Trasversales
Ana Vega

Sistema sanitario o campo de batalla


Revista Trasversales número 43 abril 2018

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En algún momento la medicina o el sistema sanitario —público o privado— se han convertido en algo ajeno al ser humano y a la cualidad o motivación primera —también obligación— de todo aquello que pretende curar cuerpo o alma: la salud. De repente, nos hemos convertido en sujetos que equilibran ciertas balanzas económicas o bolsillos médicos o farmacéuticos, en parte fundamental de una industria que se alimenta de la enfermedad sin necesitarla incluso pues la busca, la demanda, e incluso la provoca.

En qué momento acudir a un profesional de la medicina se ha convertido en algo de lo que debemos defendernos. Esto es algo que se comenta en voz baja, que asusta, que sorprende, pero de lo que nadie parece querer hablar en voz alta pues forma parte no sólo del sistema capitalista sino también del sistema del miedo, la jerarquía y de lo que es más grave, del concepto de libertad y autonomía, la toma de decisiones. Hay un hecho fundamental, nadie puede tomar decisión alguna de forma libre sin la información adecuada. En qué momento la confianza depositada en quien ha estudiado el cuerpo humano se convierte en un poder que nos daña, en qué momento hemos convertido el sufrimiento humano en negocio y la salud en algo que se quiebra por el bienestar de otros y otras.

La salud es un concepto demasiado amplio y como tal ha de ser tratado de forma exhaustiva, sin escucha activa, sin respeto, sin bondad, de poco o nada sirve todo estudio o diagnóstico: quien acude a una consulta médica ha de ser escuchado con toda atención. Algo básico pero que raramente ocurre. Al igual que la valoración del daño o beneficio de una prueba invasiva han de ser tomados muy en cuenta y reflexionar acerca de lo que esto conlleva no solo en la salud —evidente— sino también en la propia vida de quien acude con cierta desesperación a una consulta. En qué momento la medicina se ha convertido en una especie de campo de batalla o prueba a ciegas o experimentación sin finalidad demostrada.

Llegan las noticias pero no llega toda la información, se habla de avances pero no del precio que esconden ciertas prácticas. A quien decide investigar por su cuenta, ampliar sus conocimientos o ejercer su propia voluntad sobre cuerpo y salud se le aplican medidas inquisitoriales. Volvemos hacia atrás pero no la mirada para cambiar las cosas.

La hoguera comenzó justo en el momento en que las mujeres demostraron sus conocimientos de plantas, remedios, modos de llevar a cabo una curación más acorde con la voluntad y el derecho que cada quien ha de ejercer sobre su cuerpo y vida, la hoguera sigue en pie y arde pero de un modo tan sutil que apenas somos conscientes de la quema de brujas en la que se nos incluye. No dañar, debería ser el principio real de toda medicina. Pero para no dañar es necesario sentir cierta vinculación y respeto por el otro, por su salud, por su vida y no situarse del lado contrario de la mesa desde una posición de poder que ningún hábito o bata blanca concederá a ningún hombre ni mujer más allá de ese hábito o bata blanca. Somos seres humanos, tan solo eso pero con absoluta libertad para decir no, este es mi cuerpo, esta es mi vida, experimentos no gracias.