El 24 de febrero de
2022 el gobierno de Vladimir Putin inició una
invasión a gran escala de Ucrania con extensos
bombardeos y la entrada masiva de tropas en su
territorio. Se trata de la mayor operación bélica en
Europa desde el final de
la Segunda Guerra Mundial. Y con ella ha
llegado la destrucción a las ciudades ucranianas,
los muertos y los heridos tanto civiles como
militares, multitud de refugiados en países vecinos…
Ucrania se ha
encontrado absolutamente sola para resistir y
defenderse frente a una de las dos mayores potencias
militares del mundo. Hay que retrotraerse a la
política de expansión militar del nazismo iniciada
en 1938 o a las invasiones soviéticas de Hungría en
1956 y Checoeslovaquia en 1968 para encontrar
paralelismos en Europa con esta agresión que vulnera
radicalmente las reglas del derecho internacional y
el ejercicio por los pueblos de su libre
determinación, devolviéndonos a políticas imperiales
de otras épocas.
Ucrania venía
siendo objeto de una continuada política de
intervención por parte del gobierno de Putin desde
la caída, en 2013, del gobierno de Viktor Yanukóvich
después del Euromaidán. En realidad, Ucrania vivía
en guerra desde 2014. En dicho año se produjo la
anexión por parte de Rusia de la península de
Crimea. También comenzó la guerra en el este de
Ucrania, la llamada guerra del Donbás, que enfrentó
al ejército ucraniano con milicias apoyadas por
Rusia, que sostiene a las llamadas repúblicas
populares de Donetsk y Lugansk. Dichos
enfrentamientos provocaron más de 14.000 muertos,
30.000 heridos y alrededor de 1,9 millones de
desplazados.
La intervención por
parte del gobierno ruso en Ucrania no es un caso
excepcional, aunque sea la de mayor alcance, sino
que forma parte de una línea de actuación continuada
respecto a las antiguas repúblicas soviéticas y a
algunos Estados que formaron parte del Pacto de
Varsovia sin nunca haberlo decidido libremente. Esta
política de rasgos imperiales fomenta y justifica la
violación de las fronteras y explota las raíces
étnicas de determinados conflictos regionales. Se
expresó en las dos guerras de Chechenia, la primera
en la época de Boris Yeltsin y la segunda con Putin.
La posición rusa también es determinante en la
situación de Transnistria,
que dio lugar a un conflicto armado en esa zona de
Moldavia limítrofe con Ucrania. El
presidente Putin labró su carrera política con la
guerra de Osetia del Norte contra Georgia.
Del mismo modo, el
gobierno ruso ha sostenido las dictaduras de
Bielorrusia y Kazajistán frente a las rebeliones
populares de 2020 y 2022 respectivamente. Putin ha
apoyado la represión que ocasionó cientos de
víctimas y ha desplegado unidades militares para
apoyar a los corruptos gobiernos dictatoriales de
ambas repúblicas.
El autoritarismo de
Putin también se manifiesta en el interior de Rusia
con el hostigamiento a los opositores. Una reciente
manifestación de ello es la prohibición hace algunas
semanas de la asociación Memorial (que ha hecho una
importante labor de recuperación de la memoria
histórica de las víctimas del estalinismo).
El
ultranacionalismo del gobierno de Vladimir Putin le
lleva a exaltar la política imperial tanto del
zarismo como la de Stalin, objeto de una creciente
rehabilitación. La declaración de Putin del pasado
21 de febrero fue una muestra de un discurso
fuertemente militarista, autoritario y pan-ruso. Una
orientación agresiva que, tras invadir a Ucrania, no
duda en amenazar las libertades y las fronteras de
otros países de Europa Oriental.
Ucrania no
representa ninguna amenaza para Rusia. Antes del
inicio de la invasión nos preocupó la recepción
entre cierta parte de la izquierda española del
argumentario de Putin de que la responsabilidad de
la actual crisis recaía fundamentalmente en la
expansión de la OTAN, ocultando o minusvalorando las
acciones militares e intervenciones concretas de
Rusia. Observamos cómo se callaba sobre la
responsabilidad directa y principal del gobierno de
Vladimir Putin en una situación en la que se
preparaba la guerra total. Parecía que, en lugar de
solidarizarse con un pueblo amenazado, lo único
importante para algunos era manifestarse en contra
de un apoyo militar de la OTAN a Ucrania, que nunca
se había planteado.
La equidistancia
entre agresores y agredidos no es una muestra de
pacifismo sino de falta de solidaridad humana y
política con la población de un país invadido. Tras
el desencadenamiento de la invasión se han hecho
públicas posiciones y campañas de ciertos medios y
organizaciones de la izquierda que en lugar de
culpar a Putin y exigir la salida de Rusia de
territorio ucraniano han difundido vagos y genéricos
rechazos contra la guerra y contra la OTAN. Hay un No
a la guerra que solo parece ser claro cuando
el agresor es Estados Unidos. Una parte de la
izquierda está presa de un “antiimperialismo” que
solo es un simplista antiamericanismo, que ve los
acontecimientos internacionales exclusivamente bajo
ese prisma. La única luz de interpretación de los
acontecimientos parece ser oponerse a lo que haga
EE.UU. y el “imperialismo occidental”. La gente
real, las naciones, los pueblos o las libertades
importan muy poco frente a esa visión puramente
ideológica, residuo de otra época e incapaz de
comprender el mundo en que vivimos.
Hay una degradación
ética y política en quienes se muestran incapaces de
distinguir entre agresión y defensa. Lamentablemente
no nos sorprende, porque dentro de una parte de la
izquierda se arrastra una larga historia de falta de
compromiso con pueblos víctimas de dictaduras,
agresiones y guerras. Sin remontarnos a la época de
la Guerra Fría, hay que decir que observamos una
preocupante continuidad entre posiciones respecto a
Bosnia y Kosovo durante el conflicto de los
Balcanes, sobre la primavera árabe, sobre la guerra
civil siria o en relación con el movimiento
democrático de Hong Kong. Y también en la inhumana
indiferencia ante la situación de las mujeres
afganas tras la retirada de Estados Unidos.
La agresión
concreta y directa de Rusia contra un país soberano
no puede ni debe ser objeto de una lectura
exclusivamente en clave geoestratégica, como parte
de un conflicto entre bloques. Es la Rusia de Putin
quien ha invadido a una Ucrania abandonada por la
comunidad internacional como ocurrió con otras
naciones agredidas por la Alemania nazi o la URSS en
la historia europea del siglo XX.
Por supuesto que
nos preocupa el aumento de la tensión entre las
potencias militares. Es pueril que tengamos que
decir que no somos unos defensores de la OTAN y que
no confiamos en las estrategias ni actuaciones de
los gobiernos de EE.UU. ni en los de la Unión
Europea. Sobre todas esas cuestiones hemos opinado y
seguiremos haciéndolo libremente. Pero nos negamos a
la hipocresía de tener que vestir nuestro rechazo a
la política criminal de Vladimir Putin con
declaraciones y análisis grandilocuentes sobre todo
lo que ocurre en la geoestrategia mundial. No
pedimos perdón por decir claramente lo que pensamos
sobre la invasión salvaje de una nación europea.
Nos negamos a
elegir entre ser pro-OTAN y defensores del
capitalismo neoliberal o tener que ser tolerantes
con el régimen autoritario de Rusia o la dictadura
china. Nuestro campo no es ninguno de esos, sino el
espacio de los que se oponen a ellos, sin perder la
capacidad de distinguir con claridad en cada crisis
concreta quién es el responsable principal.
Tenemos un
compromiso moral y político que nos hace sentirnos
solidarios con la población de Ucrania, víctima de
una agresión brutal. Estamos con los hombres y
mujeres de Rusia que, a pesar de la represión, han
salido a las calles contra la guerra de Putin.
Lo que en este
momento hay que decir nos parece muy concreto:
-Condenamos la
invasión de Ucrania por el gobierno de Vladimir
Putin.
-Apoyamos la
completa y libre determinación de la nación
ucraniana para adoptar sus propias decisiones
estratégicas, incluida la integración en la Unión
Europea.
-Defendemos el
derecho de Ucrania a fronteras seguras.
-Sostenemos el
derecho a la defensa armada de Ucrania frente a la
invasión
-Apoyamos la
resistencia del pueblo ucraniano.
-Exigimos la
retirada incondicional de las tropas rusas.
1 de marzo de 2022