Trasversales
Catarina Caldeira Martins

Marisa es la utopía que deseamos

Revista Trasversales número 37, febrero 2016

Versión original en portugués

Catarina Caldeira Martins es profesora universitaria, dirigente del Bloco de Esquerda en Coimbra, diputada municipal por la lista "Cidadãos por Coimbra". El artículo hace una semblanza de Marisa Matias, candidata en las elecciones presidenciales de Portugal de 2016, quedando en tercera posición con cerca de medio millón de votos, más de un 10%.




Tengo la inmensa alegría de contar con la inigualable amistad de Marisa, con perdón de mis otras amigas y amigos. Contar con la amistad de Marisa es un privilegio especial, al que, por mucho esfuerzo que haga, no puedo corresponder equitativamente. Nadie consigue como Marisa albergar en su corazón ilimitado los afectos, la ternura, una dedicación insuperable, o los comprensibles dictámenes de una vida dedicada a luchar constantemente, sin descanso, sin concesiones, en favor de aquellas y aquellos que más lo necesitan. Siempre en el epicentro de las grandes causas, que es donde queremos que esté, porque sabemos que ella es esencial, que no olvida y que siempre encuentra el tiempo, la palabra de apoyo y el cariño, la inspiración que necesitamos. Por lo tanto, tengo la inmensa alegría de tener a Marisa como amiga y por eso, por el amor y la inmensa admiración que nos une, querría exponer en palabras lo que nunca conseguí darle en la misma medida en que ella da incondicionalmente.

Nuestra amistad tiene ya algunos años y una trayectoria común en esta cosa que se llama política. Nos presentamos juntas, en 2001, a las elecciones locales en Coimbra, Marisa co­mo candidata a la Cámara, yo a la Asamblea Municipal. Marisa tenía algunos recelos, pero las incertidumbres nunca fueron impedimento para los desafíos que enfrenta con la cabeza bien alta. Yo me sentía apoyada, porque sabía que Marisa sabría llevar la tarea a buen término y yo la seguiría y apoyaría lo mejor que pudiese y supiese. Fue muy difícil hacer la foto y el cartel de campaña, yo tan pequeña y ella tan alta, vertical y grande, tanto que tenía que agacharse para que entrásemos juntas en el marco de la cámara. Salí elegida. Ella no. Pero la victoria no era mía, era de Marisa, que hizo así su ensayo de cara a espacios más amplios que los de la política municipal, por mucho que también sea importante ésta. Yo me quedé. Marisa iría hacia espacios de mucha mayor altura, los que corresponden a su grandeza y a los que ella ha sabido elevar hasta donde nadie antes lo hizo.

Algún tiempo después, como colegas que aún estábamos en el Centro de Estudos Sociais de la Universidad de Coimbra, Ma­ri­sa me pidió consejo: ¿debía aceptar la pro­puesta de Miguel Portas para que fuese candidata al Parlamento Europeo? Ese de­sa­fío afectaba a muchas otras cosas, pero le dije que sí, que aceptase sin dudarlo, que era totalmente capaz de ejercer bien esas funciones y, sobre todo, predije lo obvio. Le dije que fuese, porque iba a crecer de tal manera que su vida nunca sería ya la mis­ma. Tengo guardado en algún sitio el correo electrónico que le envié al final de esa tarde, reiterando lo que antes le había dicho pero quizá con poca vehemencia. Vete, porque vas a crecer, vas a sentir que las luchas valen la pena, que vas a cambiar el mundo, todo esto se te queda pequeño.

Lo que estaba lejos de imaginar era que no sería la función de eurodiputada lo que ha­ría crecer a Marisa, sino que Marisa haría crecer la política europea usando con enorme inteligencia todas las brechas inusitadas de una máquina hermética y kafkiana de destruir a la gente, en un sitio donde las personas y la ética de los derechos comenzaron a tener un lugar gracias a las preocupaciones humanas y la solidaridad sin igual de una sola diputada. Enfrentándose, aunque fuese con miedo, a los representantes de poderes a los que nos habíamos acostumbrado a ver como inevitables e inescrutables, desde los principales líderes euro­peos a los poderes económicos y a los sombríos dictadores de Oriente Medio. Una mu­jer portuguesa, de Alcouce, que aún no había cumplido los 40 años, exigió a la máquina europea lo imposible, con sabiduría y estrategias sorprendentes, yendo de frente y con un coraje inquebrantable. Su fuerza, su competencia, su inteligencia, su ética y, sobre todo, su verticalidad, su compromiso emocional con la justicia y la ética, poniendo todo su cuerpo y alma en sus intervenciones y en las causas que asumía, tendría que ser reconocida, como lo es y lo fue, por todos los sectores, incluso por sus oponentes.

En todas las situaciones Marisa ha hecho po­sible lo imposible. La política europea ha crecido con ella. Quienes hemos seguido su trayectoria sabemos que el proyecto eu­ropeo, tan quebrantado, podría ser radicalmente diferente si hubiese más Marisas. Es una pena que en Portugal se sepa tan po­co de lo que esta mujer excepcional hizo y hace.

Marisa crecería, dije aquella tarde, pero no me imaginaba cuánto. Yo no fui capaz de discernir el potencial de gran humanismo que llevaba en sí misma, aunque ya supiese que era enorme, tan grande como su capacidad de sacrificio y su profunda im­plicación ante las injusticias. Así, Marisa está siempre donde no hay nadie más, está siempre allá donde sepa que hay alguien que lo necesita, que sufre, alguien que, para la máquina europea y el aparato burocrático de los estados, ni siquiera existe como ciudadano o en el recuento de votos. Para otros, estas personas no importan, para Marisa sí. Y desde Gaza a Calais, los refugiados, las víctimas de la guerra, las víctimas de ataques ambientales, los masacrados por los poderes que reinan en esta máquina europea, se vieron acogidos por ella, reconocidos, con voz. Marisa cruzó el barro en el que los principales líderes europeos no quieren ensuciarse los zapatos, pero en el que dejan que esas personas vivan. Lo hizo para extender sus corazones en un abrazo, con una caricia de sus manos. Marisa es capaz de establecer diálogos, po­ner puentes, construir la reconciliación sobre la base del concepto irrefutable de justicia. Marisa sabe ser inflexible cuando eso es lo que está en juego.

Marisa crece de una manera diferente, está a añoz-luz de la dimensión humana de quienes hablan ex cátedra en cualquier programa televisivo semanal, sin abandonar el sofá en que se apilan libros descritos a partir de los resúmenes de las solapas. No sabe ser política cuando no interviene en las causas determinantes del país, desde los asuntos económicos a la defensa del Estado de bienestar, tomando posiciones claras con una indispensable definición ideológica: como mujer de izquierda, como feminista, explicitando, sin duda, que está del lado de quien tiene necesidad. Marisa reescribió la noción de poder político en torno a lo que importa y a lo que debería ser, la participación humana, la justicia social sin excepciones, la primacía absoluta de los derechos, una implicación total y sin vacilaciones, un compromiso completo de la inteligencia y el corazón, hasta el agotamiento del cuerpo y la mente, el sacrificio por los demás. Si ustedes quieren llámenlo ética cristiana. Llámenlo simplemente ética o política de verdad. Llámenlo política, porque la otra política es en realidad su negación.

Marisa, mujer de 40 años, convirtió estas semillas en logros que ningún otro candidato a la presidencia de la República y muy pocas personas igualan. También tiene títulos académicos, como si sirviesen para algo, pero lo que más cuenta es la esperanza que nos trae. La esperanza que conquistó como nadie lo ha hecho y que ha llevado luego a la gente. La esperanza, como he dicho anteriormente, en la reescritura de lo político y del poder.

Lo que Marisa nos dice, en todo lo que es y en todo lo que hace, por ejemplo en Gaza cuando juega con los niños, con el corazón en la mano, la belleza de su sonrisa embelesada, el calor que transmite conteniendo las lágrimas, lo que Marisa nos dice, en todo lo que es y en todo lo que hace, haya o no una cámara de televisión delante pretendiendo reducirla a banalidad y mediocridad, sin saber qué hacer con una verdadera y gran mujer, lo que Marisa nos dice, en todo lo que es y en todo lo que hace, es que todas y todos contamos, cada una y cada uno, que tenemos un lugar, que ¡podemos!

Lo que Marisa nos muestra es que podemos, con esperanza, recuperar la democracia, que el voto puede cambiar el mundo, que la política no es algo sucio sino que ha sido envilecida por sus protagonistas. Marisa nos muestra que la política puede ser la tarea más noble que existe y que el poder, combinado con un profundo humanismo, puede ser ejercido para un mundo justo, libre e igualitario en el que todas y todos podamos ser felices. Marisa es la prueba viviente. Marisa es la utopía que queremos. Imaginemos la política llena de Marisas. Imaginemos que todas y todos vivimos se­gún el ejemplo de Marisa. Ima­ginemos nuestras pequeñas vidas, convertidas en gran­des, transformando el mundo, como Marisa. Sería un mundo pleno, justo, feliz.

Votemos por Marisa por la inspiración que siempre supo ser, por su ejemplo, por la belleza humana que emana, por la grandeza de su espíritu, por su dedicación sin igual, por su sacrificio para causas mayores. ¡Qué bello país tendríamos con Marisa de presidenta!