Trasversales
Ángel Barón

SUPERVIVENCIA


Revista Trasversales número 65, enero 2024 web





El criterio de medir actos y valores con respecto a la supervivencia de la especie humana es, sin duda, una fuente de disgustos para nuestra pretendida seguridad sobre el valor de nuestras cosas, pues muestra la irrealidad de nuestros valores de mercado, de nuestro sistema capitalista, del valor de lo que tenemos cada uno.
Tener la supervivencia de la especie en la cabeza trae, de entrada, un catálogo de tareas a realizar en cada espacio del planeta para minimizar nuestra huella particular, para medir los efectos de nuestras acciones, para durar más, para que nuestra especie aguante mejor los cambios. Es imprescindible poner a la Ciencia a la cabeza, hacer un estudio de impacto ambiental completo de cada acción, es preciso incorporarlo a nuestros hábitos, cambiar la manera de comportarnos. Ordenar los usos del territorio y ordenar, limitar nuestras acciones. Usar la supervivencia de nuestra especie como criterio trae sin duda un menoscabo a lo permisible. Cada conquista de la humanidad ha estado cimentada en no hacer las cosas que no se deben hacer. En ese sentido, el desarrollo del decrecimiento, además de una cura de adelgazamiento personal, de las acciones de cada uno, trae acarreado, se engancha con los conciencia de los costes de nuestras acciones, con su efecto futuro.
Estamos en punto de inflexión, en una crisis de nuestro sistema de civilización humana. Se ha hablado mucho de cómo, a pesar de la crisis, el capitalismo goza de buena salud, sigue funcionando.
Pero ya hemos transformado el medio como ninguna otra especie, y hemos saltado al espacio. Pues hemos modificado la biosfera, y seguimos cambiando el planeta, cada vez más y más deprisa. Los interminables veranos, la sequía del río Amazonas y del Yang Tze Kiang, los superincendios con pirocúmulos de aire caliente cenizas y brasas del fuego que llegan a la estratosfera, son muestras de como las luces rojas de peligro se han encendido, las sirenas de alarma están ya ululando. Desde la masiva caída de desechos de satélites en la estratosfera que acompaña el desarrollo de Internet, hasta los microplásticos de la Antártida, el que nuestro artificio técnico industrial ocupe más de la mitad de la biomasa terrestre muestra la vorágine de catástrofe que tenemos enfrente.
El científico norteamericano pionero James Hansen, que desde hace 50 años viene denunciando la situación, alega en una reciente comunicación que la subida de la temperatura y del nivel del mar es más rápida que la que estima el consenso científico IPCC, subiendo el nivel de la alarma que levantan los que se dedican a estudiar el cambio que provocamos.
La vorágine del progreso nos ha traído a una aldea hiperactiva, cruzada por las noticias y los rumores, a nivel internacional: estamos asistiendo a una nueva sociedad global, que sólo un cataclismo de alto nivel podría desmontar. Nuestra exitosa “colonización” de la tierra no se parece a los últimos casos en lo que sabemos de registro histórico a las anteriores veces que una especie dominó el planeta. Nuestro sistema es mucho más frágil, tenemos muchas más debilidades y no pocas son causadas por nosotros mismos.
La perspectiva del futuro planetario siguiendo con el paradigma neoliberal y el “business as usual” es tan apocalíptico que hay que girar, debemos cambiar nuestros comportamientos. El mercado libre, “working like a dog to buy you things” como cantaba Lennon en “A hard day´s night”, hace ya casi 60 años, ya no vale. No se puede producir, consumir, viajar, comprar hasta el infinito. El fetichismo de la mercancía se da la mano con el fetichismo del mercado. En el mundo económico financiero hay varias maneras de valorar los bienes, pero la predominante es el “mark to market”, es decir las cosas, reducidas a mercancías intercambiables, valen lo que cuestan, según lo que el mercado dicta en cada instante. Usamos la misma vara de medir para las bombas que hoy caen sobre Gaza y para la comida y las medicinas, todo son mercancías. Todo se mide por dinero, no por el coste de su reposición, tampoco por la valoración de su vida útil, y mucho menos por su lugar y función en el sistema mundo que hemos creado los humanos. Los creadores del World Wide Web, informáticos y físicos del CERN, ironizaban con lo que valía el regalo que le habían hecho a la humanidad, mientras otros, desde Microsoft hasta Google habían acumulado montañas de valor a partir de lo que ellos habían puesto en valor cero. Estamos en el reino de los especuladores, los bailes de la demanda y sus técnicas de generación de necesidades, moda, capricho, comodidad.
Ahora vamos a toda velocidad a despeñarnos, y hay que reglamentar. No podemos seguir sin reeducar al policía que está en nuestra cabeza, sin cambiar nuestra forma de pensar, al tiempo que cambiamos nuestra forma de actuar. El cuidado del planeta, el cuidado de las personas, no son un “New Deal” que vuelve a lanzar la máquina económica para escapar de esta crisis. Es algo totalmente diferente. Debemos entrar en la lógica de medir nuestra acción a partir del reconocimiento de que hay cosas que no podemos hacer como especie.
Ha aumentado la comunicación, la interconexión, la sincronía. Todo eso es positivo, sí, pero es hora de medir los costes, los efectos, de aumentar la eficiencia. Todos nuestros actos deben ser los más baratos energéticamente. Desde el coste de subir una persona un piso en ascensor, hasta el del desgaste de neumático por km en microplásticos. Pensar en la tierra en conjunto y en la humanidad en conjunto. Así lo cuentan los pueblos primitivos.
Lo que ya no conviene es seguir con el modelo de comportamiento humano, extractivo, depredador, productor de basura y derrochador de energía, y pretender que aquí no pasa nada grave. Lo que industriales, especuladores y gente de orden no quieren ver, aparece de nuevo por la puerta de atrás. El negacionismo del “business as usual”, y el espejismo del crecimiento del PIB son la expresión de nuestra ceguera ante lo que estamos haciendo. Cuanto antes dejemos de hacernos trampas al solitario, menos dolorosa será la transición que tenemos enfrente. La ciencia dice que hay que parar. El sistema mundo que hemos creado como especie está enfermo. Y nosotros estamos enfermos con él.
Por tanto, el decrecimiento es también un proceso de reformulación de pequeños gestos, casi siempre a favor de la austeridad, de la economía, de la mejor gestión de recursos, y fundamentalmente del recurso que más despilfarramos, la energía. Y luego viene la lista de la basura, del envenenamiento y de los cadáveres industriales. El despilfarro. Todo eso es un pasivo a repartir, nos quedan siglos de restauración y regeneración por delante.
Debemos cambiar nuestra óptica y pensar en cientos o miles de años, e imaginar como será posible la supervivencia de nuestra red urbana y marítima, con el cambio de clima y la subida del nivel del mar. La música de la obra del cierre del estrecho de Gibraltar se junta con otras propuestas de geoingeniería. Llevamos cientos de miles de años en la tierra cambiando el medio, pero no paramos de hacer geoingeniería de la mala. Ante las renovadas propuestas de cambiar la composición del polvo de la estratosfera o jugar con el albedo terrestre, la más elemental prudencia aconseja no hacer mudanza en tiempo de tribulación, como enseñan en la orden jesuita. Medir, controlar, limitar, organizar. Nos hemos dado las normas de circulación en el desarrollo de caminos y carreteras, en la red urbana y de transporte neuronal de nuestro sistema.
Vivimos tiempos de confusión, en los que las aberraciones de los mercados se dan la mano con la erosión de derechos y libertades, y con el aumento de negacionismos y teorías conspiranoicas. Los terraplanistas comunican sus ideas, irrefutables al no entrar en el juego de la verificación, comprobación y refutación de ciencias y tecnologías, y difunden su denuncia de la conspiración de la NASA en su contra a través de la red, que se afina con cálculos relativistas, hijos de la mente de Einstein, de los avances y descubrimientos de Newton, Galileo y Copérnico. Es una ofensiva del 1% de la humanidad contra el 99% restante, que se niega a ver lo concreto de lo dañino de nuestra relación con el mundo, y que además de esconder la cabeza ataca a los desfavorecidos, mujeres, migrantes, países pobres, gays y lesbianas...
El tamaño de lo que debemos reorientar es planetario, no hay alternativas viables si no es a escala de planeta. Tener una visión de especie humana, en la que la inmensa mayoría es pueblo trabajador, conlleva a una visión diferente de los poderes que nos controlan. Relativiza el nivel de enemistad que podamos sentir por ningún grupo de humanos, y maximiza la crítica a las cosas que hacemos mal los humanos. El papel de estados y naciones, peores cuanto más grandes y más poderosos, queda en muy mal lugar. La tierra no reconoce fronteras. No existe a más mínima posibilidad de actuación real efectiva sino trabajamos a nivel de planeta, a nivel de especie humana. Que tengamos que pasar por todas las mediaciones que nos impone el campo de minas y las trampas y retrasos de la política concreta nos debe hacer conscientes de que es imprescindible cambiar el sistema por el que nos regimos, romper los frenos y ataduras.
La existencia de armas nucleares y el poder de veto de dichas potencias nucleares en la ONU son el elefante en la cacharrería de nuestro hábitat actuante en el bioma del planeta. Y el cielo que cierra la bóveda hoy día de este cerrojo que impide desbloquear nuestro tren bala hacia la catástrofe se llama Estado de Israel. No es una coletilla añadida y marginal al mundo occidental. Ucrania y Gaza auguran hoy día el camino que tenemos por delante. Israel arrastra a la estructura política occidental hacia la guerra, como Rusia lo hace en Ucrania.
Sigue siendo cierto que las ideas y los principios del pasado oprimen los cerebros de los vivos y encauzan su actuación. El último hijo del nacionalismo romántico del siglo XIX es el que llevó a askenazis, sefardíes, mizradíes y demás conversos y profesos del judaísmo al paso del nacionalisno, la realización del sionismo, la construcción del hogar judío como patria, ha supuesto la conquista genocida del territorio histórico del pueblo palestino, una limpieza étnica sobre el modelo de Estados Unidos con los pueblos nativos, y la configuración de otro estado colonial. Israel no es un Estado democrático, para ninguno de los palestinos, y sólo de forma limitada para la población de Israel. Los ciudadanos israelíes, apoyando a su gobierno criminal, sacan la misma cara que los colonos sudafricanos, o el pueblo alemán enloquecido en la 2a. Guerra mundial.
Es urgente que tengamos presente que nuestras raíces humanas, nuestra conciencia de especie, son y deben ser prevalentes en nuestras relaciones, tanto a nivel social, como a nivel personal. Debemos usar ciencia y técnica para intentar tener futuro como especie en la tierra. Es vital volver a pensar como antes. En el paleolítico no había tiempo, no existía la conciencia del tiempo lineal. Aun hoy día hay tribus en el amazonas, en Nueva Guinea, que no tienen tiempos verbales para el futuro, que viven en el perpetuo presente. Antes del Neolítico no se pensaba para el mañana, no se preveía para 5, 10 años, se actuaba para que el ciclo anual fuera lo más aprovechable, se recogía cuando sobraba, y se intentaba dejar todo igual, que no cambiara nada, y que cambiara sólo lo necesario para nuestra subsistencia. Era una búsqueda de cálculo de mínimo impacto en el medio, que dejaba al funcionante sistema de soporte en un máximo de equilibrio.
La vocación de nuestra especie es de dimensión universal. María Zambrano. en Persona y democracia (1959), se refirió a la necesidad de tomar las riendas de nuestra vida no solo en términos individuales, sino también y sobre todo en términos humanos. Porque nada nos daña tanto, moralmente, como sentirnos marionetas de un destino implacable. El precio de nuestro silencio. Como ya denunciaron Gramsci, Thoreau o Simone de Beauvoir, la apatía ciudadana hacia las injusticias son el resultado de habernos acostumbrado a esta supeditación de la ética a criterios económicos o imperialistas. Ya apuntó Aristóteles en su Política (Libro I, cap. 9) que el ruido del dinero nos hace sordos al resto de perspectivas posibles: «Parece evidente que necesariamente haya un límite de cualquier riqueza, pero en la realidad vemos que sucede lo contrario. Pues todos los que trafican aumentan sin límites su caudal».
Viene a cuento la analogía de la caverna. La potencia de la imagen de Platón incluye el reconocimiento implícito del carácter de representación del mundo espacio temporal que produce nuestro cerebro, que sitúa esta función representativa como herramienta de subsistencia en el medio. Y es la puesta en común de nuestros descubrimientos, de nuestras adquisiciones de manipulación, nuestro común sistema mundo, el artificio humano del que hablaba Hanna Arendt, lo que nos traído aquí como especie. Somos una especie singular entre todas las de este planeta vivo, pues nos podemos situar fuera del continuo de la vida, de forma colectiva, sin perder nuestra capacidad de proceso individual, y ello nos convierte en un proyecto de especie de dimensión cósmica, universal.
Nadie lo expresó mejor que Carl Sagan cuando escribió “We are a way for the cosmos to know itself”. (Somos una vía para que el cosmos se conozca a sí mismo). Ese es el proyecto, ahí está el parteaguas de nuestra actitud ante el sistema humano que hemos creado. Nuestra diferencia con el neoliberalismo al uso, en cualquiera de sus facetas “business as usual” ligera o estricta, es pues, radical. No estamos en el paraíso, la fiesta de la apropiación y el juego de “winners and loosers”, la explotación de la mayoría y el poder para unos pocos están dando al traste con el futuro de la humanidad, que sí, tenemos futuro.
Del terror sagrado con el que los cazadores ofrendan sacrificios por cada muerte, por cada cosecha, hasta las secuencias de religiones y tribus, hemos esperado que alguien nos saque las castañas del fuego. Por lo que sabemos hasta hoy, estamos solos, es posible que no hayamos sabido buscar de otra manera la forma de vida inteligente, pero al día de hoy no aparece el salvador externo por ninguna parte. Y en algún sentido, el artificio humano esta tomando autonomía. No es que sea independiente de la actividad humana, es producto de ella y es nuestra interacción lo que lo hace más complejo. La capacidad de proceso se ha disparado, con mayor velocidad que el aumento exponencial del consumo energético y la degradación de nuestra relación con el medio. La ciencia y la tecnología son el rayo de Zeus de la especie humana, y el pensamiento crítico lo más parecido a una religión universal.
No está escrito cómo, pero dentro de cien o quinientos años habrá humanos en el planeta. Hasta en el más apocalíptico de los inviernos nucleares, con sus años de radiación atómica desatada, falta de luz solar, cambio en los océanos y extinción de gran parte de los ecosistemas y de las especies vivas, hasta en ese caso es probable que subsista nuestra especie. El problema es el cómo, el cuántos subsistirán, el de qué manera, el cuan dolorosamente. Se trata de que sobrevivamos mejor, más, más armónicamente.