Trasversales
Léodile Béra ("André Léo")

¡Cortemos el cable!


Revista Trasversales número 47 junio 2019

Este ensayo, Coupons le cable!, publicado en 1899 por A. Fischbacher éditions, París, es el último de Léodile Béra, que falleció en mayo de 1900. Podría decirse, sin ánimo peyorativo, que es un "panfleto" ateo y anticlerical. En su parte filosófica es una clara defensa del ateísmo, pero en su componente política, la principal del texto, es una crítica de ciertas formas de ejercer el poder y, en definitiva, del Poder y de la jerarquía en sí mismos


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Cada año se celebra la Revolución francesa, ¡la gran liberadora! ¿Y no veis que sigue habiendo opresores y que siempre protegéis a los grandes contra los pequeños?
¿Qué diríais de un general que lanzase a sus soldados sin armas contra tropas bien armadas? Dejan morir de hambre y miseria a esas criaturas de las que depende la continuidad de la Humanidad. Como entre los antiguos, entregan las mujeres a la brutalidad del hombre, en lo que son maestros. A todos los que carecen de herencia procedente de sus parientes directos, les roban la herencia de la humanidad. Recibieron la vida, pero les quitan los medios para conservarla. Para ellos no hay un trozo de tierra sobre su Tierra madre. No les dan un campo que pueda alimentarles. Una vez en la puerta de la vida, les arrojan a la muerte, ya que su único medio de vida, el trabajo, se abandona al capricho y a la dejadez de los ricos, amos de la Tierra y del taller, los nuevos señores.
Acusáis de inhumanidad a la vieja nobleza, ¿por qué la imitáis? La Justicia no quiere miserables. Decís "No podemos hacer nada ante eso", pero entonces ¿qué hacéis en el poder? ¿No será para mantener los abusos? ¿Para defenderlos con vuestras fuerzas y vuestra acción? ¡Un buen y bien pagado puesto! Pero demasiado caro si sólo sirve para eso. Sólo hay dos maneras de usar el poder: ¡traicionar o salvar!

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Teníais un acuerdo con él. Los ricos aportaban su cotización, los pobres debían ser socorridos. Pero ya no hay trabajo y, en vez de ayudarle, le prohibís cultivar una tierra no cultivada, sólo porque pertenece a otro. En un desierto, habría encontrado la manera de salvarse, pero muere en medio de los hombres, maldiciendo el pacto mal entendido que hizo con vosotros y que le está matando.
Los romanos, este pueblo tan duro, establecieron al menos la costumbre de la sportula [donativo recibido por las personas de bajo rango socioeconómico al ir a presentar respetos diariamente a casa del patrón]. Hoy en día, dais la muerte a vuestro socio, el ciudadano pobre. ¡Qué gran progreso ser cristiano!
El individuo, el tipo social, aquel que es la vida misma, la fuerza, el derecho moral de la humanidad, vaga por nuestras lujosas calles, triste, hambriento, humillado, después de siete u ocho mil años de sociedades promulgadoras de leyes; vaga buscando la vida, pero sólo encuentra la fosa común.
Este odioso hecho en bien conocido. A menudo se publica varias veces entre los diversos acontecimientos del día. Se lee... y se pasa a otra cosa, pensando en los propios placeres y fortunas, calificando el socialismo como ensoñación y promocionando el progreso... de las máquinas. Porque eso es lo único que nos permite el reino de los sacerdotes.
¿Qué somos entonces? Pobres plantas, ham­brientas de sol y de luz, desarraigadas del suelo y de la atmósfera donde debían cre­cer y transplantadas a un estrecho invernadero, con un calor artificial y fétido, don­de marchitan y donde la poderosa palma se convierte en insignificante arbusto.


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