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Consejo editorial de Trasversales

La descomposición de la Unión Europea

Revista Trasversales número 37, febrero 2016



La UE está en descomposición. Lejos quedan las respuestas a crisis anteriores, que llevaron a nuevos acuerdos comunitarios, por discutibles que fueran algunos. La construcción de la UE ha supuesto un paso atrás y dos adelante hasta el fracaso de la Constitución y el posterior remiendo del Tratado de Lisboa, pero ahora asistimos a respuestas desordenadas desde los Estados y al abandono explícito de los proclamados fundamentos de la Unión.

La UE tiene un déficit de democracia, el Parlamento no controla al Consejo (reunión de jefes de Estado, que toma las decisiones principales y en parte legisla) y la Comisión ejecuta las decisiones de éste. No existe un Tesoro europeo y hay enormes diferencias en fiscalidad entre los estados. La UE permite la existencia de paraísos fiscales en su interior y carece de una política exterior común, aunque haya ministra de exteriores y cuerpo diplomático. No sabe cómo responder a problemas de su entorno, como el conflicto Rusia-Ucrania -ya pasó en la crisis de los Balcanes- y a los conflictos de Oriente Medio.

Este deterioro se acentuó con la respuesta a la crisis económica iniciada en 2007 y 2008. La política de "austeridad" ha dado lugar a un estancamiento económico, ha apoyado a los bancos acree­dores y a los gobiernos que los protegen frente a los ciudadanos, el de Alemania en primer lugar pero con complicidades de la mayor parte o todos los gobiernos, incluidos los de Zapatero y Rajoy. El último episodio es el acuerdo con Reino Unido de quitar protección social a ciudadanos de otros países de la UE, reduciendo a nada la “ciudadanía europea”, junto a la sucesión ininterrumpida de actuaciones intolerables contra quienes buscan refugio en Europa.

La crisis ha demostrado que el euro era una moneda mal concebida, que ha funcionado mientras todo “iba bien”. A diferencia del dólar carece de un Tesoro que le apoye, el Banco Central no puede emitir bonos ni repartir los déficits entre los estados de la Unión.

El Consejo y la Troika han impulsado condiciones muy lesivas para las clases populares y los países del sur. Se les ha impuesto un abaratamiento del coste del trabajo, con bajadas de salarios, desregulación de las condiciones de contratación y reducción del salario indirecto, desmantelando parte de los estados de bienestar.

Los momentos más destructivos han sido la imposición de un gobierno tecnocrático en Italia, la conversión de la deuda bancaria en deuda pública en España, la presión sobre Grecia, que ha conseguido torcer el brazo a Syriza y a la voluntad de los griegos, y la gestión de la “crisis de los refugiados”. Se han impuesto condiciones desiguales, más exigentes con los déficits para los países del sur de lo que fueron para Alemania y Francia.

Esta política no ha arreglado los problemas. La banca italiana está en situación parecida a la que tuvo la española. Ha estancado la economía de la UE, ha abierto grietas profundas entre los países y ha conseguido que cada vez más ciudadanos desconfíen de las medidas que vienen de la UE. Ha servido para abaratar el coste de la mano de obra y aumentar la desigualdad de ingresos, que es lo que se perseguía.

A esto se añade la crisis de los refugiados. La guerra en Siria, Irak y Libia ha supuesto el desplazamiento de millones de personas, de Siria hay 5 millones de refugiados, la mayor parte en estados limítrofes como Líbano, Jordania, Irak y Turquía, y puede esperarse que seguirá la emigración mientras continúen las guerras. Se calcula que han muerto ahogadas más de 3000 personas en el Mediterráneo oriental, sólo en este enero han llegado seis veces más refugiados que la suma de los llegados en enero de 2014 y 2015.

¿Cuál ha sido la respuesta de la UE? Ha presionado a los países de llegada, sobre todo Grecia, para que los paralicen y clasifiquen en sus fronteras, desentendiéndose de su suerte. La Comisión propone expulsar a Grecia del tratado de libre circulación de Schengen si no construye barracones para miles de refugiados, al tiempo se la chantajea con quitas de la deuda, lo que antes era imposible. Esta expulsión tampoco serviría de nada ya que Macedonia no está en el tratado y sería el estado de paso. La Comisión ha propuesto acoger a 160.000 refugiados, lo que es irrisorio frente a las oleadas de llegadas, y en realidad sólo se ha acogido a unos cientos. La ayuda al salvamento de náufragos llevada a cabo por la armada italiana fue sustituida por una acción de vigilancia. Se está apoyando al gobierno turco que masacra a los kurdos combatientes con éxito contra Daesh, lo que confirma una total ausencia de voluntad de derrotar a Daesh sobre el terreno y cierta complicidad con ese fascismo criminal.

Merkel abrió Alemania a una mayor acogida, pero ha retrocedido ante la presión de su partido, de parte de la población y de otros gobiernos. Ante la incapacidad de dar respuestas conjuntas se están estableciendo barreras de alambre o de control de fronteras, con imágenes inimaginables en Europa desde hace décadas. Se está suspendiendo Schen­gen, proponen que sea hasta por dos años, pero podría ser para siempre. No sólo ponen barreras Hungría o Austria, el gobierno de Dinamarca incauta los bienes de los que piden asilo y nos enteramos de que esto ya ocurre en Suiza. Siguen maquinando medidas restrictivas, tanto la UE como algunos estados por su cuenta, medidas como dificultar las uniones familiares o incluso para prohibir a las ONG las ayudas a los refugiados.

Están violando la carta de Derechos Fundamentales, que tiene carácter jurídico en el Tratado de Lisboa y según la cual es obligado dar asilo a las personas que huyen por persecución política. Las respuestas dadas o la ausencia de ellas llevan a que el discurso xenófobo de la ultraderecha se asimile por los gobiernos. La política de la UE frente a los refugiados ha consistido en la externalización del acogimiento, con acuerdos globales o entre estados para que sean “acogidos” en países africanos o en Turquía. Asistimos a una deriva que viola los derechos humanos. Deriva que se convierte en autoritarismo con sus propios ciudadanos. El peligro de terrorismo yihadista ha sido utilizado para limitar las libertades en Francia y otros países. En la misma línea está el retroceso democrático y de las libertades en Hungría o Polonia, en deriva católico-autoritaria, con un régimen parecido al franquismo nacional-católico que vivimos en España. En poco tiempo se están produciendo limitación de libertades y actuaciones autoritarias en distintos países sin que actúen los organismos de la Unión.

En realidad, todo apunta a que las élites económicas y políticas europeas se han desinteresado en la construcción política de Europa, incluso bajo su propios parámetros de desregulación social, pues en ella ya ven más peligro que oportunidad. Quieren deshacerse de los estándares sociales y políticos que, pese a sus muchas limitaciones, singularizaban la zona UE. Utilizan la cáscara institucional de la UE al servicio de otro plan, de cara al cual no ven como competitores a las pujantes extremas derechas nacionalistas e incluso neofascistas, sino como potenciales aliados, útiles para bloquear una respuesta social solidaria y transnacional.

¿Qué respuesta puede darse?: la presión de la población de cada estado y a escala europea contra la política de recortes, contra las limitaciones democráticas, contra las formas autoritarias y la xenofobia. Y respuestas sociales y políticas transnacionales, línea en la que se lanza Dem 25 (Democracia en el Movimiento Europeo 2025) por Varoufakis, Ada Colau y otros. Es un movimiento transversal que parte de la escala europea para aterrizar en regiones y localidades, lo que, además de su interés como experiencia específica, sugiere un camino a explorar para movimientos sociales y alianzas políticas más amplias.

A corto plazo pudiera resultar eficaz, si se consiguiese, la cooperación entre gobiernos de los países que sufren la imposición de recortes y la mayor presión migratoria, para proponer estímulos económicos europeos y flexibilidad en el cumplimiento de los déficits, así como medidas para acoger a los refugiados en las zonas de salida y distribuirlos con dignidad entre todos los países de la Unión, lo que sería factible si hay presión social y más cambios políticos como el que hubo en Grecia o el reciente en Portugal.

Ahora bien, parar este proceso de descomposición o reiniciar una dinamica de construcción política europea no es posible desde cada país por separado, es necesario conseguir movilizaciones, presiones, alianzas y alternativas transnacionales. Sin ellas no serán realizados los mejores de los principios declarados por la UE, hoy pisoteados, ni se construirá un espacio político europeo.