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Xavier Timbeau

Trump electo: la verdadera cara del populismo


Revista Trasversales número 39 noviembre web

Xavier Timbeau es Director del Observatoire français des conjonctures économiques

Texto publicado en francés en alterecoplus y traducido y publicado en Trasversales con autorización de su autor



Ha vuelto a suceder lo imposible. ¿Qué cambiará con la elección de Trump como presidente de Estados Unidos?

Esa elección expresa la cólera legítima de los olvidados de la globalización, de quienes están asustados ante la geopolítica posterior a la Guerra Fría o son víctimas de las finanzas omnipotentes y desreguladas.

¿Pero qué es lo que pueden esperar estos electores de un voto que rechaza al establishment en el poder? ¿Tal vez una revancha, a la vez que una advertencia bien merecida, sobre unas élites con reputación de corruptas?

La democracia está paralizada. Ya no permite superar los conflictos inherentes a la sociedad, ni resolverlos, ni llevar a buen término propuestas que pueden considerarse insuficientes pero que al fin y al cabo habían venido funcionando desde 1945. La sociedad estadounidense está abierta y completamente dividida. Hubo legiones de señales de alerta, que han terminado traduciéndose en la toma del poder por un populista cuyos discursos rabiosos, violentos y obscenos hielan la sangre. La revancha del hombre blanco de 50 años contra todos sus enemigos (negros, latinos, mujeres, pobres que reciben algún tipo de asistencia, árabes) promete ser terrible.

La globalización en cuestión

Sin duda, lo que ha llevado a Trump al poder ha sido la globalización desenfrenada y la expansión de las desigualdades. Sin embargo, no disminuirán esas desigualdades el repliegue autárquico, la apelación a valores eternos, las fuerzas vivas y la nostalgia de un pasado idealizado.

Una sociedad dividida y en abierto conflicto no encuentra el camino para una mínima solidaridad, para afirmar sus valores y garantizar un igual acceso a los derechos. La América de los derechos civiles, la de la lucha encarnizada de las mujeres tituladas para romper el techo de cristal, es una América que sabe colocar sus principios por encima de los intereses de un grupo, aunque sea mayoritario.

La verdadera cara del populismo no dará voz al pueblo frente a las élites, sino que afirmará sin complejos los intereses de unos, demasiado tiempo frustrados, contra los intereses de otros. Trump no es Sanders y no hay que soñar con que promueva una mejor distribución de la riqueza, una mayor justicia fiscal o un Estado de bienestar que cuide la igualdad de oportunidades y proporcione segundas oportunidades.

Cuando se apacigüe el pánico de los mercados financieros, como se apaciguó después del Brexit, veremos que no son los banqueros o los artistas de la optimización fiscal quienes deben temer a la revolución en curso. Sus víctimas más inmediatas serán las gentes más débiles y más dominadas. Trump pondrá en marcha sus engranajes para defender una determinada América, pero la "virilidad" de esa América tendrá que confrontarse a la respuesta de otros protagonistas.


Guerra comercial

Si se gravan las importaciones chinas, eso no pasará desapercibido en Beijing y no cabe esperar que no haya una reacción. El mayor deudor del mundo va a tener dificultades para mofarse de sus acreedores. Tal vez Trump se conforme con una devaluación del dólar (que, en términos efectivos, venía aumentando su cotización desde hace tiempo) como medio para recuperar algo de competitividad precisamente sobre la base de su desagradable (y trabajada) imagen, en vez de lanzarse a una guerra comercial y monetaria.

Lo que busca el populismo en el siglo XXI, más que oponerse a la globalización, es sacar el mejor partido posible de ella en descomplejado detrimento de los que no son la América soñada.

Añadir a la actual mundialización más conflicto y una guerra de divisas quizá no la haga peor, pero no la hará mejor. La Zona de Libre Comercio Transatlántica murió, pero con ello no ha avanzado ni un milímetro el agradable proyecto de una mundialización diferente.


Retorno al escepticismo climático

La lucha contra el cambio climático será una víctima adicional de la elección de Trump. Ese conflicto, global e intergeneracional, divide profundamente a la sociedad estadounidense. Ahora, el escepticismo climático alzará la voz. Así, se corre el riesgo de que Trump prohíba que la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos intervenga sobre los problemas climáticos, dejando esa inmensa tarea en manos de los diversos estados de EEUU de manera descentralizada.

Quizá Estados Unidos no pueda denunciar el Acuerdo de París, pero ese acuerdo no es vinculante y, para que el escenario de una subida de la temperatura de menos de 2 grados centígrados tenga una pequeña oportunidad de alcanzarse, sería necesario que los compromisos nacionales se reforzaran en el futuro y se hicieran auto-vinculantes. En el actual escenario es difícilmente imaginable que, a partir de 2017, Estados Unidos haga algo diferente a frenar una negociación que ya va despacio.

Los eternos optimistas se refugiarán en la idea de que otros países asumirán más responsabilidad para compensar lo que Estados Unidos no haga, pero eso está cogido por los pelos, o, mejor dicho, por los "implantes capilares".

El Brexit procede de la misma tendencia que la elección de Trump. Una amalgama de cóleras, por muy justificadas que estén, no constituye una política y menos aún una sociedad. El Brexit no mejorará la Unión Europea ni permitirá que el Reino Unido tenga de nuevo el mundo en sus manos. El espectacular desarrollo de los países emergentes condena los países occidentales a un declive relativo, lo que no es muy grave, ya que, a diferencia de 1970 y 1980, ese declive relativo no producirá una revolución conservadora, al menos no como movimiento estructurado al estilo del lanzado en aquellos años por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, del que todos somos hoy sus hijos rebeldes.

Esta papilla de miedos, revanchas y mezquindades es la verdadera cara del populismo, un rostro que sólo estamos empezando a ver y que casí podría llegar a hacernos añorar el neoliberalismo.



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