Trasversales
Carmen Castro

Repensar la ciudad desde la igualdad de género (I y II)

Revista Trasversales número 37 febrero 2016

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Tras la lectura de una entrevista a David Harvey he decidido reactivar esta línea de análisis que tenía en stand by sobre la necesidad de repensar la ciudad desde la igualdad de género y el reto que representa para el nuevo municipalismo emergente. Se trata de tomar en consideración de qué manera la interrelación de los tiempos de vida, la redistribución espacial y de recursos y la reorganización de los servicios que afectan a la vida cotidiana en el proceso de humanización de las ciudades al que se refería Jane Jacobs, debería transformar, al mismo tiempo, el imaginario simbólico construido desde el sistema patriarcal.

El interés en hacer este abordaje nace de lo que motivó mi tesis doctoral, en su momento: la potencialidad género-transformativa de las políticas públicas para avanzar hacia otro modelo de sociedad.


I

Cuando se quiere poner la vida y las necesidades de las personas en el objeto de atención de las políticas públicas, surge la necesidad de repensar lo que habitualmente se considera estándar y complejizar el análisis integrando la diversidad de realidades, condiciones y posiciones sociales de mujeres y de hombres. En la práctica, esto conlleva a poner en cuestión el seguir utilizando la idea de un supuesto sujeto universal enmascarado en el masculino como globalizador de necesidades, expectativas y voluntades de los sujetos hombres y mujeres.

El interés del análisis de las ciudades viene del creciente proceso de urbanización y del hecho de que en ellas confluyen diversos fenómenos en un aspecto multinivel. Lo global está presente e incide en aspectos nacionales, de demarcación territorial y or­ganización política, así como en aspectos más localizados en el territorio (descentralización, violencia, tejido económico, etc.) Hacer del derecho a la ciudad parte efecti­va de los derechos humanos para todas las personas requiere pensar el espacio urbano desde las diferencias entre mujeres y hombres, tomando en consideración las interseccionalidades que pudieran concurrir, ya sean clases socioeconómicas, orígen étnico, códigos culturales y/o religiosos y di­versidades respecto a la autonomía personal de cada quien. La consideración de la incidencia de las construcciones sociales, asig­nadas tradicionalmente a mujeres y hom­­bres, en el análisis de la ciudad, se en­marca en la conceptualización de la ciudad como nodo y pulsión de cruces de relaciones. En este marco cobra importancia la observación de cómo se dan las interrelaciones de los hombres y de las mujeres con las principales instituciones de la sociedad; es decir, cómo inciden las relaciones de género en la articulación de las instituciones, de los mercados, de la comunidad y de las familias. Entendiendo ‘género’ como la variable explicativa de la construcción cultural asentada en la diferenciación sexual por la que se atribuyen diferentes expectativas sociales, atributos, funciones y comportamientos a las mujeres y a los hombres, en base al condicionante biológico, estructurando un sistema de ordenación socioeconómica basado en la preeminencia masculina. Para mayor detalle explicativo so­bre teoría de género, leer a Gayle Rubin, Joan Scott o Marcela Lagarde.

En una primera aproximación, la integración de la perspectiva de género en la reflexión, análisis e intervención política sobre la ciudad permite hacer emerger evidencias de que el espacio y la distribución territorial espacial y física no es neutra, y que los roles y actividades que desempeñan hombres y mujeres condicionan las expectativas respecto al acceso y uso de los espacios en la vida cotidiana. Este tipo de análisis da lugar a poder conocer y valorar en qué me­dida se vinculan las relaciones de género socialmente construidas y el espacio urbano socialmente producido.

La división sexual del trabajo atraviesa tam­bién la división de las actividades en las ciudades; por una parte se diferencian los espacios de producción-trabajo de los espacios de habitación-reproducción y se les asignan roles específicos de género. Las mujeres se relacionan en mayor medida con el ámbito del hogar y los espacios de la reproducción, mientras se establece la percepción de que la calle y los lugares destinados a la producción se construyen -implícitamente- desde la preeminencia masculina. Esta segmentación no obedece a ningún criterio funcional, sino más bien a un re­fuerzo de la división genérica de la sociedad y a la traslación de la lógica binaria patriarcal producción/ reproducción, público/privado y masculino/femenino.

Hacer emerger la importancia del trabajo reproductivo y no remunerado que realizan mayoritariamente las mujeres es un proceso clave para entender el funcionamiento de la vida urbana, tomando consciencia de que ante la hipotética situación de que las mujeres dejaran de responsabilizarse de dicho trabajo reproductivo, sería evidente que la estructura urbana, social y económica, tal y como la conocemos, dejaría de funcionar. Pues bien, de esta línea argumentativa se atisba ya una primera aproximación a la visión de género de la ciudad, por la que emerge el trabajo invisible y los desplazamientos de trabajo que representa el circuito de los servicios de atención a la vida cotidiana; algo que no siempre se contempla en la política urbana como, por ejemplo, en el diseño del sistema de transporte público, que sigue atendiendo preferentemente a las necesidades de desplazamiento vivienda-empleo, más próximo a la lógica del trabajo productivo (preeminencia masculina).

Y es que, a pesar de que mujeres y hombres vamos accediendo a diferentes ámbitos y sectores de actividad, los criterios de distribución y participación aún evidencian que habitamos la ciudad de manera diferenciada; es preciso relacionarlo con el hecho de desempeñar distintos roles, responsabilidades y sobre todo porque las experiencias cotidianas en cuanto a cómo enfrentamos las necesidades de trabajo, vivienda y servicios son cualitativamente diferentes. Lo anterior es algo recurrente en los estudios de género respecto a los ‘espacios de sociabilidad’ como muestran, por ejemplo, los trabajos de Inés Sánchez de Madariaga, los de Alejandra Massolo, los de Jo Beall y Ca­ren Levy, así como la Carta Europea de las Mujeres en la Ciudad, de 1994 (European Charter for Women in the City: Moving towards a Gender-Conscious City).

II

Continuando con la reflexión previa sobre cómo repensar la ciudad desde la igualdad de género, abordo algunas ideas para seguir avanzando en el tema. En esta ocasión, es la construcción del ‘de­recho a la ciudad’ y de la consideración del hilo de argumentación de Dolores Hayden en What would a Non-Sexist city be like? sobre cómo el diseño de la ciudad tiene consecuencias diferenciadas en la vida cotidiana de las mujeres. Y es que, si bien el derecho a la ciudad se nutre de otros derechos que se desarrollan en el pro­pio espacio urbano (derecho de asociación, de manifestación, de participación, de vivienda, acceso a la educación, de acceso a la sanidad, a la libre información, a la accesibilidad, al libre movimiento y al respeto e inclusión de los colectivos minorizados), cada vez son más las voces (profesionales, activistas, feministas e instituciones) que insisten en la necesidad de reformular el ‘derecho a la ciudad’ desde una perspectiva feminista.

Es importante insistir en que no existe la neutralidad desde el punto de vista del gé­nero, tampoco en lo que se refiere a las políticas de urbanismo, vivienda y regeneración territorial; en esto precisamente inciden las investigaciones y aportaciones fe­ministas, al poner el foco de atención en ha­cer emerger el análisis acerca de los usos y las experiencias vividas en el territorio, así como las relaciones de poder patriarcales que sostiene o deconstruye.

Debemos admitir el factor género en la ciudad como la fuente de una nueva cultura compartida, y debemos participar en la definición de una nueva filosofía del ordenamiento territorial” (Carta Europea de la Mujer en la Ciudad, 1995). Durante los 90, los movimientos sociales se nutrieron de aportaciones feministas que promovieron la elaboración de Cartas de Derechos de las mujeres a la ciudad, como mecanismo a través del que focalizar los aspectos que perpetúan las desigualdades.

Las mujeres están en desventaja en comparación con los hombres en las ciudades en términos de igualdad de acceso al em­pleo y la vivienda, la salud y la educación, el transporte, la propiedad de los activos, las experiencias de la violencia urbana, y la capacidad de ejercer sus derechos” (UN-Habitat, 2013).

Todas estas dificultades se acrecientan en los procesos de guetización o marginalidad a los que deriva la pobreza económica y monetaria en muchas ciudades, acrecentada en estos últimos años por las políticas neoliberales, y que afecta de manera diferenciada a las mujeres.

Cada vez son más voces las que alertan sobre la ceguera de género de la que adolecen las políticas públicas de servicios y planificación urbanística; sin embargo, sería posible integrar en su análisis el enfoque de igualdad a través de tres dimensiones claves de las transformaciones que concurren en las ciudades:

- La político-institucional: la igualdad de género, como principio ético-político basado en la equivalencia humana, forma parte de los nuevos marcos de consenso institucional y de legitimidad democrática, desde lo global a lo local. Esto tiene implicaciones tanto en los discursos políticos como en instrumentación de los mismos a través de planificación, la prestación de servicios y la ampliación de actores sociales y entidades llamadas a participar en la construcción de una nueva gobernabilidad urbana.

- La social y económica: el reto de la justicia social, que dicen asumir los gobiernos locales debería integrar la justicia de género entre los criterios de resultados redistributivos conseguidos a través de las políticas municipales; esta premisa aporta la ma­yor coherencia al nuevo rol de impulsor del desarrollo económico local y de eficiencia en la inversión de los recursos públicos.

- La territorial y espacial: el proceso de suburbanización está trasladando a sectores poblacionales de mayor poder adquisitivo a fuera del territorio urbano, los que provoca una reordenación de prioridades en la planificación de obras públicas y en la extensión de infraestructuras y servicios. Este proceso corre paralelo al de la guetización de los sectores más empobrecidos y de mayor vulnerabilidad económica.

En los últimos años, gran parte de los ajustes estructurales alentados por las políticas neoliberales han ido dando entrada a un proceso de privatización de los servicios, anteriormente públicos, modificando los criterios de acceso a los mismos. Los efectos de dichas políticas de ajuste han sido particularmente graves sobre los sectores de la población más empobrecidos, lo que tiene un importante componente de género y se traduce, en la práctica, en una derivación de la responsabilidad de la supervivencia y cuidados a los entornos familiares a las mujeres, dado el peso que todavía tiene la socialización de género.

Como efecto de lo anterior, la reactivación de los mecanismos de desequilibrios es­truc­turales y muy especialmente la desi­gualdad de género se ha puesto en marcha. En este contexto adquiere especial relevancia la articulación feminista de procesos y estrategias abordadas por las mujeres para resistir (re)apropiándose de los espacios y a través de ellos subvertir el orden simbólico masculino; un hilo del que seguiré tirando en la siguiente parte de esta reflexión.



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