Trasversales
Luis M. Sáenz

Tras el 20D: primacía de lo social

Revista Trasversales número 37 febrero  2016

Textos del autor en Trasversales



Nuestros pesimistas se quejan de que el PP siga siendo el partido más votado, pese a lo tenebroso de la pasada legislatura, y de la incapacidad de formar una mayoría de gobierno de izquierda. Nuestros optimistas insisten en que "las izquierdas" han sacado muchos más votos que el PP y bastantes más que PP+C's, y resaltan que a Rajoy le es imposible agrupar una mayoría de investidura. Todos tienen razón. ¿Y si intentamos comprender?

1. La forma más práctica de abordar el 20D es situarlo en el contexto temporal que va desde 2007 hasta nuestros días y en el contexto espacial que, para simplificar, llamaré Eu­ropa, la Europa de la UE, aunque hoy ésta no es pensable sin tomar en consideración Turquía, Rojava, Siria, Irak... Han ocurrido muchas cosas, entre ellas...:

- La crisis económica, aún no cerrada. ¿Hay una nueva recesión en el horizonte?

- Las políticas de desposesión, empobrecimiento y precarización imperantes en la UE.

- La desintegración o descomposición reaccionaria de la UE.

- La descomposición de Siria e Irak, las matanzas perpetradas por Assad y por Daesh, el éxodo masivo, y la emergencia del proyecto democrático y laicista en Rojava.

- La conversión del Estado turco en aliado objetivo, y creo que subjetivo, de Daesh y la complacencia de la UE ante esa actuación, premiada en vez de castigada.

- Un acontecimiento socialmente constituyente (15M) antagónico del proyecto estratégico de las élites y al que debemos que en España no se haya producido el ascenso de fuerzas fascistas o pre-fascistas.

El panorama es sombrío, quizá el más sombrío desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La barbarie puede vencer, pero la democracia, imperfecta e inestable, es posible. No hay otra opción que intentarlo. ¿O vamos a bajar los brazos ante el horror de los mercados de esclavas en Oriente Medio y de los gobiernos "democráticos" que legalizan el robo de las escasas propiedades de las personas que escapan de esa barbarie?

Pensar España o pretender cambiarla sólo a partir de sus instituciones y del “soberanismo" es un callejón sin salida. España sólo se puede pensar y cambiar desde lo social y en Eu­ropa. Lo han comprendido pocos movimientos políticos europeos: algunos ecolo-verdes, algunas corrientes del movimiento de la "autonomía" y, quizá, el proyecto naciente de DiEM 25, al que no hay que confundir con el conjunto de corrientes convergentes en el "Plan B para Europa", muchas de ellas "soberanistas". No podrán crearse fuerzas operativas eficaces en el marco de la UE si no se comprende que el "campo de juego" político y social es, como mínimo, Europa..., no desde un internacionalismo abstracto, voluntarista, sino desde el tejido material de una realidad transnacional. El veneno que segrega la desin­tegración reaccionaria de Europa nos va a afectar.

2. La "inestabilidad" institucional posterior al 20D es un reflejo deformado de la realidad social... y buena noticia. Los equilibrios de fuerza parlamentarios están transtornados y llenos de incertidumbre porque las relaciones de fuerza materiales también lo están, pero de una forma peculiar, en apariencia paradójica.

Desde la primavera de 2010, las élites económicas y políticas han impuesto en España un retroceso cualitativo en el nivel de vida de la mayoría de la población y en derechos sociales y civiles, dejando en la pobreza o al borde de ella a un tercio de la población, amenazando con cárcel a sindicalistas, feministas o titiriteros, agrandando la brecha de desi­gualdad social y de género. Sin embargo, las élites se han dejado muchos girones, "ga­nando" desprecio social, perdiendo he­gemonía, sufriendo el deterioro de sus he­rramientas políticas y no pudiendo impedir una notable transformación de la mentalidad social. Esa "paradoja" en la que las élites parecen poderlo todo pero pierden ca­pa­cidad de hegemonía política, con desestabilización de los instrumentos de su ejercicio, expresa una determinada relación de fuerzas en la sociedad, que hace tambalearse, sin derrumbe, los equilibrios de las pa­sadas décadas. Los resultados del 20D re­flejan, de manera distorsionada pero clara, un cambio social significativo.

Las élites no han logrado consolidar la dinámica constituyente de un nuevo régimen reaccionario desde el viejo régimen, pues las herramientas políticas de su dominación están maltrechas, pero la población indignada, que ha pasado por un proceso constituyente social de sí misma como su­jeto sociopolítico (o un proceso de creación de "poder constituyente", por utilizar la ex­presión utilizada por Raúl Sánchez Cedillo en una de las más inteligentes y útiles de las intervenciones que tuvieron lugar en las jornadas "Plan B para Europa" celebradas en Madrid), no ha logrado tampoco un cambio de régimen encaminando hacia la democracia, paralizando una parte de su impulso creador por las ilusiones crea­das en torno al "asalto institucional". Entién­daseme bien: la actual configuración de las Cortes, especialmente del Congreso, es una clara mejora respecto a la situación anterior y abre nuevas oportunidades. Sin embargo, aunque día a día se constata la inadecuación del régimen político vigente a la realidad social, es extraordinariamente difícil que de la actual configuración de las Cortes pueda surgir una reforma constitucional progresiva significativa y menos aún una iniciativa constituyente. No hay asambleas constituyentes sin previa creación de poder constituyente. El dinamismo social 15M lo creó, pero no el suficiente. Algunos pensaron que una exitosa intervención electoral cubriría ese déficit, pero las cosas no funcionan así Pero, insisto, el que la incertidumbre y los antagonismos sociales hayan irrumpido en las Cortes es positivo y útil, como lo ha sido el acceso al gobierno "in­dig­nado" de bas­tantes ayuntamientos. La di­ficultad para la formación de mayorías sólidas refleja que el periodo 2007-2015 sigue abierto, que no han podido aplastar el espíritu del 15M, que se siguen librando batallas de esa guerra a la que hemos respondido en defensa propia, guerra en la que hemos perdido mucho pero en la que nos hemos transformado en un sentido positivo, aunque aún no consolidado. Su régimen es inestable, nuestra fuerza también.

3. La desintegración del proyecto europeo no supondrá una "mayor autonomía" de los Estados para llevar a cabo política más justas, sino chantajes y presiones aún más brutales, no digamos ya si se confirman las pre­visiones de una nueva recesión mundial. Incluso si las condiciones políticas específicas de España pudieran abrir, en ciertos aspectos, un paréntesis de "alivio", que no hay que desdeñar, podríamos encontrarnos dentro de algún tiempo con otro ataque fron­tal contra las condiciones de vida de la población y contra los derechos democráticos. En esos términos debemos entender la virulencia extrema de los discursos y he­chos de dirigentes del PP como Fernández Díaz, de los medios de comunicación reaccionarios (y de alguno que iba de "progre") y de la oligarquía económica. Aumenta el recurso a un lenguaje de desprecio contra la población más excluida, española o extranjera. Se acumulan procesamientos contra sindicalistas, titiriteros, personas que han puesto su cuerpo para parar desahucios, feministas, twiteros...

Desde toda la "alta sociedad", incluidos bastantes "notables" del PSOE, se ha expresado con claridad la voluntad de ex­cluir a Podemos y a las confluencias territoriales, poniendo de hecho en cuestión su derecho a existir. Han tocado a rebato, co­mo diciendo "dejaros de tonterías, el tinglado está en riesgo y tenemos que unirnos pa­ra salvarlo". Lo que están diciendo es que el trabajo empezado por Zapatero en mayo de 2010 y continuado, con mayor entusiasmo e intensidad, por Rajoy a partir de di­ciembre de 2011, no está terminado. Que fal­tan recortes por hacer, que falta trabajo por hacer para que el punto al que nos han llevado en cuanto a derechos sociales y po­líticos se convierta en el nuevo estándar so­cial duradero. Que falta trabajo por hacer para reconstruir un sistema de dominación política hegemónica y que sólo sea cuestionado desde la marginación política. Que aún no ha sido destruido el espíritu del 15M y que hay que destruirlo, que hay que convertir la indignación en resignación o, en todo caso, reorientarla hacia posiciones de extrema derecha y el fascismo.

Eso, y no otra cosa, está en juego en la legislatura que comienza. Entre las élites ha desaparecido el discurso de la "alternancia", que no está a la altura de un proyecto que ya no trata de conservar el régimen de 1978 sino de transformarlo en una máquina más eficaz de represión y opresión, sin restos de ningún tipo de "pacto social", salvo con una franja de población acomodada, y que ya no trata de llevar a cabo ningún tipo de "construcción europea" sino de utilizar una UE convertida en cáscara vacía como máquina de guerra social.

Las élites consideran que ni PP ni PSOE es­tán en condiciones de terminar aisladamente la obra empezada. Por ello, tras el 20D, salió de ellas el discurso de la "gran coalición", primero pensada en torno al PP, con un papel subalterno de C's y PSOE, pero después, a la vista de los es­cán­dalos de corrupción que afectan de ma­nera orgánica al PP en Madrid y el País Va­lenciano, casi todo la oligarquía se ha adaptado a la idea de un protagonismo del PSOE, a condición de que éste se deje capturar por C's, acuerdo que, de darse, sería una pasarela hacia la futura integración de un PP sin Rajoy y con dirigentes más jóvenes y de apariencia un poco más "moderna".

Ni las élites pueden seguir ganando indefinidamente terreno en lo socioeconómico pero perdiendo cada vez más hegemonía, ni las gentes comunes podemos seguir em­poderándonos si se consolida por un largo periodo un retroceso brutal en las condiciones de vida y culmina la descomposición reaccionaria de la UE sin que emerja un proyecto europeista "desde abajo". Así que preparémonos para el conflicto. ¿Con qué fuerza contamos?

4. Los resultados electorales de Podemos suministran alguna información respecto a los procesos de recomposición que han es­tado presentes en la sociedad.

Lo primero que me ha llamado la atención son los excelentes resultados de Podemos y las confluencias en las zonas más desfavorecidas, ya sean los viejos "cinturones ro­jos" o los barrios modestos y marginados de las ciudades. Aunque su postura ante la plurinacionalidad de España es una de las causas de los excelentes resultados de En Co­mú Podem, En marea o Podemos Eus­kadi, lo más decisivo ha sido el sesgo hacia Podemos de las y los de "abajo". En toda España, Podemos ha sido la primera fuerza en muchos núcleos del tipo de los descritos, siendo la segunda en otros a poca distancia de la candidatura más votada, pese a la competencia con PSOE por ese tipo de electores. Por ejemplo, en Euskadi Pode­mos ha sido la fuerza más votada en Llo­dio, Barakaldo, Basauri, Portugalete, Ses­tao, Andoaín, Eibar, Errenteria, Irún, Lasarte-Oria, Lezo, Pasaia, además de Do­nostia, Vitoria o el barrio bilbaino de Re­kalde. En Madrid lo ha sido en Coslada, Par­la y Rivas, y varios barrios populares de la capital, quedando a un palmo del PSOE en Fuenlabrada y del PP en Getafe. En Ca­taluña, han ganado en Badalona, Mataró, Cornellà, Gavà, Ganollers, Hospitalet, Ripollet, Sabadell, Sant Adrià del Besos, Terrasa, Barcelona (por encima del 30% en los barrios populares de Ciutat Vella, Nou Barris, Sants, Sant Martí, Sant Andreu), Cambrils, Pobla de Montornés, Tarragona, Torredembarra, Tortosa, Vendrell... Y esa ha sido la tónica en toda España, en Sa­gunto, en Alcoy, en El Coronil, en El Puer­to de Santa María, en Mieres, en Castro-Urdiales, en Vigo, Cangas, O Grove, etc.

Aquellos territorios que mejor le han ido a Podemos son los que peor le van a PP, y viceversa. Si estudiamos los resultados ba­rrio a barrio, mesa a mesa, más evidente se hace la influencia de la composición social sobre el voto a Podemos. De hecho, los es­tudios que pueden hacerse sobre la correlación entre los porcentajes obtenidos por PP y Podemos en territorios confirma que es muy elevada, aunque en sentido inverso: las zonas que mejores son para Podemos son las peores para el PP. Y esas zonas me­jores para Podemos son aquellas en las que se concentra más población precarizada, en paro, con bajos ingresos, mientras que las mejores para el PP son las más adineradas. La estratificación social utilizada por el CIS deforma la realidad. Mezclar en el mis­mo paquete a los altos ejecutivos de grandes empresas con un(a) comerciante que contrate a una o dos personas, con el obrero-patrón de una pequeña empresa o con un profesional autónomo es un disparate, pero aún así el barómetro de enero da información significativa, como el amplio apoyo a Podemos entre la población desempleada.

Otro síntoma del cambio social producido es el peso electoral de Podemos entre la gente joven, donde la influencia del PP es muy escasa. La valoración de Iglesias y Garzón entre la población de 18-44 años es bastante superior a la de Rivera o Sánchez, y muy superior a la de Rajoy. Estos "votos de edad" y "votos sociales" tienen un significado específico, aunque están interrelacionados, ya que los mayores niveles de precariedad y riesgo de pobreza se producen en las generaciones citadas, pese a lo desesperado de las personas de cincuenta y pico años que se quedan sin empleo y sin ingresos. Según un estudio de SIGMA DOS, Podemos obtuvo cerca del 45% de los votos de las personas abstencionistas en 2011 que esta vez votaron. Ese mismo estudio apunta a que algo más de medio millón de los votos de Podemos, el 10% de los que obtuvo, procedían de votantes del PP en 2011, mientras que el PSOE sólo obtuvo unos 320 mil procedentes del PP, con un saldo negativo en el intercambio de votantes con éste de más de 450 mil. Pese a los errores cometidos, la radicalidad democrática y social de Podemos ha mellado más el electorado del PP y motivado más a la población "desencantada" que el "centrismo" con el que el PSOE derechiza a su propia base electoral y la acerca al PP. En el otro lado de la balanza están las personas mayores de 65 años, muy sesgadas ha­cia el PP. Posiblemente eso esté relacionado con las características de la crisis, durante la cual ésa es la única franja de edad en que ha disminuido el riesgo de po­breza y exclusión, así como con errores po­líticos cometidos por Podemos, pues se tardó mucho en reconocer que la indignación social tenía un fuerte sentido "conservador" de los logros acumulados.

5. No basta con pensar nuestros puntos débiles, como sería la baja influencia entre la población mayor, el que la abstención siga siendo aún más amplia en las franjas de población que más necesidades pasan o, en el caso particular de Podemos, su menor capacidad de obtener el voto de las mujeres, cosa que creo se debe a graves errores políticos. También hay que huir del triunfalismo por los aspectos positivos, pues todos ellos son limitados y provisionales. Por ejemplo, la relación inversa entre los territorios más favorables a Podemos (o PSOE) y los más favorables a PP no puede ocultarnos una asimetría fundamental: la incidencia del PP en aquellas zonas que son más favorables a Podemos o PSOE (no más fa­vorables que al PP, sino más favorables que otras zonas) es muchísimo más elevada que la incidencia recíproca. En el distrito de Tetuán de Madrid hay mesas en las que el PP obtuvo el 75%, mientras que PSOE y Podemos estaban en torno al 3%; por el contrario, el PP no bajaba del 20% en ninguna mesa, ni en las zonas más empobrecidas. Queda mucha población desfavorecida que no se siente atraida por Podemos, por IU o por el PSOE, trabajadoras de la limpieza de oficinas que votan PP, obreros no cualificados que votan PP, personas pobres que no votan a nadie, y con ellas hay que ha­blar, sin demonizarlas. Que Podemos ha­ya arrebatado medio millón de votos al PP es un hecho notable y confirma el acierto de dar prioridad al eje social sobre el eje ideológico, pero aún queda muchísimo por ha­cer para que la mayoría social de gente co­mún, asalariada, en paro, autónomos, franjas significativas de pequeños empresarios y comerciantes, etc., sea una mayoría política, una mayoría que permita transformar profundamente la sociedad desde la libre voluntad de quienes la formamos.

6. La pregunta "¿que pasará?" es estéril si no es esfuerzo por entender la sociedad en la que vivimos y las tendencias y propensiones que le son propias. En realidad la pregunta adecuada es "¿qué hacer... en estas condiciones dadas y teniendo en cuenta aquello a lo que aspiramos?"

Las condiciones "dadas" en este momento implican que la posibilidad de una recesión mundial, las aspiraciones de la oligarquía dominante y la descomposición reaccionaria de la UE hacen muy probable un nuevo "asalto a los infiernos desde arriba", con la decidida intención de romper el espinazo al espíritu del 15M, a la experiencia democrática del pueblo kurdo, a todo lo que suene a solidaridad y apoyo mutuo. Que fuerzas ultraderechistas, pre-fascistas y fascistas van a participar violentamente en ese intento. Pero también forman parte de esa realidad las personas que se juegan la vida para ayudar a quienes buscan refugio, las que hacen frente a los racistas, las que actuan en los barrios desde el apoyo mutuo y la solidaridad, las personas anónimas que, sobre todo en las pequeñas empresas, tratan de mantener formas de organización de las y los trabajadores en condiciones muy difíciles y carentes de los privilegios que, lamentablemente, otros no han desdeñado. Y en España sigue presente, aunque en una encrucijada, el espíritu del 15M.

Entonces, hay que volver donde empezó todo, al 15M, no a los mismos lugares, no de las mismas maneras, ni con las mismas maneras de organizarse, ni con el mismo "militantismo", ni con la ilusión en que bas­­taba ser muchas y muchos para hacer ceder al "Poder", hay que volver con todo el bagaje adquirido, con la conciencia de que nos manifestaremos en las calles cuando haga falta pero que es más importante lo hecho en el día a día. Toca darse apoyo mu­tuo, reconocernos, no despreciar a casi na­die aunque piense diferente. Toca convencer y escuchar con disposición a que nos convezcan. Toca cerrar el paréntesis "(ya hemos luchado mucho, vamos a probar ahora la vía electoral)" y asumir de nuevo que todo está en nuestras manos, o que al menos en ellas está intentarlo. Toca el mo­vimiento, toca lo cotidiano, toca resolver problemas y mostrar sus causas y las de los que aún no podemos resolver. Sin demagogias, sin mitos, sin simplismo, respetando la inteligencia colectiva, con rigor, aportando cada cual lo que pueda y quiera, pero persistiendo, con paciencia, sin esperar el "día D", porque esto no acaba nunca.

Entonces, toca aprovechar con inteligencia y lealtad a la gente los espacios institucionales alcanzados en ayuntamientos, asambleas autonómicas, Congreso o Senado. Asu­miendo que no se está allí en beneficio de Podemos, de IU o de Compromís, que no se está ahí para obedecer ciegamente al partido ni por privilegios, sino para ser útiles, para mejorar las cosas que se puedan mejorar en la vida concreta de las personas y para ayudar a luchar por aquellas que aún no se puedan conseguir. Sin el cretinismo de pensar que desde ahí puede cambiarse todo si no hay una fuerza social autónoma en ebullición, sin el sectarismo propagandista de quienes van a las instituciones con el ánimo de demostrar que... estar allí no vale para nada. Y, cuidado, toca entender que aquellas personas que hemos enviado allí con nuestros votos, aunque sean de Podemos, de las confluencias, de IU o de Compromís, siguen sin representarnos, no porque lo hagan mal, pues cuanto mejor lo hagan menos "nos representarán", porque la representación es sustitución y nadie pue­de sustituir al hacer social de la gente común si queremos un verdadero cambio. No les hemos enviado ahí para que hagan algo "por nosotros", sino porque hemos de­legado en ellos una tarea concreta y específica, que les confiamos sin exigirles, desde luego, que ahoguen sus opiniones y capacidad de iniciativa. Un diputado no nos representa más que, por ejemplo, la compañera que redacta el borrador de una denuncia por algo que pasa en nuestro barrio o que el compañero que va a recoger la revista Madrid 15M. La representación es imposible o es usurpación.

Entonces, toca salir de las trampas e ilusiones gemelas del soberanismo (imposible) y del estatalismo (fracasado), e impregnar todos los esfuerzos locales, sobre el terreno, tanto si hablamos de movimientos sociales como si lo hacemos de herramientas políticas, de la voluntad de construir proyectos y alianzas europeas, transnacionales, de la voluntad de crear ese espacio de conflicto político y social que ya ha sido condenado definitivamente por las élites europeas pero que seguimos necesitando para que nuestros logros y proyectos estén a la altura de las necesidades y aspiraciones que nos impulsan.

Cuando el flujo material de la producción, de las mercancías, de las personas, del dinero, de los saberes, de las mafias, de las solidaridades, de la contaminación, del clima, de casi todo, tiene lugar en un ámbito que no es nacional, sino transnacional, dejar ese espacio a las élites para replegarnos sobre unas formas-Estado cada vez más alejadas del flujo de la vida, lejos de lo local y del terreno cotidiano de nuestra convivencia pero lejos también del mundo, es suicida.

Grecia no ha sido parcialmente sometida por una traición de Tsipras -al margen de lo que se opine sobre sus decisiones-, sino porque ha estado sola, abandonada; el pueblo sirio no ha sido y está siendo masacrado y expulsado de su tierra porque se equivocase al rebelarse contra Assad, sino porque le hemos dejado solo e incluso ciertas izquierdas le han ca­lumniado; y si la experiencia de Rojava llegase a fracasar, no será por falta de acierto y mérito, sino porque la hemos dejado sola ante la violencia asesina de Daesh y del gobierno turco. Y no lo digo como metáfora: en la última manifestación de apoyo al pueblo kurdo en Madrid no sé si llegaríamos a 400. Y en todas esas situaciones se ha estado jugando el futuro de Europa.

Ne­ce­sitamos aliar los movimientos sociales, ge­nerar herramientas políticas que sean transnacionales, no mera suma de fuerzas nacionales, buscar la coordinación entre gobiernos que, sin ser "revolucionarios" (cosa imposible, ningún gobierno lo es), sientan un compromiso con la gente, de motu propio o bajo presión, y pugnen por abrir otro camino de ciudadanía europea (abierta al mundo), de democracia europea, de sociabilidad europea y de derechos europeos. No para suprimir el conflicto social, sino para colocarlo a una escala en la que las gentes comunes tengamos alguna opción frente a las élites, para las que no hay patrias ni fronteras.