José Errejón Otro PODEMOS Revista Trasversales número 39 enero 2017 (web) Desde
las elecciones europeas de mayo de 2014 PODEMOS fue
visto como la respuesta que una parte de nuestro pueblo
estaba buscando para la satisfacción de sus anhelos.
Nuestras propuestas no eran ni las más precisas ni las
más viables pero en ellas nuestra gente supo encontrar
la esperanza para frenar, primero, y revertir, después,
la larga serie de daños y afrentas de las que habían
sido víctimas en los últimos años, especialmente desde
mayo de 2010. Nuestra breve historia a partir de
entonces explica bien el punto en el que nos
encontramos. Nos hemos construido deprisa, excesivamente
deprisa quizás, porque en Vistalegre I la mayoría de
nosotros aceptamos que la crisis del régimen del 78,
cuyos rasgos más intuíamos que conocíamos, abría una
“ventana de oportunidad” que interpretamos como la
posibilidad misma de conquistar el gobierno de la nación
para desde ahí acometer las tareas de transformación,
que postulábamos de forma asimismo poco precisa. Para
emprender esa tarea que enunciábamos en términos
metafóricos como “asaltar los cielos”, nos dotamos de
una estructura partidaria extraordinariamente jerárquica
y verticalista, justificada por la necesidad aparente de
garantizar una unidad de criterios y eficacia en la
adopción de decisiones que al parecer solo aseguraba una
dirección de tintes claramente caudillista y
autoritaria. El
eficaz uso de los medios de comunicación de masas, tan
fuertemente unido a nuestro origen, potenciando la
visibilización de algunas personas de la dirección
estatal, favoreció la configuración de un partido en el
que todo venía de arriba, en el que las iniciativas de
la base eran inconcebibles y en el que la participación
de los afiliados se articulaba casi exclusivamente a
través de una serie de instancias burocráticas
escasamente relacionadas con los movimientos sociales a
los que se pretendía representar. En
enero del 2015 una gran movilización popular convocada
desde la dirección estatal concentró en la Puerta del
Sol de Madrid a cientos de miles de personas en una
demostración de fuerza y cohesión que significó un reto
al conjunto de las instituciones del régimen y que elevó
nuestras expectativas electorales seguramente por encima
de lo razonable. Tan
elevadas expectativas estuvieron en el origen de cierto
sentimiento de decepción por los resultados obtenidos en
las elecciones andaluzas y en las autonómicas y
municipales en las que, sin embargo, obtuvimos
excelentes resultados en CCAA donde apenas si contábamos
con organizaciones dignas de tal nombre y ganamos, con
candidaturas de confluencia, los más importantes
ayuntamientos del país. En las
elecciones catalanas tras algunas vacilaciones en el
discurso de campaña, conseguimos un más que digno
resultado con la candidatura Catalunya sí que es
pot y comenzamos a señalar una de las más
importantes perspectivas de cambio con el discurso de la
plurinacionalidad y la defensa del derecho a decidir,
poniendo las bases de los éxitos en Cataluña y Euzkadi
en las elecciones del 20D y 26J y superando los límites
de la izquierda rupturista para consolidar apoyos
electorales en las dos nacionalidades. Tan
acelerado ciclo electoral llegó a su término después del
20D, en el momento de deducir una posición política ante
la nueva composición del Parlamento español. El capital
político obtenido en las elecciones permitía y al tiempo
exigía una audaz iniciativa a favor de un gobierno para
el cambio en la dirección política del país. Es
verdad que contábamos también con la hostilidad del
resto de los partidos políticos y especialmente del
PSOE, cuya dirección nos veía como peligrosos intrusos a
los que marginar y excluir por todos los medios
disponibles. Ello exigía de nuestra parte una especial
habilidad para granjearnos la simpatía del electorado
socialista, una parte importante del cual había
desplazado su apoyo hacia nosotros en la esperanza de
que recuperáramos la defensa de los valores abandonados
por el PSOE en su largo viaje hacia el centro político. No fue
precisamente habilidad lo que nos sobró con ocasión de
las negociaciones entabladas para la investidura de
Pedro Sánchez para la Presidencia del Gobierno. Abiertas
con la insólita rueda de prensa en la que reclamábamos
una Vicepresidencia y seis Ministerios para acceder a
formar gobierno con el PSOE, el curso de las mismas puso
de relieve el escaso interés por ambas partes para
llegar a acuerdo alguno. El conocimiento de que el PSOE
negociaba simultáneamente con Cs y la presentación de un
acuerdo con ellos para que lo subscribiéramos favoreció
que la consulta interna sobre las preferencias de
modalidades de gobierno rechazará el gobierno
tripartito. Con la perspectiva de los meses
transcurridos desde entonces no podemos descartar
evidentes errores en la táctica negociadora consistentes
en no haber tomado una iniciativa política que situara
al PSOE ante sus responsabilidades políticas con su
electorado en vez de quedarse en la mera denuncia del
acuerdo con “el partido del IBEX35”. El
fracaso de la investidura de Sánchez dejó un poso de
amargura y decepción entre las capas populares sobre el
papel de los partidos de izquierda en este período, con
el consiguiente efecto en las elecciones del 26J. El
decepcionante resultado obtenido por ambos partidos,
acentuado en nuestro caso al haber acudido en coalición
con IU, supuso un
varapalo en las posibilidades de un cambio político y un
balón de oxígeno para Rajoy y el PP. Este
varapalo dio alas en el
PSOE a las maniobras orquestadas por Cebrián y
González para cerrar el paso a cualquier acuerdo con
PODEMOS y que se consumaron en el golpe interno en su
Comité Federal en el que Pedro Sánchez presentó su
dimisión y la Comisión Gestora favorable a Susana Díaz
se hizo con las riendas del partido. A
partir de este momento las ya escasas posibilidades para
trabajar por un gobierno del cambio desaparecieron por
completo mientras asistíamos al Acuerdo PP-Cs, primero,
y a la abstención del PSOE, después, para hacer posible
la investidura de Rajoy. Se ha
puesto en marcha así una suerte de gran coalición de la
que ambos socios, PP y PSOE, obtienen beneficios mutuos.
El PP, que había perdido millones de votos por sus
políticas antisociales y antidemocráticas, ha frenado
esta hemorragia y su intención de voto muestra una
tendencia ascendente apareciendo como el único partido
capaz de gobernar. El PSOE, sumido en una crisis
histórica, aplaza el momento de volver a competir con
nosotros y, aún cuando le sobrepasamos en intención
voto, confía en que su participación en las labores de
gobierno y su aparición como corresponsable en la
distribución más “social” de la recuperación económica
le permitirán remontar esta situación y recuperar su
hegemonía entre el electorado de izquierda. El
resultado de todos estos movimientos para nosotros ha
sido un cierto desplazamiento de la centralidad política
que habíamos conquistado y que no ha podido ser
compensada con el llamamiento a la movilización en la
calle. Desde el 27J y especialmente desde el anuncio y
luego la convocatoria de la II Asamblea Ciudadana
Estatal nos hemos ensimismado en nuestros problemas
internos y pareciera que estuviéramos dando la espalda
al mandato recibido por los cinco millones de ciudadanos
que se nos han entregado su confianza. Los
términos del mandato, las condiciones del acuerdo de
confianza firmado con nuestros electores son
inequívocas: estamos en el Parlamento para ser los
apoderados de sus intereses y sus derechos tantas veces
ignorados por la casta política. No nos han dado su
apoyo para un período de acumulación de fuerzas al
término del cual se obtendrían los frutos de nuestro
acceso al gobierno. Nuestro encargo es defender y hacer
valer sus derechos y aspiraciones desde el primer minuto
de la legislatura y orientar nuestros trabajos a obtener
resultados incluso si no somos nosotros sus autores. Las
perspectivas de esta legislatura serán ciertamente
difíciles para nosotros. El funcionamiento de facto de
la gran coalición rendirá frutos a ambos socios sin que
podamos olvidar a otros que de forma distinta obtendrán
su propia renta política, el PNV y Cs. En estas
condiciones es comprensible la tentación de recuperar la
cultura de “partido de lucha” y de proclamar la primacía
de la calle sobre las instituciones. Nada podría ser más
negativo para nosotros y, sobre todo, para los millones
de ciudadanos que nos apoyan, que ceder a esta
tentación. Volver a “la lucha está en la calle y no en
el parlamento” significaría desconocer que nuestros
votantes han querido que la lucha esté también en el
parlamento, que nuestra presencia en el mismo será útil
para mejorar la vida de las mayorías sociales. Las
luchas sociales más
importantes no esperaron a nuestro nacimiento, lo
precedieron. Es un error reiteradamente probado en la
experiencia de los movimientos obreros y populares, la
consigna de construir movimientos populares. Nuestra
contribución al respecto debiera ser priorizar lo que de
verdad preocupa a nuestra gente, poner todos nuestros
recursos a disposición de los procesos de construcción
popular en marcha sin exigir nada a cambio ni excedernos
en nuestra visibilidad en esos esfuerzos constructivos
(“ponerse a la cabeza de las manifestaciones”). Esa
orientación exige de nosotros que nos construyamos en
una doble dimensión. En primer lugar, la dimensión del
“partido en las instituciones”, una maquinaría en la que
deben predominar criterios de utilidad, eficacia y
solvencia técnica para gestionar los intereses de
quienes nos han votado y de aquellos sectores populares
que no lo han hecho porque aún no hemos ganado su
confianza. Tenemos
una presencia institucional muy importante en los
ámbitos legislativos, estatales y autonómicos, y
participamos en el gobierno de las más importantes
ciudades españolas; gobernamos como Ahora Madrid en la
capital de España desempeñando cometidos esenciales que
a veces parece que no ponemos suficientemente en valor.
Nuestro gobierno en el Ayuntamiento de Madrid ha
adoptado medidas decisivas en defensa de la salud de los
ciudadanos y, como partido, no hemos hecho la menor
manifestación al respecto. Pero la
ciudadanía nos juzga mucho más por lo que hacemos que
por lo que decimos. Es imprescindible que
intensifiquemos la puesta en valor de las realizaciones
de nuestros gobiernos sin olvidarnos de criticarles ante
sus carencias en materia urbanística o de otro tipo. Quedan
dos años para las elecciones municipales y nuestras
organizaciones municipales
debieran intensificar sus esfuerzos en el sentido
indicado; a veces parece que funcionaran más como
organismos de control de los círculos que como
instancias de dirección e impulso a la actividad
política en las instituciones y en la sociedad civil. Y hay
que incrementar nuestra actividad en los parlamentos
autonómicos especialmente en aquellas CCAA en las que
hemos hecho posible el gobierno del PSOE. No basta con
quejarnos de la deriva derechista de estos gobiernos
bajo la dirección de la Comisión Gestora, con desdeñar
las migajas arrancadas con el aumento en 0,1 puntos del
techo de déficit de gasto autonómico. Desde
nuestro nacimiento afirmamos nuestra inequívoca vocación
de gobierno; ante los excelentes resultados que íbamos
cosechando Pablo repitió una y otra vez que no nos
conformábamos con alcanzar una digna representación
parlamentaria, que
aspirábamos a gobernar para cambiar este país. Tener
vocación de gobierno tiene varias implicaciones. Tenemos
que plantearnos qué mensajes hacemos y en qué forma los
difundimos para atraernos a sectores sociales muy
amplios; tenemos que definir objetivos políticos
pensando no en hacer propaganda de ellos y conquistar
cotas crecientes de electorado sino en conseguirlos; y
tenemos, en fin, que considerar las alianzas políticas
precisas para implementar las políticas necesarias para
esta consecución. Ser
partido de gobierno implica asimismo vivir de forma
permanente la tensión con la producción de bienes y
servicios públicos a favor de las mayorías sociales. Y,
por lo tanto, no descartar la consecución de los
objetivos políticos incluso cuando no estamos en el
gobierno para protagonizar su consecución. Eso por
lo que se refiere a la dimensión institucional y
gubernamental del partido. Más importante aún en su
condición de construcción social, de construcción de
pueblo. En esta dimensión los criterios de valor no son
la eficacia o la solvencia sino la cooperación o el
apoyo mutuo. Sin criterios de valor aptos para operar en
la construcción cotidiana de sociabilidades antagónicas
a las configuradas a través de la mediación mercantil.
En la búsqueda de la mejor cobertura, en la orientación
al bien común, no hay aplazamiento posible, no podemos
proponer a la gente de abajo vivir el presente como un
mientras tanto hasta las próximas elecciones. Hay que
construir todos los días yendo más allá de mera crítica
y la negación. Y es posible hacerlo en el
seno de los sectores populares; perviven depósitos de
potencia constituyente
que se ponen de manifiesto en cuanto las crisis
de la sociabilidad sistémica alcanzan cierto nivel e
intensidad. El 15M y los movimientos sociales que se han
desplegado en su estela han sido indicativos de este
potencial que, en modo alguno, puede considerarse
agotado. Pero el
modelo de partido que tenemos salido de Vistalegre I es
incompatible con esos criterios de valor y con esa
empresa constructiva. Ha cumplido con creces la misión
de irrumpir y alterar los equilibrios institucionales
del régimen y sin ello ni siquiera podríamos plantearnos
los objetivos de construcción social. Pero no es
adecuado para emprender esa tarea histórica como tampoco
parece serlo para las labores institucionales arriba
descritas. De
manera que el diseño y construcción de las dos
dimensiones de PODEMOS en esta nueva fase es una tarea
tan estratégica como imprescindible. Creo que es vano
intentar abordarla y resolverla en Vistalegre II y que
probablemente valdría con certificar esta necesidad y
encargar a una Conferencia monográfica que estudiará con
la suficiente preparación tan compleja tarea. Debiéramos
convenir, en todo caso, que esta tarea no podría
considerarse consumada en los trabajos de la Conferencia
por eficaces que fueran. Concebida en una perspectiva
histórica, la construcción de PODEMOS es una parte de la
construcción del pueblo que postulamos: la construcción
de la herramienta constructiva forma parte del proceso
constructivo como un todo. Es
evidente que el PODEMOS que postulamos nada tiene que
ver con los modelos convencionales de partido. Su
construcción representa en sí mismo una profunda
transformación cultural que afectará, en primer lugar, a
las mujeres y hombres actualmente inscritos en PODEMOS y
deberá también irradiar valores culturales antagónicos
en su entorno. Una auténtica revolución cultural en la
forma de hacer política de la que, a efectos meramente
enunciativos, señalamos aquí los principales rasgos:
Estos son algunos de los rasgos
que postulamos para PODEMOS, indispensables para hacer
frente a la nueva fase en la que estamos. Con ellos
construimos otro PODEMOS. |