que dicen, digo que su discurso es ideológico, apegado a los intereses materiales de "arriba". Estoy diciendo que sepamos, de entrada, que son enemigos, no tan­to como personas sino como agentes políticos. Que no estamos en un torneo científico, sino en un conflicto social. Que en la alta sociedad no tienen ni han tenido nunca piedad si sus privilegios están amenazados. Que nosotras y nosotros sí debemos tenerla porque nos lo piden nuestras convicciones, pero que una cosa es eso y otra es jugar el juego del enemigo con una cortesía zalamera que él desconoce. Si habéis visto varias de las sesiones de investidura municipales del 13 de junio, no sé si os daríais cuenta de una cosa: bastaba ver el aspecto personal de las y los concejales de las nuevas candidaturas emergentes, sus movimientos físicos incluso, para notar que algo había cambiado, porque allí había unas personas que estaban diciendo, con un grito mudo y espontáneo, "no os confundáis, no somos de los vuestros, venimos de la calle y a ella nos debemos". De eso se trata. Con saber, desde luego, y con argumentos. Desde el ejercicio de la democracia, que no debe confundirse con el mero sometimiento a las leyes, que muchas veces son injustas.

Dice Owen Jones: "Ya hace tiempo que se necesita una revolución democrática, destinada a reclamar por medios pacíficos los derechos democráticos y el poder que se ha anexionado el Establishment. Una revolución así sólo triunfará si aprende del éxito del Esta­blishment. Para su triunfo, resultó crucial ser más que agresivo en la batalla de las ideas".

Pues sí, hay cosas que podemos aprender de la casta. Y una es esa agresividad y que la lucha de ideas es, en este terreno, una batalla social que hay que librar sin complejos. Para ello no hace falta ser extremistas como lo son ellos, no se trata de gritar más, ni de pretender conseguir todo de in­mediato, se trata de saber contra quienes estamos luchando, de esforzarnos en conocer la realidad, de hablar con claridad, de tener unas pocas pero firmes convicciones sin doctrinarismo, de medir las consecuencias de todo lo que hacemos, de sacar a relucir los intereses sociales en juego y de saber que quien quiere cambiar las cosas no debe nunca comer invitado en la mesa de "la casta" en el ámbito de su actividad sociopolítica.




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