Trasversales
Armando Montes

Cataluña: ensayo general para un régimen autoritario

 Revista Trasversales número 42 octubre 2017

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Estoy bajo el impacto de las movilizaciones del 1 y 3 de octubre en Cataluña y a la espera de saber si se produce la "declaración unilateral de independencia". Acabo de volver de la concentración Hablemos / Parlem en Madrid, veo que Ada Colau ha estado en la de Barcelona. Aquí mucha más gente que la que esperaba, espíritu 15M, aunque sin "extrema izquierda", y mucha sensatez y diversidad.

No voy a pontificar sobre Cataluña desde lejos, ni dar consejos a su población, me siento afín a Catalunya en Comú y su actuación en esta crisis. El objetivo de este texto es proyectar la "cuestión catalana" al conjunto de la "cuestión española".

Se ha abierto una brecha profunda en la población "progresista" de España, no por las diferentes opiniones sobre la independencia de Cataluña o sobre el 1-O, sino por la reacción ante la represión desmesurada del 1 de octubre. Una parte de esa población hemos reconocido en las jornades d'octubre a "nuestra gente" y, compartiendo o no sus aspiraciones y propuestas, nos hemos puesto de su lado contra Rajoy y sus cómplices, mientras que otra parte, reconociendo o ignorando "excesos" policiales, en el fondo cierra filas con la actuación del PP y cargan sus iras contra el "nacionalismo catalán", a veces con una violencia verbal que da miedo.

Esta brecha es enorme y dolorosa, ajena a siglas y tiene que ver con sentimientos, emociones, reflejos, motivaciones y convicciones esenciales. A mí me choca que amigas y amigos razonables consideren que el movimiento popular "1-O" en Cataluña es un movimiento a derrotar, en el que habrá buena gente pero manipulada, ante el que hay que hacer un frente (críticamente o no) con Rajoy, porque consideran a ese movimiento "burgués" o "anticonstitucional". Aun si fuera un movimiento "burgués" que choca con un Estado "burgués" eso no eximiría de evaluar qué parte es más progresiva o menos regresiva; y es obvio que la independencia de Cataluña no es constitucional, pero esa inconstitucionalidad formal no es mayor que las inconstitucionalidades materiales con las que se gobierna España desde 1978 y no digamos ya desde diciembre de 2011. Para mí, no cumplir con ella garantizando viviendas dignas sí que debería ser considerado "sedición". En todo caso, consideraciones generales de ese tipo de nada sirven ante un conflicto político específico.

Esta confusión, esta voluntad de "unidad nacional" con Rajoy -criticándole en todo caso por no hacerlo bien- contra el independentismo catalán, pero también contra quienes quieren ser consultados, es suicida, no sólo por no entender lo que pasa en Cataluña, sino por no entender lo que pasa en España.

En España, hace siete años, con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Catalunya y con los recortes sociales y la reforma laboral de mayo y junio 2010, empezó un proceso que siguió ruta con la reforma de las pensiones de febrero 2011, con el cambio por PSOE y PP del artículo 135 de la Constitución y, ya a toda marcha, con la multitud de leyes y políticas antisociales y autoritarias de los gobiernos de Rajoy desde diciembre de 2011 hasta ahora, todo ello con un propósito claro: convertir el régimen de 1978, desde arriba y desde los mismos grupos que han dominando en él, en otro régimen diferente, menos impregnado de las aspiraciones democráticas y sociales que bullían en España en la salida del franquismo, un régimen de presidencialismo coronado, autoritario y garante de la precarización social de las clases populares, un "Estado de excepción permanente" (Re­quiem por España, José Luis Carretero, bit.ly/2xaoQqw), un régimen cuya tarea histórica es la derrota duradera -aún no conseguida- de las dos grandes corrientes de resistencia popular que se han opuesto a esa deriva, el espíritu del 15M y el espíritu de la Diada de 2012.

No hablo de la salida a la luz de un franquismo latente en el régimen, sino de la emergencia de algo nuevo vinculado a los flujos de fascistización que recorren el mundo. Erdogan u Orbán son mejor analogía para Rajoy que Franco.

Sí, ninguno de esos dos movimientos, 15M y Diada 2012, expresó una rotunda claridad política, pero su "confusión" plural no fue mayor que la confusión sectaria de cualquier "izquierda organizada"; sí, en ellos convivían proyectos antagónicos e incluso algunos energúmenos, pero no más que en cualquier otro lado; sí, en ambos prendieron ilusiones no realistas, pero su acción fue mucho más eficaz que la de quienes les pidieron que descansarán y les dejaran tomar el timón expandiendo la ilusión de que así se facilitaría el camino.

En particular, el movimiento D12 entraña una fuerte tensión entre su carácter popular-democrático y la constitución de liderazgos ligados a las clases privilegiadas, aunque, como puede ya verse, los sectores más poderosos de éstas, la oligarquía catalana, regalan a Rajoy la imagen de una "escapada" de Cata­luña. La "unidad nacional" catalana es una ilusión a superar, in­cluso y sobre todo dentro de una perspectiva de República Catalana, ya que ésta tiene muy pocas posibilidades de prosperar si no logra atraer, por su contenido social, antagónico con los intereses de las oligarquías que desplazan las sedes de sus empresas fuera de Cataluña, a aquellos sectores de la clase trabajadora, especialmente en su sector industrial o menos especializado, que des­confían de ese proyecto. Por descontado, la ilusión en una "unidad nacional" española construida sobre el anticatalanismo es aún peor. Con todas sus limitaciones, y en ausencia de potentes organizaciones sociales que escapen a ellas, 15M y D12 son los dos grandes movimientos sociales que han crea­do conciencia y organización, que han creado vínculos, que se han enfrentado a la construcción del nuevo régimen autoritario, que no han sido construidos desde arriba sino que han surgido de la calle.

¿Puede ser que la consulta del 1-O haya acelerado la puesta en práctica del proyecto autoritario? ¿Puede ser que si no hubiese existido el 15M Rajoy no hubiera tenido que aprobar la Ley Mordaza? Claro. Pero esa es la lógica de la transformación social, de la tensión entre acción y reacción. La otra lógica, la que teme a los movimientos que no llevan el sellito de la disciplina y la obediencia a tal o cual sigla, es reaccionaria. En definitiva, significa pedir que no nos opongamos a la aplicación de los planes de las élites para que a éstas no les haga falta adoptar medidas represivas para imponerlas. Es la lógica de la servidumbre voluntaria, de la sustitución de la construcción popular por estructuras que se sitúan en el ala izquierda del régimen dominante y en las que, poco a poco, van proliferando los que viven bastante a gusto en esa situación.

¿Significa esto que haya que adaptarse a una supuesta "espontaneidad" de los movimientos? No. Cada propuesta "espontánea" no deja de ser la opinión de una o varias personas, ante las que caben otras opiniones. En el caso del movimiento por la independencia o por el derecho a decidir en Ca­ta­luña, el liderazgo de Puigdemont y el papel del PDeCat es una pesada losa, y la provisional desaparición de contenidos so­ciales constituyentes pospone diferenciaciones necesaria. Algunas organizaciones como la CUP son conscientes de ello, pero creo que se equivocan al plantear que primero lógrese la República y luego nos diferenciaremos, porque para agrupar las fuerzas necesarias se requiere un contenido so­cial que las ponga en marcha. Toda reagrupación sobre un eje de "identidad nacional", sea española o catalana, tiende a ocultar los conflictos sociales. Y el manejo "institucional" del 1-O -no el 1-O, que fue una gran movilización social- y de la idea de hacer a partir de sus resultados una declaración unilateral de independencia tiene el aire aventurero de la "pequeña-burguesía" que no cree en la acción colectiva y no mide las fuerzas sociales, aunque con frecuencia ella es la primera que se asusta de sus baladronadas. Pero eso ya no es el 1-O o el 3-O, que ante todo han sido momentos de irrupción extraordinaria de la participación social.

Y, sin embargo, aún no compartiendo todos sus objetivos, hay que estar del lado de ese movimiento contra la represión del Estado, porque ese movimiento no puede confundirse con los políticos que parecen encabezarlo, e incluso a éstos hay que defenderlos si son perseguidos a consecuencia del procés, no, claro está, cuando son perseguidos por corruptos, aunque llama la atención la insistencia de algunos en justificar su actitud por el carácter corrupto y "burgués" del PDeCat, sin que eso les impida apoyar a Rajoy y el PP. Y hay que ir algo más allá de condenar la represión, porque en el conflicto actual hay que entender muy bien que a la mayor parte de la población catalana, la que quiere otro tipo de relaciones con España, desde más autogobierno hasta la independencia pasando por el federalismo, se le ha dejado sin opciones y las promesas de una consulta pactada o de una reforma de la Constitución no le resultan creíbles ante lo que parece ser un proceso de podredumbre indefinida de la situación política española y de incapacidad de PSOE y Podemos para liderar la expulsión de Rajoy del Gobierno.

Esta situación la describen bien un grupo de vecinas y vecinos de Madrid, que tras constatar que Cataluña es un territorio -él único- que carece de un Estatuto de Autonomía propio, desde hace siete años, señalan que "Mucha población de Cataluña siente que se le ha cerrado la posibilidad de formar una opinión colectiva reconocida, ya que se niega que esa opinión pueda representarla el Parlamento de Cataluña porque la amplia mayoría independentista en él sólo sumó el 48% de los votos y también se niega un mecanismo consultivo de voto directo con garantías e integrador para conocer lo que opina la población, que es diversa. Así estamos en un callejón sin salida, porque no es posible dialogar o negociar sin (re)conocer una propuesta de Cataluña, no sólo de una parte de ella o sólo la del Gobierno de España" (bit.ly/2gip709).

Ese el verdadero contexto del nuevo movimiento independista o por el derecho a decidir, surgido desde abajo y que no un monstruo de Frankenstein construido artificialmente adoctrinando niños crudos, sino un movimiento que ya ha ido mucho más lejos de los límites admisibles para la oligarquía, un independentismo, y no digamos ya un deseo de poder decidir, que ya no caben en la etiqueta "nacionalismo" porque tienen una fuerte componente republicana y de deseo de romper, no con España, sino con el régimen político español.

Un movimiento en el que también están arraigadas ilusiones como la de que salir de España resolverá los problemas, si­milar a la de creer que eso mismo pasaría en Es­paña saliendo de la UE. Lo cierto es que no será así, que aparecerán nuevos problemas porque crear un nuevo Estado no es fácil, porque la ilusión soberanista (ya sea de Cataluña o de España), ante un flujo transnacional del capital que sólo po­drá combatirse a esa misma escala y en tanto que conflicto social, no territorial, sólo lleva a fracasos (Grecia), porque las desigualdades sociales seguirán presentes y la oligarquía y la alta burguesía catalana seguirán queriendo expoliar tanto como sus parientes es­pa­ñoles, con los que se unirán contra las rebeliones populares. No obstante, creo que la formación de una República catalana sería un hecho progresivo, para Cataluña y para España. Un agujero por el que puede entrar luz en un tunel en el que a veces hay algún destello pero luego se desvanece (elecciones 20D2015). Una oportunidad para cuestionar muchas cosas. Con más alcance si coincidiese con un impulso de republicanismo social y federalista en toda España, lo que no está ocurriendo aún, por mucho que en Madrid, equivocándonos, convoquemos a la solidaridad con Ca­taluña utilizando la bandera de la II Re­pública y juntándonos sólo los ya muy convencidos pero sin hacernos entender.

La cuestión decisiva para una salida republicana a la descomposición política del ré­gimen de 1978 es el cómo y el cuándo y, sobre todo, cómo hacer camino. Y eso de­pende de la relación de fuerzas y de la capacidad de tejer alianzas de las clases populares de España y Cataluña. No diré a quienes están luchando en Cataluña qué tie­nen que hacer. Pero me temo que en el (resto de) España no estamos a su altura, el impulso 15M no está muerto pero sí apagado, y la reacción popular ante lo que está ocurriendo en Cataluña no es tan mala como se dice -los fascistas y los anticatalanes gritan mucho- pero no es buena. Y eso no es culpa de Cataluña, es una situación que debemos abordar para ir cambiándola. Sin embargo, hoy por hoy, quienes queremos un cambio en España necesitamos más a Cataluña que Cataluña a nosotros. Como ya se ha dicho, el despliegue policial en Cataluña y la aplicación de leyes "de excepción" situadas al margen del propio código penal, es también un ensayo general de un plan que va a aplicarse, bajo diversas modalidades, en toda España. Si el movimiento democrático en Cataluña es aplastado sin que nos opongamos a ello, no nos espera nada mejor, porque el habernos de­jado ganar por el odio a Cataluña nos impedirá unirnos, volcaremos luego el odio en nuestros vecinos, en el que está aún peor o en el que aún mantiene algunos derechos que ya hayamos perdido. Y, sobre todo, por­que aunque bien está pedir y buscar diálogo, todo esto se resolverá según las fuerzas reales, y debemos tener claro que en estos momentos el escollo más poderoso que encuentran las élites económicas y po­lítica en España para consolidar el nuevo régimen autoritario es la resistencia de la sociedad catalana. Necesitamos esa fuerza para enfrentarnos al proyecto autoritario en España, la necesitamos, y en Cataluña ne­ce­sitan nuestra solidaridad, eso es así tanto si somos un Estado como si somos dos Estados.

Si no nos esforzamos en convencer, con argumentos sensatos, no con proclamas re­vo­lucionarias, de que Cataluña no es el mal, de que tienen sus razones, de que han sufrido demasiadas ofensas políticas y culturales, de que esa gen­te sangrando es nues­tra gente, de que su sangre anuncia más de la nuestra, no nos sorprenda luego que cuando haya que im­pedir que las pensiones pierdan un 20% o un 30% de poder adquisivo o que, como es­tá ya ocurriendo, volvamos a una situación en la que la imposibilidad de tener acceso a una vivienda digna sea el primer y más ex­tenso problema social en España y Ca­taluña, casi nadie acuda a la llamada. Na­da crea más insolidaridad que la insolidaridad, nada crea más odio que el odio. Nada gusta más a las élites que vernos pelearnos, pese a la clara declaración de hostilidad que nos hicieron el otro día a través de Felipe de Borbón.

Y, sin embargo, se puede. No por un milagro ni por un líder salvador, sino con la solidaridad, el apoyo mutuo y la organización.

8 de octubre de 2017



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