Trasversales
José Luis Carretero

El 1 de octubre en las retinas. Réquiem por España

Revista Trasversales número 42  octubre 2017

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José Luis Carretero Miramar
es profesor de Formación y Orientación Laboral. Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).


Las imágenes que nos ha legado este 1 de octubre nos empujan a la desolación. Cargas policiales desmedidas, agresiones visibles ante los objetivos de las cámaras de los medios de comunicación de medio mundo. Brazos en alto, resistencia pasiva. Uniformados pegando patadas. La autoridad del Estado convertida en un teatro antidemocrático de crueldad vergonzante.

Rajoy no ha sabido controlar la situación. Ya lo dijo Platón: “para gobernar a los hombres hay que gobernarse a uno mismo”. La violencia desmedida casa mal con el autocontrol necesario para gestión de los asuntos públicos. Herencia de los abuelos de la oligarquía que desde hace siglos gobierna España, y la hunde en el atraso (económico tanto como democrático): la Guerra Civil se vuelve a ganar cada vez que se plantea un atisbo de disidencia. No hay debate ni diálogo posibles. El consenso, cuarenta años después, se ha vuelto un asunto de porras policiales, de procedimientos penales, de fiscales enjutos y togados nombrados en sus puestos por la clase política de la Gürtel.

Poco importa ya quien tuviera o tuviese razón en torno al tema de fondo: la independencia de Cataluña. Ya da igual si las fórmulas legales han sido respetadas en el Parlament, o si es garantista o no comprar urnas chinas y usarlas peligrosamente. Las cabezas abiertas en el telediario, los ancianos rodando por el suelo, las pelotas de goma (¿no estaban prohibidas?), los agentes encapuchados arrastrando a los estudiantes, conforman un umbral que hoy ha sido traspasado: delenda est democratia. La pulsión autoritaria, la deriva prefascista de un Régimen en decadencia emerge cada vez con mayor claridad tras la sonrisa absurda de la vicepresidenta del gobierno cuando da la noticia de que “rendido el ejército catalán, y alcanzados los últimos objetivos policiales… el referéndum ha terminado”.

Cataluña ya no es España: es un lugar de no ciudadanía, de negación de derechos democráticos, de violencia posible y plausible, ejercida por quienes tienen el monopolio de la fuerza, pero han perdido toda legitimidad para utilizarla. El problema es que, a no poco tardar, España será ya Cataluña, si Rajoy no cae, si el Régimen no se tambalea. La vis expansiva de las situaciones de excepcionalidad penal ha sido reiteradamente estudiada. Las medidas de excepción no se quedarán alrededor de Puigdemont y sus secuaces, sino que nos alcanzarán a todos, en una evidente pérdida de calidad democrática y en una brutal marea contra los derechos civiles.

Ahora puede que alguien negocie, pero el mal ya está hecho. No hay negociación de lo pequeño que suture las grandes heridas. Un acuerdo sobre financiación, el apoyo del FLA, la Seguridad Social catalana, ya no bastarán para provocar la afección al Régimen en quienes han visto como apaleaban a su abuela, o baleaban a su hijo. Algo se ha quebrado. El Régimen tiene que caer.

Rajoy tiene que caer. Y si el PSOE se pone de perfil caerá con él. Lo mismo vale para Podemos. Dictadura o Democracia. Rajoy o República. Marea popular o deriva autoritaria. La enfermedad catalana se va a extender, y las masas insurrectas de la extrema derecha del PP (valga la redundancia) que llenaron las calles de banderas esta última semana van a sentirse reforzadas: aullarán cada vez con más fuerza, ocuparán mejores espacios y serán más visibles y, finalmente, si nadie les enfrenta (por ejemplo, la otra España, porque siempre hubo dos) impondrán su ley en lo cotidiano.

El Régimen se tambalea y nos tambalea. Estamos ante una bifurcación histórica, la primera en cuarenta años en las tierras ibéricas: descomposición, autoritarismo o libre federación. Democracia municipalista, socializante y federativa o Estado de excepción permanente. Sin un nuevo discurso no habrá cambios. Y sin cambios Rajoy, o su sucesor, gobernará “a la búlgara”, pero con un ansia neoliberal que impondrá la austeridad económica y los recortes constantes como el único camino de legitimación ante los amos europeos.

Escribía Antonio Machado en el exilio, tras la derrota de la República Española, que los poderosos tienen siempre el nombre de España en la boca, pero que es el pueblo el que muere por ella. Hoy Rajoy, sus circunspectos leguleyos, los juristas adoradores del Derecho positivo (de esos hubo unos cuantos en las cámaras de gas y en la España franquista), los héroes mediáticos del Régimen y sus viejas glorias se llenan la boca de España, de ley y de Constitución.

Pero la España posible, la que ocupó los sueños de generaciones de progresistas, revolucionarios, sindicalistas y poetas, muere hoy en Barcelona, en Tarragona, incluso en la Valladolid que no ha podido manifestarse en solidaridad con los refugiados. La España plural, socializante, municipalista, radicalmente democrática, intelectualmente rica. La de las colectividades, las misiones pedagógicas, el federalismo, los novelistas del pueblo, los educadores antiautoritarios, los tribunos de los obreros, los militantes libertarios, en el sentido más amplio del término, acaba hoy, como siempre, entre porras, sollozos y cabezas partidas.

Sólo un confederalismo ibérico amplio y democrático, en el marco de un proceso constituyente donde todos podamos decidirlo todo, puede hacer vislumbrar una salida a este fin de España que es el reinicio de la España de siempre: la del dolor, la de la autoridad sin autoridad ante el pueblo, la de la imposición. La de los que vociferan el nombre de España para hundirla en las cavernas.