Trasversales
Angel Rebollar López

La rebelión de algunos jueces machistas.

Revista Trasversales número 47, julio 2019 web

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De poco parece servir la reciente sentencia del Tribunal Supremo al respecto de la violación en San Fermín por los cinco de la manada.

Hay jueces que llevan inscrito en su cerebro un machismo que han mamado del trato que las leyes daban a la mujer durante el franquismo y de los consejos que impartían los curas, a modo de gratificación post mortem, a las mujeres maltratadas por sus cónyuges y otros seres masculinos, "resignación hija, Dios lo tendrá en cuenta. No provoques las iras y lascivia de los hombres. Se sumisa y cumple con tus labores con amor y abnegación, etc..."

La reciente sentencia del Tribunal Supremo se ha esforzado en dejar meridianamente claro que NO es NO y si no se manifiesta el SÍ, también es NO. Pero sigue habiendo jueces y juezas, fiscales y fiscalas que conscientemente se rebelan contra lo que parece evidente y prevarican por sus cojones y ovarios retorciendo los hechos, adaptándolos a su ideología reaccionaria y principios religiosos.

En esta España de democracia a mitad de camino faltó y falta coraje para hacer lo que hubo que hacerse en su momento y el miedo a los sables y pistolas de curas y militares impidió.

Nunca va a curar la herida si ésta no se limpia debidamente, la gangrena será siempre una amenaza. Es preciso incluso, si queremos salvar la vida, amputar lo necesario para que lo vital mantenga el vigor necesario y aquí, en esta triste España, no se hizo ni hay el coraje imprescindible para hacerlo.

No se limpió la policía fascista y así tenemos torturadores cobrando copiosas y multiplicadas pensiones, por medallas que premian su entrega aberrante y tropelías psicópatas. Tenemos militares que se revuelven contra la democracia, que hizo crecer sus ingresos como nunca hizo el dictador y siguen canturreando en los medios sus añoranzas de criminales victorias. No se puso a la iglesia en el lugar social que le corresponde en una democracia, por ellos siguen disfrutando de prebendas que evitan ivas, ibis, irpfs y demás impuestos, que pagamos los mortales, permitiendo que se enriquezca con bienes que son del común y se han apoderado de ellos, y como no se hizo, siguen llenando de miedos a nuestros hijos e hijas en las aulas. Tampoco se ejecutó la asepsia necesaria con los jueces y por ello algunos se muestran irreverentes a las leyes que no les placen, utilizando la Biblia y el antiguo TOP (Tribunal de Orden Público) para sentenciar a sus reos. Mientras que expulsan de la adjudicatura a aquellos otros demócratas que pretenden dar contenido a la palabra democracia (jueces Silva y Garzón).

Aquellos, se constituyen en inquisitoriales torquemadas, prevaricando sin riesgo, revolviéndose contra el orden legal y la coherencia democrática, que se requiere a sus Señorías en un estado de derecho. Así pasa que sin el menor rubo siguen reconociendo al dictador asesino como quien gobernó los designios de una España fructífera desde 1936, año del golpe de estado por Franco y sus secuaces. Luchan retorciendo las leyes para que continúe su osario en Cuelgamuros, defienden los bienes robados y que disfrutan sus herederos (Pazo de Meirás, obras de arte, etc.) y continúan culpando a las víctimas y defendiendo a los victimarios.

Han pasado 42 años, como 42 losas, en los que la España de las mayorías sociales sigue atada a un pasado repugnante, con más de 100.000 desaparecidos, valientes republicanos y republicanas perdidos en cunetas y descampados. Sigue premiando a golpistas y torturadores, continúa alimentando una iglesia fascista y ladrona que adoctrina el futuro a cargo del erario público. Permitiendo militares rabiosos y nutriendo a impartidores de justicia sublevados antidemócratas y machistas, para que sigan diciendo que es abuso que siete energúmenos descerebrados violen a una indefensa niña de 14 años.

Esta maltrecha España debía echar una mirada a Argentina y Chile como van resolviendo su pasado dictatorial y criminal. Esta España sigue arrastrando la pata, 42 años después de reconocer su herida. Una herida ya gangrenada y podrida que espera ser amputada, porque ya no es salvable, solo cabe una prótesis que le permita caminar con cierto decoro y vitalidad.