Trasversales
Connessioni Precarie

Tiempo de huelga, tiempo de sublevación. Francia o, más bien, Europa


Versión original en italiano en Connessioni Precarie

Revista Trasversales número 38, junio 2016



Durante los últimos dos meses Francia es escenario de la mayor huelga social en Europa. Para hacer frente a la ley El Khomri cientos de miles de trabajadoras y trabajadores se han cruzado de brazos efectivamente y nuevas huelgas siguen interrumpiendo la producción y los servicios. Los flujos de transporte, mercancías y petróleo, con el prolongado bloqueo de las refinerías, son un campo de batalla en todo el país.

La oposición a la reforma del mercado laboral ha provocado una politización masiva a partir del rechazo a la dominación capitalista sobre el tiempo presente y sobre el futuro de varias generaciones. La huelga en Francia no es sólo una iniciativa sindical institucionalizada, sino que vive en las calles y en las plazas animando un movimiento que, más allá de sus raíces locales y de su oposición a una ley nacional, se encamina hacia Europa. "Aprender de Francia" significa colocar a Francia en el centro de una reflexión sobre las posibilidades y los límites de una experiencia que plantea el problema de superar el bloqueo de la iniciativa política de los movimientos, de pensar Europa como el ámbito espacial mínimo para sus iniciativas y de elevar la huelga social hasta un plano transnacional

La movilización francesa combina el tiempo de la huelga y el tiempo de la sublevación. En la movilización contra la "reforma" laboral ambos tiempos coinciden, porque las huelgas son en sí mismas una gran sublevación contra el proyecto de ley y porque la ocupación de la Place de la République y de decenas de otros lugares en toda Francia ha nacido y se ha sedimentado sobre la primera oleada de grandes huelgas. De esta manera, la huelga es un acontecimiento productivo, que no se agota en la ruptura momentánea de una relación de fuerzas en los lugares de trabajo. Eso permite la creación de un espacio político en el que cientos de miles de hombres y mujeres pueden hacer valer sus reivindicaciones, hasta el punto de que el gobierno Valls, muy amante de los procedimientos de emergencia, ha tenido que recurrir al artículo 49.3 de la Constitución para superar la amplia oposición a la ley y reprimir, con ferocidad tan terca como ineficaz, cada gran movilización.

Si la lucha contra la "reforma" laboral y su mundo no es sólo la lucha contra una determinada ley, sino también y al mismo tiempo rechazo a un destino de precariedad y opresión, entonces es necesario pensar el movimiento francés en el largo plazo de la huelga social, y también más allá de la dimensión nacional de la lucha contra la reforma del mercado laboral.

¿Qué es entonces la huelga social? Es tanto una huelga industrial y logística, porque interrumpe la continuidad de la cadena del valor e impide la circulación de mercancías, personas y ganancias, como una huelga metropolitana porque embiste contra la metrópoli capitalista al modificar jerarquías que pretenden imponer una disponibilidad laboral universal e ilimitada; la huelga social es la sublevación del trabajo contra esa condición totalizadora. Por esa razón, pensar que se puede privilegiar una sola de estas luchas significa que no se ha entendido la composición y la condición actual del trabajo vivo en Europa.

Por otra parte, la difusión y la relevancia de las prácticas de huelga están haciendo que sea cada vez más actual y realista la consigna "on bloque tout!", bloqueemos todo. Por tanto, lo que está en juego no es simplemente la posibilidad de dar vida a una huelga general y prolongada, a una "huelga general reconducible", tal como solicitaban gran parte de la plaza de la Nuit Debout, muchos sindicatos de base y secciones de la CGT, y tal como ha empezado a llevarse a cabo en algunos sectores. Eso tiene el mérito de plantear concretamente el problema de cómo "bloquear el país" y ejercitar el propio poder contra el autoritarismo del gobierno, pero a la vez esta perspectiva corre el riesgo de reproducir viejas lógicas y viejos "ángulos muertos", a causa de la organización confederal del trabajo y de la idea de que la huelga afecta exclusivamente a algunos lugares específicos de la producción y de los servicios. No todo el trabajo encuentra expresión organizada en los sindicatos o puede ser localizado establemente en tal o cual trabajo, en una u otra categoría.

Por eso, pensar la huelga social significa crear las condiciones para que también puedan "abstenerse" de trabajar quienes tienen contratos flexibles, intermitentes, ocasionales, o quienes no tienen contrato de trabajo o lo llevan en el bolsillo junto a un permiso de residencia. Todas estas figuras están en una posición excéntrica respecto a las formas tradicionales de organización del trabajo. Aunque el sindicato sigue siendo una táctica central del conflicto para las trabajadoras y los trabajadores, no agota ni logra captar las diversas formas de insubordinación y de rechazo a la explotación que en los últimos meses han animado la metrópoli parisina y las ciudades francesas, expresadas a través de muchas y diversas formas, desde la ocupación de las plazas en nombre de la democracia hasta la rebelión violenta en las calles.

El problema, entonces, no reside en cómo representar todas las figuras del trabajo, sino en cómo conectar de manera efectiva, y no sólo ocasionalmente, a las decenas de miles de hombres y mujeres que se han "cruzado de brazos" para im­pedir la aprobación de la "reforma" laboral y que se han sublevado contra "el mundo" que hay tras ella. La apretada agenda de los piquetes organizados por la Comisión Huelga General de Nuit Debout para apoyar los conflictos en curso -en Renault o en Goodyear, en los centros comerciales o en los establecimientos de comida rápida- indica claramente que una parte de la plaza se plantea el problema de cómo hacer inmediatamente productiva esta conexión, de apoyar y extender la visibilidad de las luchas en los lugares de trabajo, de dar salida a la Nuit Debout más allá de la Place de la Répu­blique, a fin de que su naturaleza política no quede encerrada en ese perímetro.

Sin embargo, la solidaridad no resuelve el problema de las múltiples caras de la huelga social. De hecho, se corre el riesgo de reproducir la división entre quienes luchan fuera de los puestos de trabajo y quienes lo hacen en ellos, sin valorar el hecho de que la plaza está atravesada por cientos de precarios que se preguntan cómo expresar su insubordinación al trabajo y a sus condiciones políticas cuando no siempre es posible hacer huelga en el lugar de trabajo. Ante esta situación, ni siquiera la réplica de muchos conflictos sindicales en tono me­nor será suficiente para convertir la plaza en una palanca que expanda el conflicto de clase hacia fuera de los lugares en que se práctica cotidianamente y para atacar las condiciones políticas y sociales de la ex­plotación. Y, sin embargo, éste debe ser el objetivo con el fin de superar la "visión sindical de la huelga" rompiendo la lógica de las categorías, para crear las condiciones de una huelga política que lo sea no sólo por oponerse a un proyecto de ley y al gobierno que lo sostiene, sino por afirmarse como una práctica organizada y masiva capaz de empoderar a la sociedad a partir del rechazo del trabajo como relación de dominación.

Creemos que este objetivo debe buscarse en un plano transnacional. Tanto si el proyecto de "reforma" laboral es retirado como si se aprueba por medio de la ya rutinaria suspensión de los procedimientos ha­bituales de la democracia representativa, la lucha contra la precariedad no puede limitarse a un solo país ni agotarse en la opo­sición a un determinado proyecto de ley. En toda Europa las condiciones políticas de la precariedad van más allá de las normas que rigen el mercado de trabajo, porque se vinculan con el salario como relación de dominación, con la transformación de los regímenes de bienestar, con el gobierno de la movilidad y con el régimen de fronteras. La nueva logística de Europa atraviesa ahora todo el territorio de la Unión. La lucha contra el régimen de austeridad y la crisis ya no puede ser concebida en una dimensión exclusivamente nacional o incluso local. En el ámbito transnacional la iniciativa no puede avanzar solamente por la vía de coordinaciones ocasionales, por importantes que sean, de jornadas de lucha y movilizaciones.

Por esta razón, la pregunta urgente es cómo transformar la sublevación francesa en una palanca para acelerar la comunicación política entre figuras que, de diferentes maneras y en diferentes lugares de Europa, experimentan la precariedad dentro y fuera de los puestos de trabajo. Para ser eficaz, esta comunicación no puede ser reducida a 150 caracteres, esto es, limitada al ámbito de la agitación. Sin duda, un hashtag puede manifestar la simultaneidad de una iniciativa transnacional como la del 15M, al menos para aquellos que ya han compartido el camino. Sin embargo, la proliferación de las reflexiones desarrolladas por muchas de las realidades del movimiento que desde toda Europa miran hacia Francia demuestra que es necesaria la construcción de un discurso político común, capaz de involucrar y movilizar incluso a quienes aún no son parte de una trayectoria organizada y que aún no han asumido la oportunidad de protagonismo ofrecida desde la Place de la République.

No se trata ya de desenmascarar las "narrativas tóxicas" de quienes, desde los gobiernos y la UE, tratan de vender la austeridad y la precariedad como procesos necesarios pa­ra el interés general. La sublevación en Francia, en la práctica, ha interrumpido ya este relato, hasta el punto de que los medios de comunicación internacional la han condenado al silencio para impedir una movilización transfronteriza en cadena. Construir un discurso común significa dar contenido a las exigencias democráticas que se manifiestan en Francia y otros lu­ga­res, además de la aplicación de formas ho­rizontales de gestión de las asambleas y de la exportación de experiencias electorales más o menos exitosas, como la española.

La convergencia de las luchas no se puede agotar en la homogeneización o en la coordinación ocasional de diversas iniciativas locales. Dar un contenido a las instancias democráticas -un salario mínimo, una renta y un permiso de residencia incondicional en Europa- significa hacer de la democracia algo que no sea la simple confluencia contingente de individuos o ciudadanos insatisfechos, sino una práctica masiva y beligerante gracias a la cual precarios, migrantes y trabajadores puedan conquistar cuotas crecientes de poder que permitan transformar sustancialmente, en Francia y en otros lugares de Europa, sus condiciones de precariedad.

La huelga social como práctica transnacional, como proceso capaz de catalizar el rechazo de la explotación que se expresa en las huelgas, en la ocupación de las plazas, en la violencia callejera, debe convertirse en el momento que pone las bases para esta sublevación democrática en Europa.


24 de mayo de 2016