Trasversales

José Luis Carretero

España y Cataluña: sobre la construcción nacional


Revista Trasversales número 49 diciembre 2019

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José Luis Carretero Miramar
es profesor de Formación y Orientación Laboral. Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).



El problema catalán es fundamentalmente el problema de España. De una España invertebrada, inconclusa. De una España que nunca hizo su revolución nacional y democrática contra el Antiguo Régimen y fio su entrada en el teatro de las naciones europeas a un apaño vulnerable (¡ahora veremos cuán vulnerable es!) con la simbología, los profesionales y los arquitrabes básicos de la estructura de un Estado fascista, pero al tiempo, tremendamente anacrónico, premoderno, ilusoriamente detenido en un marasmo de fantasmagorías históricas sin base real, centralizado entorno al ejercicio genocida de la fuerza, sin más proyecto nacional que garantizar el libre ejercicio del despojo por las élites, contra toda nación de los iguales.

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El último acto de este drama, la Sentencia del Tribunal Supremo por la que se condena a determinados políticos y activistas sociales catalanes a más de cien años de prisión, indica, de manera palmaria, por si fuera aún necesario, que el concepto de España del poder y sus acólitos sigue siendo el que, precisamente, impide toda posibilidad de su constitución como nación de hombres y mujeres libres e iguales. El concepto de la España-porra, la España-martillo de los herejes, la España a la fuerza, la España Estado y no la España pueblo (o mejor, pueblos). La sentencia incluye condenas por el tipo penal de sedición (con una penalidad asociada de más de diez años de privación de libertad) para actuaciones de desobediencia y protesta pacífica, profundizando en una deriva autoritaria que, en nombre de la emergencia, las más de las veces producto de las tensiones territoriales y de clase no resueltas, lleva ya un par de décadas constituyendo casi imperceptiblemente el sistema penal español en un sistema de excepción. Una sentencia que, por tanto, tendrá crueles consecuencias para quienes salen a la calle a protestar en toda España, y no sólo en Cataluña, como iremos viendo en un futuro probablemente cercano.

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Ya lo hemos dicho en otros escritos: el problema de la Constitución no está en su texto, que podría dar espacio para algunas cosas más, aunque no debamos tampoco idealizarlo, sino en el bloque histórico oligárquico, económico, intelectual y político constituido en su nombre, que hace del texto, convenientemente depurado en la dirección que le interesa, un conjunto de diques al avance democrático, en lugar de un espacio desde el que desplegar una convivencia virtuosa y dinámica.

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Lo sabemos: esa España futura de la profundización democrática está aún por construir, pero es la única digna de tal nombre. Y se dará sus propios símbolos, paradigmas y horizontes. Frente a la oscurantista fanfarria fantasmal que la oligarquía llama España para impedir que España pueda nacer, debemos impulsar el ejercicio de la soberanía desde abajo y respetando la pluralidad, partiendo de la creatividad  y el entusiasmo de todos quienes vivimos en esta tierra.

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