Trasversales
José Errejón

Colapso
 
Revista Trasversales número 47 julio 2019 web

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Estamos desarmados frente a la ola de irracionalidad que se nos viene encima. En la de los 30 del pasado siglo tuvimos los mitos del frente único y los frentes populares antifascistas. Nunca representaron mucho más que un recurso retórico y emocional pero al menos sirvieron para movilizar a las capas trabajadoras en defensa de las instituciones republicanas.

Ahora no hay nada entre la democracia y el fascismo, la democracia no tiene ese escudo gratuito que fueron los frentes populares. Ahora la democracia debe pelear por sí misma, ahora tiene que explicitarse el "partido de la democracia" frente a las amenazas del demofascismo, del Estado oligárquico y autoritario. La historia del conflicto político ha experimentado todo un proceso de depuración desde principios de los años 80 y a lo largo del período de hegemonía neoliberal. El hundimiento del "socialismo realmente existente" pareció dejar sin adversario al capitalismo liberal (?) pero su evolución posterior confirmó:

    - El retorno de las crisis capitalistas agravadas y profundizadas por la crisis del fordismo y los colapsos energético y ecológico y, más recientemente, por el agotamiento del modelo financiarizador como solución a la crisis de acumulación de capital.

    - Las limitaciones de la democracia liberal y la forma en la que las mismas albergaban la tendencia a la oligarquización y la desdemocratización de los sistemas políticos y las sociedades contemporáneas.

De modo que el porvenir y el destino de las sociedades parece que fuera a decidirse con la resolución del conflicto entre oligarquías gestionadas por regímenes más o menos autoritarios (o con más o menos conservación de instituciones de la democracia liberal) y modalidades diversas de sistemas democráticos con combinaciones diversas de democracia representativa, asociativa y directa.

Es esta, es verdad, una explicación estilizada, sin matices, que pretende reflejar una tendencia histórica. Y un apunte complementario: el conflicto se produce e n el terreno de la política, de los modelos de gobernabilidad de las sociedades contemporáneas. Nadie en el espectro político actual cuestiona explícitamente el sistema capitalista, por lo demás aquejado de una crisis estructural a la que no se le ve salida. Creo que está extendida la opinión de que esa falta de cuestionamiento explícito no significa aceptación de su inevitabilidad (there is not alternative).

Ocurre que las experiencias socialistas del siglo XX parecen haber agotado las reservas de la izquierda para postula alternativas sistémicas por crítica que sea -hay que insistir- la situación del sistema capitalistas. Creo que el cuestionamiento del capitalismo tiene hoy dos fuentes fundamentales:


    -La 1ª del agotamiento de su base biofísica. Los paralelos colapsos energético y ecológico permiten cuestionar la prolongación del sistema basado en el crecimiento y la acumulación.

    - La 2ª de la creciente dificultad del capitalismo realmente existente para convivir con el ejercicio del poder de los “cualquiera” en que consiste la democracia. En nuestros días el gobierno de las sociedades parece irremediablemente condenado a ser entregado a la tríada del poder, del saber y la riqueza en proporciones distintas según regímenes y culturas. El gobierno de los plutócratas (Trump, Berlusconi) combinado con el de los sabios postulado desde Platón, envolviendo el ejercicio del poder político expropiador de la capacidad social de cooperación y autogestión de los asuntos colectivos.

Los datos de los aludidos colapsos energético y ecológico se convierten en un argumento legitimador para esta alianza de poder entre los ricos, los tecnocientíficos y los políticos. La complejidad de las sociedades contemporáneas y los riesgos y las amenazas son suficientes para desaconsejar la intromisión de la multitud en el gobierno de estas sociedades.

La información relativa a los grandes problemas epocales -junto a los colapsos citados, las migraciones y las crisis alimentarias y las epidemias y pandemias-está despertando la sospecha entre amplios sectores de las sociedades más ricas de que la "generosidad" en el reparto de la riqueza y los recursos para con los más desfavorecidos debe acabarse si no quieren ver amenazadas sus propias formas de vida. Podría estarse conformando una amplia base social que legitimara una fuerte aceleración en el proceso de desdemocratización alimentado por las clases dominantes desde el final de los 70 del pasado siglo.

Que haya un sector tan importante de la población activamente comprometido en un ejercicio de renuncia a los derechos es el resultado de la difusión de un clima ciudadano de temor difuso unido a la profundamente arraigada convicción sobre la incapacidad de la gente normal para influir en el curso de su vida.

Así que la causa de la democracia depende, antes que nada, de la asunción por la mayoría de que la democracia es posible. Pero tal aprendizaje solo podrá hacerse mediante la verificación práctica de tal posibilidad. La gente subalterna debe poder comprobar no solo que su participación en la vida política es posible sino que la misma puede alterar el curso de los acontecimientos en su beneficio y en el de la mayoría.

En una región de la vida social lo dicho es especialmente relevante, en la de la ecología. Son ya minoritarios los sectores sociales negacionistas del cambio climático y sus causas, solo quienes postulan una aberrante guerra para disfrutar de lo que queda del planeta después del colapso, con Trump a la cabeza, rechazan la urgencia de acometer el gran esfuerzo en defensa de nuestra especie y la biosfera.

Pero sigue siendo una minoría social la movilizada por estos objetivos. La mayoría social, lo mismo que la mayoría de fuerzas políticas, no quieren hacer frente a las evidencias del cambio climático y el colapso ecológico que se avecina (en el que en realidad, ya estamos). Y se siente impotente ante la enormidad de los cambios económicos, sociales y políticos que habrían de ser acometidos para intentar frenar el colapso. Como siempre a lo largo de la historia de nuestra especie, la mayor resistencia a los cambios proviene de la desconfianza de sus beneficiarios ante la posibilidad de los mismos.

De modo que lo más urgente y eficaz para la defensa de la democracia y de la biosfera es, precisamente, el ejercicio de la democracia y la ciudadanía. Entendiendo, como dice Balibar, que dicho ejercicio tiene un componente esencial de insurrección, que ser ciudadano es el ejercicio permanente de pensar y transitar caminos distintos a la repetición de la pautas dominantes.

Este postulado abstracto tiene traducciones bien precisas y perceptibles. La crisis del sistema político (régimen del 78) parece va a resolverse con la fragmentación del sistema de partidos y la instalación de un sistema multipartidista quien inducirá un cambio radical en la cultura política en orden a la gobernabilidad.

Pero no se atisban perspectivas de mejora de la calidad de la democracia a través del impulso a la democracia participativa y asociativas que complementan y enriquecen a la representativa.

Más aún, la experiencia de los pactos para la formación de los gobiernos municipales y autonómicos pone de relieve el peso de los aparatos partidarios asfixiando lo poco de democracia ciudadana que podían tener las elecciones territoriales.

Dejada a la inercia del juego de las mayorías en las instituciones, esta tendencia no hará sino acentuarse si no es equilibrada un vigoroso movimiento ciudadano radicalmente democráticos.

Un movimiento con tan alto nivel de exigencia no puede quedarse reducido a la expresión convencional de las manifestaciones políticas; debe avanzar en el camino de la construcción de instituciones y en el terreno de la huelga social.

Con la expresión huelga social se pretende significar una práctica ó conjunto de prácticas sociales de interrupción de los procesos de captura de las capacidades sociales de comunicación y cooperación. Y, en el curso de esa dinámica, se van construyendo instituciones, societarias en primer lugar,que están llamadas a operar como contrapoderes en relación con las instituciones estatales.

No es esta una opción entre otras para la izquierda, es la única que puede permitir algún contrapeso a los desmesurados poderes acumulados por la triple alianza de la riqueza, el saber expropiado y el poder de los Estados oligarquizados. Sin esta función de contrapeso la democracia está gravemente amenazada en las sociedades contemporáneas. Y los viejos instituciones que realizaban esta función- los sindicatos muy en primer lugar-han agotado su potencial y quedado como un resido de otro tiempo.

Ninguna reforma que no pase por la construcción de estas nuevas instituciones puede contribuir a "mejorar la calidad de la democracia". En su ausencia y en la de la recuperación de las funciones de comunicación y cooperación social del secuestro de los pderes oligárquicos, los partidos políticos se convierten en meros aparatos del Estado, como canteras de personal a su servicio y como aparatos de legitimación de su proceder.

Lo hemos visto en la experiencia del 15M y PODEMOS. La precipitación en "construir un referente político para el movimiento" (reclamado sobre todo por los poderes mediáticos y los vanguardistas existentes dentro y fuera del mismo) impidió la maduración y desarrollo de los embriones institucionales que puntaban en 2013. En su lugar y con el débil soporte de al hipótesis de la crisis del régimen y la ventana de oportunidad que supuestamente abría, se instauró un febril politicismo dirigido a acceder cuanto antes alas instituciones y a los gobiernos

Pero la crisis del régimen y sus partidos no era tan irreversible como tal hipótesis suponía. Tras el inmenso error de haber contribuido a prolongar el gobierno de la derecha en 2016, PODEMOS, sin anclajes efectivos en la sociedad civil, se ha centrado en la ocupación preferida de la cultura stalinista, la caza y liquidación del disidente interno, otra vez declarado “aliado objetivo del enemigo”.

Cuando la calle se queda vacía de latido social y ciudadano, los partidos que se han construido sobre ese aliento se vuelven ciegos y sordos y sus miembros encuentran en el conflicto interno su razón de ser.

El problema de la izquierda no es de "estructura organizativa" sino de definición de proyecto, no un proyecto único y totalizante sino una visión de las relaciones sociales en la que quepan múltiples proyectos diversos y singulares.

El problema de la izquierda es el problema de la sociedad española y el del resto de las sociedades contemporáneas: cómo hacer para que las reglas de convivencia social permitan o contribuyan a la conservación de dichas sociedades en paz y en libertad reales así cono de las bases biofísicas que las albergan.

Las sociedades contemporáneas, en su actual conformación,son el resultado del despliegue histórico combinado de la economía capitalista-la economía-y del Estado. Son sociedades para la acumulación y reproducción de capital,hasta el punto de constituir la materia misma del capital, las relaciones sociales capturadas por las finanzas son generadoras de valor.

Pero son, también, sociedades estatales,configuradas en torno a la soberanía, ese hecho transcendente fijador de límites, atribuidor de status,dueño de la posibilidad de suspender la ley.

Esta condición expropiatoria de la potencia social que ejercen conjuntamente el Estado y el capital (o, para ser preciso, el Estado al servicio de la valorización por el capital del conjunto de las relaciones sociales), limita muy seriamente la capacidad de estas sociedades para enfrentarse a los graves problemas que las aquejan, muy en especial el colapso ecológico. Ante al envergadura de problemas como este , las mayorías sociales, "educadas" en la práctica de la delegación y en la convicción de que los asuntos públicos son de la exclusiva competencia de los "expertos en tal materia". Es la razón por la cual, a pesar de que el espectacular incremento de las temperaturas sea perceptible hasta para el más desinteresado, no emerjan de la sociedad civil expresiones de rechazo e indignación ante la prolongación de las prácticas económicas que nos han llevado hasta aquí.

Es verdad- y así se ha señalado con anterioridad- que un amplio sector confía en imponer su poder y dominación al resto excluyéndolo del disfrute de los cada vez más escasos recursos naturales y guareciéndose en de los efectos más adversos del calentamiento en las mejores altitudes del planeta. Pero,con independencia de la viabilidad de tal opción para los privilegiados, creo que la acusa o de razón fundamental para esta pasividad social tiene que ver con lo que podríamos llamar la internalización de la expropiación de la voluntad.

Creo que más allá de los efectos redistributivos de la riqueza y la reducción de las desigualdades derivadas de algunas políticas de izquierda, su principal problema tiene que ver con esta esencial alienación de las mayorías respecto de la política.