Trasversales
Almudena García Mayordomo y José Errejón

Escrito a dos manos: 25 N Manifestación

Revista Trasversales número 42, diciembre 2017 web



La manifestación del 25N, magnífica por su masividad, la alegría y la capacidad de empatía de sus participantes, es de esas en las que la dimensión reivindicativa cede su lugar a la expresiva.

Expresiva por su diversidad, diversidad transversal de edades y grupos sociales. Si hay algo que caracteriza a las movilizaciones feministas de los últimos años es su capacidad para unir a mujeres tan diferentes. Parece que las mujeres han entendido eso de “pensar más en lo que nos une que en los que nos separa”.

Además la incorporación a la reivindicación de aspectos ligados a la vida cotidiana, haciendo realidad ese antiguo lema sesentayochista de lo personal es político, hermana a las mujeres pues todas sufren situaciones que hacen que se unan voces exclamando “no es no”, “la noche y la calle también son nuestras”… Marcamos especialmente el “también” del lema porque refleja la concepción no excluyente de la sociedad querida, un mundo donde todos y todas podamos sentirnos libres y sin miedo.

Contemplar la riada de mujeres que pasaban por la calle Mayor camino de Sol nos calentó el alma con esperanza y alegría.

Contrastando esta percepción con algunos amigos, discutíamos si estábamos en presencia de una revigorización del movimiento feminista o se trataba solo del efecto movilizador de los medios de comunicación en su tratamiento de los últimos casos de violencia de género. Por nuestra parte creemos estar en presencia de un fenómeno de precipitación de valores que han ido conformándose a partir del año 2010 en el seno de la sociedad civil y que no tiene ni al parecer busca expresión en la escena política institucional.

La modernización de la sociedad española ha incorporado valores y elementos culturales y conductuales muy asociados a la cultura de la competitividad extrema y, por ahí, a la aceptación como naturales de situaciones de dominación. La incorporación de este cuadro de valores podía alarmar a los críticos del sistema pero resultaba funcional en la etapa y crecimiento del capital financiero e inmobiliario; en un período de crecimiento en el que sus frutos parecían llegar a todos, los efectos no deseados de la aplicación de estos valores parecían insignificantes. Los y las loosers eran percibidas como esa insignificante minoría incapaz de adaptarse al ritmo y las exigencias de la modernización que se refugiaba en referencias éticas y culturales de otro tiempo.

Pero no fueron pocos los sectores de la sociedad española que no soportaron la tensión competitiva a la que le forzaban las exigencias sistémicas, especialmente cuando estas comportaron un esfuerzo de austeridad que suponía abandonar buena parte de las expectativas que se habían ido acumulando en la primera década del siglo.

Para cuando se quebró la esperanza de que había prosperidad para todos y todas, algunos agregados e identidades colectivas que habían operado como elementos compensadores para las y los perdedores en el reparto de la riqueza y las oportunidades ya no eran operativos o estaban en proceso de liquidación. Agentes institucionales representantes de una identidad de clase (sindicatos) desde luego pero también grupos primarios aportadores de identidad y sentido como la familia y el barrio.

Sin estos mecanismos de defensa, los y las perdedoras debieron afrontar solos y solas la violencia cotidiana de la vida en una sociedad capitalista cada vez más hostil y desigual. Carentes de instituciones capaces de neutralizar o cuanto menos de encauzarla, esta violencia fue internacionalizada y redirigida contra los sectores más débiles de la sociedad, los pobres, los emigrantes, los niños y las mujeres.

En este último caso la violencia se ha intensificado por dos razones fundamentales. La primera y esencial es que cuando la regresión cultural ha querido empezar a aplicarse, la actitud de las mujeres en general había cambiado en lo que concernía a su papel subalterno en la familia, en el trabajo y en la escena pública. El componente igualitario inherente a la democracia se ha desarrollado con especial intensidad en la relación entre géneros hasta convertirse en disfuncional con las relaciones patriarcales sobre las que se sostiene el capitalismo en nuestro país. Cuando el representante del patriarcado en cada relación entre géneros pretende recuperar su papel lo que se encuentra es una igual que rechaza volver a la subalternidad: la violencia es, entonces, el recurso de estos funcionarios del patriarcado.

La segunda razón tiene que ver con una de las mercancías con las que el capitalismo ha pervertido las aspiraciones de libertad expresadas en los años 70 del pasado siglo, la revolución sexual. La industria pornográfica ha construido unas relaciones cosificadas y fetichizadas a través de las cuales el deseo y la libido se han convertido en la fuente de un próspero negocio. En la textura de este mercado la cosificación del cuerpo de la mujer incorpora la violencia como un acto de disposición sobre cualquier cosa que se posee. La violación individual o colectiva es uno de los productos estrella de la industria pornográfica y a través de ella se naturaliza y, aún peor, se pretende justificar como elemento de libertad.

La sorpresa positiva es que en nuestra sociedad las mujeres no parecen dispuestas a esta vuelta al pasado. En el hogar, en el aula y en la empresa las mujeres exigen un trato igual al de los hombres y unen sus esfuerzos en defensa de sus derechos exigidos. Afirman su derecho a vivir y relacionarse en la forma que crean conveniente y no aceptan limitaciones, restricciones o imposiciones. Y lo hacen- y esto es lo que caracteriza su movimiento como revolucionario- desde una noción práctica de la naturaleza humana más positiva y equilibrada y una noción de la política menos bélica que la dominante hasta ahora. No es poco esta noción no bélica de la política que supera el maquiavélico concepto de la virtud política consistente en ganar poder y en el que “la vergüenza consiste en perder no en conquistar con engaño” [Maquiavelo, Maquiavelo. “El príncipe y otros escritos”].

Recordemos ese “también” incluyente de “la noche y la calle también son nuestras” frente a la violencia. Se pide la feminización de la noche como espacio compartido y de la calle porque mucho se tiene que hacer y decir en lo público; feminizar la política por derecho propio y por unas relaciones sociales y políticas basadas en valores tradicionalmente considerados femeninos pero absolutamente necesarios para la supervivencia de la tierra y del ser humano: cuidado, cooperación, respeto, reparto… y por supuesto ni violencia ni imposiciones a la fuerza.

Un feminismo que no sólo reivindica la equiparación con el hombre en el hogar, el trabajo y la sociedad sino que lucha contra la invisibilización del trabajo reproductivo asignado mayoritariamente a las mujeres que lo desarrollan al margen de las imperantes relaciones sociales capitalistas. Este feminismo contribuye así a la emergencia de un sentido de lo común entendido como una relación social distinta de la medida por la mercancía y el dinero. Y se configura como una condición para pensar en lo cotidiano, la impugnación del orden vigente más allá del hiperpoliticismo dominante en la izquierda actual.

Como se gritaba en la mani: “sin nosotras, no hay futuro”. El cambio será feminista o no será.