José M. Roca El apestado Revista Trasversales número 38, septiembre 2016 web Textos del autor en Trasversales Rechazada
en la primera votación, por 180 votos contra 170, la
investidura de Mariano Rajoy como presidente del
Gobierno, es de prever que también sea rechazada en la
segunda. Este
solemne repudio no es nuevo, pues, desde hace tiempo,
los propios dirigentes del PP constatan y se asombran
de la resistencia de otros partidos a prestarles
apoyo. Aducen en su favor que en otros países hay
relaciones fluidas entre los partidos y pactos incluso
entre la izquierda y la derecha, mientras en España
eso es no posible. Pero hay razones que explican este
aislamiento. En
primer lugar, razones remotas, que residen en el
origen del Partido Popular, fundado como Alianza
Popular por seis ministros de la dictadura, refundado
en 1989 y dirigido por José María Aznar, hijo y nieto
de reconocidos franquistas. Así que no es difícil
imaginar el trato que, en Europa, dispensarían las
fuerzas democráticas a partidos que hubieran sido
fundados por seis ministros de Hitler, de Mussolini o
de Antonescu, y más si persistían en defender la vida
y la obra de sus fundadores, tal como ocurre en el
Partido Popular con la figura de Franco, el golpe de
estado de julio de 1936, la guerra civil y los años de
la dictadura. En
segundo lugar, porque el Partido Popular, nutrido por
personas con notorios vínculos con el régimen de
Franco, representa un franquismo sociológico que se
realimenta y además está penetrado por resabios de la
dictadura, lo que explica tanto la crispada actitud de
sus diputados en la oposición, comportándose como una
gavilla de falangistas, como su estilo de gobernar
(opaco, autoritario, con desprecio de los adversarios,
eludiendo el debate, rechazando las críticas,
disponiendo a su gusto de fondos públicos,
instrumentalizando las instituciones, negándose a
rendir cuentas y actuando como oposición de la
oposición). En
tercer lugar, por lo realizado por Rajoy a lo largo de
estos cinco años de mandato, que no se reduce a las
grandes cifras económicas que él facilita. Pero
incluso sobre eso se podría negociar, no cambiar
radicalmente la orientación de la política aplicada
hasta ahora, dada la correlación de fuerzas, pero hay
aspectos de un programa político que son matizables o
reversibles, al menos en parte, al cambiar las
prioridades, los grados y los plazos de ejecución. En
cuarto lugar está la corrupción. Un grave problema
nacional y uno de los factores que más pesan en las
causas de la desafección ciudadana hacia la clase
política, pero en el Partido Popular, salpicado de
casos de corrupción en todos los niveles de la
administración pública (nacional, autonómica, insular
o local) y en su administración privada no se percibe
voluntad alguna de ponerle fin, sino sólo de paliar
sus efectos negativos mediante la opacidad, el
disimulo, la propaganda y la obstrucción a la acción
de la justicia. No
puede hablarse de regeneración política sin que haya
gestos en la dirección nacional del PP que muestren la
intención de limpiar los establos de Augias en que se
ha convertido el Partido, razón por la cual no es
creíble que Rajoy pueda estar al frente de la
regeneración por muchos votos que haya obtenido. Antes
que ser demócratas o alardear de ello, hay que ser
honrados y parecerlo. Sobre la continua perpetración
de delitos y la protección de los delincuentes no se
puede negociar. Y
finalmente están las propias características del
personaje, que hacen de Rajoy un sujeto muy poco
preparado para la actividad política democrática, que
exige debate y negociación, pues viene de una escuela
autoritaria, tanto por el origen teórico e ideológico
en el franquismo, como por los hábitos de un partido
donde imperan el cesarismo y la adulación, el ordeno y
mando, la lealtad sin fisuras, el silencio cómplice y
la designación a dedo. A las que se añaden las propias
de Rajoy: demorar las decisiones, esconderse, no dar
la cara ni exponerse a las críticas, mentir con
frialdad, dejar pudrir las cosas y maniobrar con
astucia (la última es el truquito de las elecciones el
día de Navidad, en un país católico). En
resumen: Rajoy no tiene la mayoría suficiente para
gobernar pero tampoco es capaz de sumar otros apoyos,
es un hombre que recibe muestras de lealtad sin
condiciones, pero que es incapaz de ganar aliados. No
ha tendido la mano a nadie, ni a su más reciente
aliado, Ciudadanos, al que se la ha mordido en el
debate de investidura. Ha cultivado con altivez el
aislamiento y aislado está. |