Trasversales
Luis M. Sáenz

Ya no hay marcha atrás: autoritarismo o República

Revista Trasversales número 43 marzo 2018

Textos del autor en Trasversales


"A la vuelta de la esquina, un poco más allá de la Constitución está la anti-Constitución"

"(...) cuando la Constitución real y la escrita no concuerdan, cuando son diferentes, surge un conflicto irremediable; hay un malestar permanente; chocan las formas sociales y las fórmulas jurídicas. Es un período de falso constitucionalismo, peor aún que el mismo absolutismo. Ese es el caso presente de España. La Constitución ha sido negada por las leyes posteriores. La Constitución es abstracta. Lo concreto y lo temible, por lo tanto, es su negación: la Ley de Orden Público (...)  Las libertades democráticas pueden dejar de existir constitucionalmente"

Joaquín Maurín

Por descontado, soy antimonárquico, pues una vez justificada la extremista y arcaica idea de que la Jefatura del Estado puede ser propiedad privada de una sola familia ya quedan exentas de cuestionamiento todas las demás jerarquías presentes en una sociedad, a las que es más fácil encontrar pretextos por tener algunas facetas "funcionales". No obstante, no me gusta decirme "republicano" porque todo Estado, sea cual sea su forma, es una máquina de opresión sobre la mayoría de la sociedad; me siento socialista o libertario o demócrata en ciertos sentidos peculiares, pero "republicano" no.

Sin embargo, en determinadas circunstancias determinados términos pueden asumir un sentido específico que les hace decir más de lo indica el diccionario. Así, por ejemplo, República, bajo un sistema monárquico, puede representar no tanto una forma más de Estado sino el resumen de las aspiraciones sociales que han llevado a gran parte de la población a alzarse, al menos, contra los modos de dominar utilizados por quienes dominan, como por ejemplo ha ocurrido en Cataluña.

Lo que ha ocurrido ahora en Cataluña no había pasado -ni aún pasa- en otros lugares de España desde la formación del régimen de 1978. Y no había pasado porque el sistema de dominación de las élites giró durante un poco más de treinta años en torno a una especie de compromiso que daba estabilidad al régimen, un compromiso por el que la sociedad aceptaba los privilegios y el dominio de esas élites en la medida de que hubiese expectativa para la mayoría de la población de un lento avance en bienestar, derechos civiles y autogobierno de determinados territorios. El conflicto entre las élites y la gente común quedaba ocultado y apaciguado por un seudoconflicto ideológico y una alternancia entre "izquierdas" y "derechas" así como por logros efectivos de la presión social, como los alcanzados en cuanto a pensiones, sistema sanitario, acceso más amplio a la universidad, vivienda (pese a lo desastroso del modelo aplicado), derechos civiles, descentralización, etc.

Eso se ha acabado, en Cataluña y en España. Se ha acabado tanto que ya ni siquiera tiene sentido decir que seguimos en el régimen de 1978: en los últimos diez años se ha formado un nuevo régimen político, una nueva manera de dominar, socialmente caracterizada por el desmantelamiento de todo aquello que favorecía el bienestar y políticamente caracterizado por un presidencialismo coronado despótico y autoritario, así como una recentralización de España, no sólo a costa de las competencias autonómicas y sobre todo contra Cataluña, sino también contra la democracia local y la capacidad de acción política y social de los ayuntamientos

La conciencia de ese hecho alcanzada por gran parte de la población catalana ha sido el detonante de la formación, en los cinco años que han ido desde septiembre de 2012 hasta octubre de 2017, de un potente movimiento social republicano catalán. En el resto de España, sin embargo, aunque hay una gran indignación con el comportamiento de las élites políticas, todavía no ha cuajado una corriente social impugnadora de la manera de dominar de las élites en su conjunto; tal vez el mayor desafío en ese sentido está saliendo desde dentro del movimiento de las mujeres, como en parte también lo expresó parcialmente el 15M. Parte de ese "retraso" respecto a Cataluña se debe a que una parte de la "izquierda" actúa como pieza subalterna del nuevo régimen autoritario -en los mejores casos creyendo que están defendiendo un "régimen de 1978" que ya no existe-, y otra sigue empeñada en combatir a un "régimen de 1978" que ya no existe y al que una parte importante de la población añora con la esperanza de que aún pueda volver... lo que es comprensible pero no ocurrirá. Así que cierta izquierda parece un pelele o un barquito de juguete llevado de acá para allá por los vientos de los poderosos, hasta el punto escandaloso a que se ha llegado con su sumiso apoyo a la represión sobre el mayoritario movimiento republicano catalán, y otra izquierda, pese a que sus posturas son con frecuencia justas, oscila entre sus días gruñones, vocingleros, de gesto tenso y altanería, y aquellos otros en los que le da un ataque de "respetabilidad" al levantarse.

Por tanto, en España hay un camino por hacer, y sólo puede hacerse a través de nuevas oleadas de luchas sociales y de procesos de construcción popular, antes de que República pueda ser un resumen provisional de las aspiraciones sociales y una alternativa al actual modo de dominar quienes dominan, una alternativa que no significa el fin de la dominación pero sí podría significar un escenario de conflicto social y de institucionalidad más favorable a las clases populares y menos favorable a la oligarquía dominante.

Ahora bien, dicho esto para evitar ataques de "tricolorismo" que olviden que hoy por hoy hay que construir unidad de lucha y complicidad social en defensa de las pensiones, por el derecho a la vivienda, por los derechos laborales, por el derecho a la protesta, tampoco hay que mirar sólo al corto plazo: la reforma del régimen de 1978 ya no es alternativa, porque ya no estamos en el régimen de 1978; y la vuelta al régimen de 1978 tampoco es posible, pues se han destruido las bases consensuales y generacionales en que se basaba (apenas el 30% del censo electoral actual pudo votar la Constitución).

Para entender esto es necesario tomar nota de algo relevante: salvo algunas excepciones, las élites del poder y del dinero en España, esa "alta sociedad", todo ese entramado que "corta el bacalao" en la Casa Real, en el gobierno, en los parlamentos, en la judicatura y otras instituciones del Estado, en las universidades, en el mundo de los negocios, en las instituciones clericales, en el mundillo de la tecnocracia, en los grandes medios de comunicación,en las revistas, incluyendo sus franjas "presuntamente progresistas", ha hecho piña y ha entrado a "hacer política" directamente, no sólo ya a través del partido gobernante de turno. Y lo está haciendo desde opciones sutilmente o abiertamente reaccionarias, con excepciones como ya he dicho. Desde opciones fervorosamente partidarias de la desigualdad y de la jerarquía. Desde una apología de la "excelencia" que no es esfuerzo por mejorar la calidad de lo que hacemos, sino mera retórica para justificar los privilegios de los privilegiados, de cuya ineptitud e incompetencia profesional tenemos todos los días noticias. Desde un descarado odio a las y los pobres y a quienes no se someten. Esa es la "moderna" ideología de un partido del privilegio en remodelación, en el que ya se notan también los efectos del cambio generacional, capaz por ejemplo de dejar de lado algunos oscurantismos que estuvieron muy afianzados en el PP y jugar a lo "progre" en ciertos ámbitos, pero desde una lógica crecientemente cínica y mercenaria. No deberíamos menospreciar el papel de Ciudadanos en esto ni confundirnos al considerarle "enemigo pequeño" o potencial "aliado coyuntural". De hecho, Ciudadanos es quien mejor está jugando hoy la carta de la fragmentación popular, de enfrentar a las clases populares entre sí. Y lo está haciendo para sostener los aspectos claves de la trinidad que articula la teología del privilegio: Capital, Patriarcado, Estado.

El partido del privilegio, y Ciudadanos lo hace mejor que nadie, quiere enfrentar a las claaes populares que van tirando con mucha estrechez (la "clase media" que gana ¡menos de mil euro!, dice Rivera) con las clases populares que no van tirando y no sacan ni para techo y comida.

El partido del privilegio, y Ciudadanos lo hace mejor que nadie, quiere rearmar ideológicamente a los hombres para que defendamos nuestros privilegios contra las mujeres; una de las facetas de esa política es su esfuerzo por atraerse a los hombres gays y debilitar las afinidades (relativas) que las cirscunstancias crearon con las lesbianas y el feminismo en general.

El partido del privilegio, y Ciudadanos lo hace mejor que nadie, quiere más Estado, mucho más Estado; lo que no quiere son los logros sociales que la sociedad consiguió imponer a los privilegiados y a su Estado, pero Estado, lo que se dice Estado, quiere que sea mucho y muy despótico. Menos personal sanitario, claro, pero más policía. Menos prestaciones sociales, pero más subvenciones y regalos fiscales a los más ricos; menos gasto en pensiones, pero más gasto militar. Menos equilibrio de poderes a través de la proliferación de focos de gobernanza y la división de competencias sobre la base del principio de subsidariedad (háganse las cosas allá donde puedan hacerse eficazmente con mayor cercanía a la gente) y más centralización en un poder estatal único. Y sí, nadie como Ciudadanos, mejor aún que el PP, para atizar el enfrentamiento entre Cataluña y el resto de territorios.

En esas estamos. Sin embargo, el nuevo régimen, precisamente por ser nuevo y por no haber logrado aplastar la resistencia social, no está consolidado, es un avión despegando pero que aún no ha elevado vuelo. Digamos que aún hay tiempo para cortarle el paso. No será fácil pero es posible.

De momento, aunque en realidad siempre es así, el motor social contra la degradación y la precarización en marcha sólo puede ser la propia sociedad, que retoma caminos de movilización, cuya indignación vuelve a alzarse tras el bajón que supuso la decepción política causada por la incapacidad de PSOE y Podemos para fraguar una alternativa, por razones diferentes. Para empezar, por pensar cada cual que la podría construir sin contar con la otra fuerza política, lo que da para mucha demagogia política y mucho "¡venceremos!" pero es totalmente irreal como sabe casi toda la sociedad menos algunos fans. Y, claro, no es ahora cuando va a poderse recuperar esa vía precisamente, con el PSOE apoyando descaradamente la represión sobre el movimiento republicano catalán, pese a los matices de Iceta.

Por eso, quienes tienen toda su mente puesta en las elecciones de 2019 se equivocan. La única manera de preparar esas elecciones, quien quiera prepararlas, es dar todo al presente, a las luchas sociales en marcha y a las que vendrán o deberían venir. Usando las instituciones para apoyar esa reconstrucción social y, allá donde se gobierne, mejorar la vida de la gente sin resignarse ante la "herencia recibida". En alianza entre quienes ya queremos otro régimen político, republicano, y quienes sólo quieren recuperar los logros perdidos desde 2008 hasta ahora. Pero sin callar que, en verdad, los logros sociales que nos han quitado y aquellos que ahora nos quieren quitar sólo podrán recuperarse o conservarse plenamente saliendo del actual régimen, porque el actual régimen es incompatible con un "pacto" del tipo del de 1978. Para empezar, porque las élites no quieren tal pacto en ningún caso, y también porque ya no hay partidos ni sindicatos que gocen de la suficiente confianza popular como para ocupar en tal pacto las sillas supuestamente reservadas a las clases subalternas. Digo esto con un margen de incertidumbre, porque algunos también decíamos hace más de 40 años que la salida del franquismo no podría hacerse a través de un proceso evolutivo y que se requiría una ruptura, confundiendo una aspiración justa con una certidumbre.

El camino no es llenar la calle de tricolores, sino que las llenemos las gentes por una y por mil reivindicaciones. Que no nos dejemos engañar y dividir. Que construyamos apoyo mutuo y unidad de acción en la diversidad. Pero creo que no habrá un nuevo 1978. Entonces, la salida del franquismo era inevitable y sólo podía ser a mejor; de hecho, el mismo franquismo de los últimos años, con ser nefasto y sanguinario, era menos malo que el de las primeras décadas; hoy, el régimen político ha evolucionado a peor, hoy hay menos libertad de expresión que en 1977, y las élites piensan que pueden empeorarlo aún bastante más en beneficio de sus privilegios. Por ello es altamente improbable que se pueda salir de este autoritarismo sin República.

República, para seguir luchando contra la oligarquía, que bajo ella seguirá dominando, pero se luchará en mejores condiciones. Autoritarismo o República, aunque no sea de forma inmediata. Lo que sí me parece que debe ser inmediato es tomar nota de que ya no se puede articular una política coherente sobre la única base de denunciar al PP y la herencia del franquismo, o condenar a la "derecha" sin más; todas las fracciones del privilegio se han amalgamado y avanzan en la misma dirección. Ya no es posible compatibilizar un moderado reformismo social con gritos de "viva el rey" o absteniéndose de criticar resoluciones judiciales que son criticables. Ni ignorando que la política de Rajoy, ciertas resoluciones de ciertos tribunales o ciertos discursos del rey pueden estar muy interrelacionados sin que necesariamente medie mandato ni prevaricación alguna, conciencia de hacer algo injusto, ya que el vínculo puede ser un universo mental común, un "espíritu de los tiempos" en la alta sociedad. Para darnos cuenta de ello basta que recordemos el convencimiento con el que las gentes "de izquierda" hemos hecho algunos disparates. Y darnos cuenta es importante, porque una política basada en simples conceptos de "casta" o de "corrupción" o de "superioridad moral" tiene poco alcance si no entendemos por qué las cosas son como son y por qué el sistema funciona como funciona. Por eso mismo, el cambio real no se producirá por un recambio en las élites políticas, sino a través de la construcción colectiva de un "espíritu de los tiempos" plural propio de la gente común, popular, siguiendo la tarea empezada por el 15M. República sin nostalgias. No serán unas u otras banderas las que conduzcan hacia ella, sino las luchas por la igualdad, las pensiones, por techo y comida, por la libertad. Y con República habrá que seguir luchando porque ningún Estado "representará" nunca los intereses de las clases populares ni la libertad plena para todas y todos.