“Sin embargo, en
nuestra época, los bárbaros no esperan al otro
lado de las fronteras, sino que llevan
gobernándonos hace algún tiempo. Y nuestra falta
de conciencia de ello constituye parte de
nuestra difícil situación. No estamos esperando
a Godot sino a otro, sin duda diferente, a San
Benito”
Tras la
virtud.
Alasdair MacIntyre
Austral, Barcelona,
2013,
1.- El
día 6 de enero asistimos en directo al episodio más
importante del conflicto que existe entre el
trumpismo y el establishment para cambiar el actual
régimen político de los Estados Unidos. Está claro
que un golpe de Estado era inviable a corto plazo ya
que las principales fuerzas políticas, económicas o
militares no lo apoyaban; pero no ha sido una simple
locura.
Detrás
de todas esas escenas surrealistas de supremacistas
o neonazis se esconde un proyecto que tiene una base
social y apoyos políticos. Trump y el trumpismo han
pretendido no sólo alterar el resultado electoral,
sino la relación de fuerzas entre las instituciones
del Estado. Primero mediante los jueces y el
Tribunal Supremo (hecho a su medida); fracasado
esto, intentaron involucrar a los gobernadores de
los Estados de Georgia, Arizona, Pensilvania, etc.
Tampoco pudo ser. A continuación solo le quedaba el
recurso de que el vicepresidente Pence se negara a
certificar los resultados el 6 de enero en el
Capitolio. Fracasado ese último intento, Donald
Trump, llama a miles de manifestantes llegados de
todo el país a ocupar el Capitolio. Era una gran
demostración de fuerza ante la imposibilidad legal
de continuar siendo presidente otros cuatro años.
Trump sabía que no podía secuestrar indefinidamente
a senadores y congresistas, pero lo que si podía, y
lo ha conseguido, es hacer una poderosa ostentación
ante el mundo.
2.-
Donald Trump no es un simple ególatra. El grave
error del establishment y de los medios de
comunicación ha sido el de subestimar a este
“meteorito anaranjado” con lo que estaba sucediendo
en todo el mundo y con el caudal de votos conseguido
ya en el 2016. Trump nunca ha estado solo. Ha
contado con medios económicos muy fuertes en algunos
sectores empresariales, sus bases sociales no son
exclusivamente los blancos pobres del sur sino las
rentas superiores a los 100.000 dólares anuales. Ha
tenido el apoyo de las iglesias evangelistas y de
sectas que agrupan a millones de fanáticos. Hasta el
mes de noviembre ha contado con el apoyo de medios
de comunicación como la FOX, con una mayoría de los
jueces en todo el país y del Tribunal Supremo y, lo
que es fundamental, todo el Partido Republicano
cerró filas con Trump estos últimos cuatro años.
Solamente después del 3 de noviembre este inmenso
frente político empezó a debilitarse pero no a
resquebrajarse. Mientras algunos seguían hablando de
las locuras de Trump, el ególatra, conservaba 134
congresistas y 8 senadores dispuestos a seguir la
farsa sobre el fraude electoral, tenía el apoyo
aplastante de las bases del Partido Republicano
(ahora mismo incluso el 45% frente al 43% de sus
votantes apoyan el asalto al Capitolio) y, lo que es
más significativo, es el segundo candidato a
presidente más votado en la historia de los Estados
Unidos (70 millones de votos), después, claro está,
de Joe Biden. Por lo tanto, el trumpismo hunde sus
raíces en una base social y política muy poderosa.
3.- El
balance al asalto del Capitolio no creo que suponga
un desastre para D. Trump, más allá de que perderá
apoyos entre sectores más integrados al
establishment. Su hoja de ruta no es tan
imprevisible como aparenta, su objetivo es un
régimen político más presidencialista y autocrático
al estilo por ejemplo de Putin. En ese régimen las
instituciones estarían subordinadas a ese poder
personal. No es un camino fácil pero ha logrado
erosionar todo aquello por donde ha pasado. Y deja
al mundo tres mensajes muy peligrosos: la
vulnerabilidad de la representación popular (tanto
el sistema de votos como las cámaras); la impunidad
de un sector de la sociedad blanca y reaccionaria
frente a otro duramente reprimido en las revueltas
por el asesinato de G. Floyd; y la sensación general
de que, muy lejos de arredrarse, el desafío puesto
en marcha en Washington por la ultraderecha
nacionalista puede llevarse a cabo en cualquier
parte del llamado primer mundo.
4.-
Queda por reflexionar en el futuro hasta qué punto
están en crisis los sistemas basados en la
representación popular, y hasta que punto Trump,
Bolsonaro y otros movimientos de ultraderecha son el
mayor síntoma. En mi opinión, la crisis hoy por hoy,
a diferencia de otros momentos históricos, no se
produce por un auge de las revoluciones o una
polarización de las clases, sino por una violenta
arremetida política de los nacionalismos
reaccionarios y las derechas en el mundo para
instaurar regímenes políticos más reaccionarios y
antidemocráticos. Bajo los discursos
antiglobalización o antielitistas se esconden no
solo “pobres blancos”, sino élites económicas con
intereses distintos a otras élites, y amplisimos
sectores de las clases medias encuadradas en un
amplio abanico cultural y religioso donde predominan
las creencias más fanáticas, chauvinistas,
disparatadas, racistas. La particularidad de la
situación reside en que la iniciativa política en
los últimos cinco años es de todo ese espectro
político: Brexit, Trump, Bolsonaro, Orban, etc, etc.
5.- No
obstante la victoria de Biden-Harris y las mayorías
del Partido Demócrata en el Senado y Congreso
podrían revertir la tendencia de los últimos años.
No es que tengamos ilusiones en los dirigentes
demócratas. Ellos son ahora mismo los representantes
de los intereses de los principales grupos
económicos del país (Tecnológicas, Amazón,
Farmacéuticas...) y por lo tanto de Wall Street. Sin
embargo, es una ventana abierta para desarrollar
mejor las luchas que se han dado contra el racismo,
los derechos de la mujer, de los inmigrantes o de
los trabajadores pobres.
Más aún,
no me cabe ninguna duda, que el fin de la edad
oscura que ha representado Donald Trump marcará un
antes y un después en relación a la manera de
combatir la pandemia del SARS-CoV-2. El balance
hasta el día de hoy es aterrador y las
responsabilidades de la Administración republicana
(con su implícito negacionismo) son decisivas.