Trasversales
José M. Roca

Calor en Phoenix

Revista Trasversales número 41, junio 2017 web

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Dice la prensa que hace calor en Phoenix, capital del estado de Arizona.

Ya lo había advertido Sam Loomis mientras se vestía en una habitación del hotel Jefferson: “Estoy cansado de sudar. Sudo para pagar las deudas de mi padre, que está en su tumba… Sudo para pagar la pensión de mi exmujer, que vive no sé dónde…” No era un reproche a Marion Crane, ocupada en el mismo menester, sino admitir con fatalismo que su apurada situación económica no les permitía pensar en una boda.

Ella acabó de vestirse, blusa blanca de manga corta y falda, y salió a la calle. Eran las tres de la tarde del once de diciembre, y hacía calor.

Lo reconocía Tom Cassidy, un cliente que llegó a la empresa donde trabajaba Marion: “Tendrían que decirle a su jefe que ponga aire acondicionado”. El jefe lo admitió: “Vamos a mi despacho, Tom, que está refrigerado”.

Después, alegando un dolor de cabeza para salir antes de la oficina, Marion Crane tuvo 40.000 buenas razones para coger el coche y dejar Phoenix. Nunca volvería, pues se topó con un psicópata que regentaba un motel de carretera.

Este relato de Hitchcock, ubicado en 1960, en estos días de junio de 2017 tendría que hacer mucho más hincapié en el calor, que ha alcanzado en Phoenix los 48 grados, temperatura más propia del Valle de la Muerte, el desierto repartido entre Nevada y California.

Otras ciudades del suroeste norteamericano han soportado también la oleada de calor, y España sin ir más lejos. Se habla de una subida general de temperaturas sin retorno posible; de los incendios y de la escasez y descenso de las lluvias regulares y del ascenso de fenómenos tormentosos cada vez más intensos y frecuentes, se habla del deshielo de los polos y la subida del nivel del mar y de que el Sahara avanza hacia el centro de África y hacia el sur de Europa.

Pero el ignorante inquilino de la Casa Blanca actúa como un psicópata y sigue negando el cambio climático -debe estar aconsejado por el primo de Rajoy-, alegando que es un cuento de los chinos para atar las manos de EE.UU. y poder sobrepasarlos económicamente. Otro que teme el sorpasso. En realidad, este atrabiliario presidente, republicano singular, sigue los mismos criterios que tenía Ronald Reagan para “Hacer grande América” (la consigna que comparten o que este ha copiado de aquel), y es que un imperio (ahora voluntariamente encogido) no puede someter su soberanía a los tratados, y si EEUU quiere seguir siendo la primera potencia mundial no debe someter el uso de las fuentes de energía que considere más adecuadas, aunque sean contaminantes, a los acuerdos a la opinión de terceros países.

El cambio climático es imparable y lo único razonable que se puede hacer es tratar de paliar sus consecuencias cambiando ya el modelo productivo capitalista, pero incluso los gobiernos más conscientes del peligro -y el nuestro no está entre ellos- carecen de planes a corto plazo y de la energía suficiente para llevarlos a cabo con decisión, aunque sea de manera unilateral.

No parece que el problema merezca un tratamiento drástico y urgente, mientras el clima, que es consecuencia de millones de años de evolución del planeta, cambia de manera rápida y perceptible para los limitados ojos humanos. Pero los intereses de las personas más ricas de la Tierra, que son quienes dirigen realmente el proceso llamado globalización, que realmente es un sistema para expropiar a una escala nunca imaginada (un robo gigantesco) al resto del mundo, empezando por los más pobres, se sobreponen a los de toda la población. Muy pocas personas, asociadas en potentes organizaciones internacionales, dirigen el mundo a través de la economía y han decidido que su interés a corto plazo, que es seguir aumentando sus fortunas, merece el sacrificio de las necesidades y aún de las vidas de millones de personas a largo plazo. Para llenarse la bolsa mientras dura su corta vida, han decidido acelerar el fin de la especie en un gesto de infinita codicia y de inmenso egoísmo. Una actitud de sicópatas, peores aún que Norman Bates. Malditos sean.




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