José M. Roca Vergonzante investidura Revista Trasversales número 38, agosto 2016 Textos del autor en Trasversales Hay
días, y ayer por la sesión de investidura fue uno de
ellos, en que España es verdaderamente un país
“different”, una tierra distinta, una región peculiar;
una anomalía en el sur de Europa. Y la
anomalía no es sólo el discurso, llamemos así a la
aburrida perorata sobre conocidas fábulas con que
Mariano Rajoy se adornó para eludir la obligación
constitucional de ofrecer un programa de gobierno, si
aspira a ser investido presidente. No fue una anomalía
la sarta de lugares comunes y frases hueras que
envolvieron mentiras sin convencimiento e imprecisas
promesas difíciles de creer a estas alturas, dichas
con la rutina imprescindible para cumplir un trámite.
Fue tal el tono de la intervención del candidato,
adobada con apocalípticas profecías -la alternativa
sería “un gobierno de mil colores, radical e
ineficaz”-, que se diría que no aspiraba a convencer
ni a los suyos ni a sus ocasionales aliados, porque no
le interesa gobernar, sino sólo mantenerse en el
Gobierno, aforado y lejos de la acción de la justicia,
y entre tanto dejar hacer, dejar pasar, aplicando
dócilmente lo que dicte la canciller alemana. La
verdadera anomalía de la jornada es que el peor Jefe
del Gobierno de la etapa democrática, el hombre que,
lejos de la moderación de la que alardea, ha
arremetido sin piedad contra las condiciones de vida y
trabajo de la población asalariada y los perceptores
de rentas bajas, para atender los intereses de las
clases altas y sanear con fondos públicos bancos y
negocios quebrados por mala gestión privada, se haya
presentado como candidato a ser investido presidente. La
verdadera anomalía es que quien ha convertido en
espina dorsal de su mandato la privatización de bienes
del Estado, el recorte del gasto público y el expolio
del patrimonio colectivo mediante un trato opaco y
preferente con agentes privados, se atreva a
presentarse como el candidato ideal. La
anomalía es que quien ha dividido profunda y
trasversalmente el país, al fomentar que
la brecha entre ricos y pobres haya aumentado como
nunca en treinta años, se presente con el adalid de la
unidad de España. La
anomalía es que quien ha conseguido que España alcance
las cotas más altas de deuda pública (más de un billón
de euros) desde hace un siglo, tenga una deuda externa
de 1,8 billones de euros, incumplido un año tras otro
el déficit público acordado con la Unión Europea, lo
que ha merecido una amonestación, y ha aprobado con
trampa el presupuesto de 2016 para tratar de engañar a
los socios de Bruselas, se ofrezca como el mejor
gestor posible. La
anomalía es que quien ha sido un Jefe de Gobierno
ausente, displicente, que ha gobernado de forma opaca
y despótica, sin consultas, debates ni diálogo con
otros partidos, sin admitir ni contestar preguntas y
sin rendir cuentas al Congreso, a los ciudadanos y a
la prensa, se postule ahora como el campeón del
diálogo y el muñidor de futuros acuerdos. La
anomalía es que una persona trapacera, astuta y
maniobrera, que encabeza un Gobierno en funciones, que
en diez meses no se ha sometido al control del
Congreso porque dice que no tiene su confianza, y que
con la reforma de la administración de la Justicia, la
Ley de Enjuiciamiento Criminal (ley de “punto final”),
la Ley de Seguridad Ciudadana (“ley mordaza”) y la Ley
de Seguridad Nacional ha promulgado un paquete
legislativo de excepción, que no se corresponde con la
situación real del país, tenga la desfachatez de
postularse como presidente de un gobierno ¡moderado! La
anomalía es que el candidato a presidente, que
representa un capitalismo de amigotes y una democracia
de parientes y clientes, se presente como garantía de
transparencia y regeneración cuando arrastra una
abultada lista de miembros de su
partido ya condenados o en curso de investigación, por
casos que ofrecen una amplia gama de dejaciones,
abusos, faltas y delitos cometidos al amparo de cargos
públicos de todos los niveles. Y la
anomalía es que el candidato se postule respaldado por
una pírrica victoria electoral, conseguida con una ley
tramposa, todo hay que decirlo, y que la vituperable
base de su relativo respaldo es haber convencido a
buena parte de los votantes de que la corrupción del
partido gobernante es un justificable y merecido pago
adicional por servir a España lealmente y que la
impunidad de los políticos corrompidos es una prueba
de inteligencia y de la magnanimidad de la ley. |